24.11.08

 

Eso no se dice así

Cuánto nos gusta poner normas al lenguaje. Cuán a menudo decimos que una palabra o una expresión es correcta o no.

¿Y si fuéramos un poco más tolerantes con el idioma?

No del todo, claro: hay casos en los que sí se puede hablar de incorrección: aquéllos errores que cometen quienes empiezan a con los fundamentos del idioma, los niños o los que no lo tienen como lengua materna. Pero en el resto de casos quiero defender la tesis de que lo importante no es si una expresión es incorrecta o no, sino cuándo es incorrecta.

Me ha surgido este pensamiento por la coincidencia de tres lecturas, relacionadas con tres idiomas distintos: el español, el inglés y el esperanto. Me parece que pueden ser de interés para ilustrar esta opinión.

Pedanteces en español

El pretexto que quiero utilizar para comentar el caso del castellano es casi banal, pero significativo. Un blog que sigo a menudo, de mi paisano Alejandro Polanco, que contiene artículos muy interesantes sobre ciencia y tecnología, generalmente largos, incluía ayer una minúscula nota: un recordatorio de que los números que representan los años no deberían contener un punto para señalar los millares, porque la Academia lo considera “incorrecto”.

Mi opinión inmediata, que incluí como comentario, fue:

“¿Por qué? Quiero decir: ¿por qué es incorrecto? ¿Qué criterios ha utilizado la Academia para establecer esa prohibición? ¿Por qué ha considerado necesario establecer una distinción para este tipo concreto de números y no para otros?

Yo valoro mucho lo de escribir bien, pero muy a menudo me encuentro con que la Academia se arroga una autoridad que a mí no me parece nada evidente. En este caso, creo que es una apreciación pedantesca, inventada para establecer reglas donde no hacen ninguna falta.”

La Academia tiene demasiado empeño en catalogar usos normales del lenguaje español como incorrectos. Lo peor es que hay mucha gente que la sigue. Por poner un ejemplo, la Academia decidió hace mucho permitir unas contracciones y no otras. Por qué vale “al” y no “pol” (“por el”). Por qué la gente considera ahora incorrectas pronunciaciones como “m’han”, que es como siempre se ha pronunciado la combinación “me han”.

Mi visión es que este tipo de usos no son incorrectos con valor absoluto. Es decir, pueden ser considerados inadecuados en contextos formales, pero deberían ser completamente aceptables en conversaciones informales, incluso públicas.

No digo que no haya incorrecciones. Lo que aspiro es a que éstas no se aborden tal como ahora se prescribe en las gramáticas de castellano: “eso no se dice” o “la Academia considera que tal palabra es incorrecta”, sino a la forma en que se suele abordar esta cuestión en las gramáticas de inglés: “la expresión suele ser considerada incorrecta por muchos hablantes” o “no es aceptable en determinados contextos”.

Insisto: no quiero defender el descuido en el lenguaje, sino todo lo contrario. Me gusta cuidar la corrección del lenguaje, y mi opinión sobre, por ejemplo, el actual alud de neologismos la he expresado en otro texto. Pero creo que un poco de tolerancia no va en contra de tal objetivo, sino todo lo contrario.

El apartado al que quiero llevar mi tesis es al de la enseñanza: en vez de normas de prohibición debería insistirse en normas de orientación. Se debe decir a los muchachos no que “t’has pasao” es incorrecto, sino que hay muchos contextos en los que esta expresión no es pertinente, o que no se puede decir “Jo, macho” a todas horas. Creo que si a los alumnos se les insiste en que una expresión que emplean a menudo es incorrecta, es decir, si se les pone en la tesitura de elegir entre su lenguaje y la corrección, elegirán la primera opción. En cambio, una distinción entre niveles lingüísticos puede permitirles reconciliar ambos tipos de uso (tampoco digo que lo vaya a hacer, no me hago ilusiones sobre la capacidad de aprendizaje de una importante parte de los adolescentes)

Ebónico e inglés

Este es de hecho el razonamiento que existe detrás de una polémica ya casi olvidada, pero que en su momento dio para unos cuantos titulares de prensa, casi todos equivocados: la del ebónico (ebonics), es decir, la defensa de que la variante del inglés que hablan los negros de Estados Unidos es un idioma diferente. No voy a apoyar una posición sobre la que no tengo suficientes conocimientos, y que en principio me parece excesiva. Pero hace unas semanas leí un libro en el que los partidarios de tal denominación defendían sus tesis (“The real Ebonics debate: Power, language, and the education of African-American children”), y la conclusión que obtuve es que la forma en que se presentó popularmente la polémica era clara e intencionadamente errónea.

La tesis de los autores es similar a la que antes he apuntado para el español. Si se le dice a un alumno negro que el lenguaje de su comunidad es un mal inglés, una parte importante va a rechazar el aprendizaje del inglés normativo, que considerará ajeno a su tradición. Si se defiende su lenguaje como legítimo, será más fácil que asuma la necesidad de aprender la lengua oficial, como también lo hacen los latinos o los inmigrantes asiáticos.

Repito, no defiendo que el ebónico sea una lengua real, más que nada porque nadie ha sido capaz de definir qué es tal cosa (salvo la tradicional “una lengua es un dialecto con ejército”). Pero creo que, eliminadas algunas aristas, la reivindicación no carece de sentido.

Por cierto, que el libro contenía varias alusiones a una característica importante del lenguaje de los negros usonianos: el cuidado de la retórica como elemento de relación interpersonal. Leído en plena campaña de Obama, las observaciones eran iluminadoras.

Corrección en esperanto

La polémica, como se ve, se da en todas las lenguas. También en las planificadas, como el esperanto. En este caso, hay un debate bastante general entre dos escuelas de usuarios del idioma.

Por un lado, los que defienden el uso sobre todo de un conjunto mínimo de raíces, y prefieren aprovechar las grandes posibilidades de creación de palabras mediante prefijos y sufijos. Por otro, los que prefieren recurrir a la adopción de nuevas raíces, y enriquecer la lengua con nuevas expresiones.

Los primeros suelen ser más academicistas, y prefieren hacer hincapié en la facilidad de la lengua, de forma que no les resulte complicada a los nuevos hablantes, principalmente de países extraeuropeos. Los segundos defienden un idioma más rico y expresivo, con una evolución menos conservadora. La polémica ya la comenté en otro momento, y también allí defendí una tesis similar: lo importante no es si se debe aceptar un uso determinado, sino cuándo usar los distintos niveles y en qué contexto. Es decir, mi tesis es que el esperanto es, también en este contexto, una lengua normal.

Esto es, una lengua en la que también la gente se puede empeñar en decir que los demás hablan mal.


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