Acabo de leer la biografía de una de las personas más injustamente desconocidas por el público general, y al que el tiempo sin duda pondrá en el lugar que merece, no sólo entre la comunidad científica, donde su genialidad es ya apreciada sin controversia, sino también en la historia cultural del mundo: P.A.M. Dirac.
Sobre Dirac ya hablé en un texto anterior, donde le ponía como ejemplo de la distinta percepción que los medios de comunicación muestran entre los artistas y los científicos, haciendo referencia al tratamiento tan diferente que el diario “El País” había mostrado ante la muerte casi simultánea de Dirac y de François Truffaut: tres páginas completas al día siguiente más varias más en días sucesivos, en el caso del cineasta, y una brevísima necrológica tres días después en el caso de Dirac. Supongo que los historiadores culturales del futuro irán compensando poco a poco este abismo en la percepción pública, aunque uno nunca puede estar seguro (véase mi anterior artículo), ya que para ello será necesario que la ciencia ocupe el lugar que merece dentro de ese concepto tan vaporoso que es la cultura.
En cualquier caso, Dirac debería ser mucho más conocido por el público general, aunque sólo sea porque, como también indiqué en el artículo citado primeramente, de alguna manera, él fue el inventor de la antimateria, si puede utilizarse esta expresión para indicar que él fue quien de forma puramente matemática, y basándose en la belleza de las ecuaciones, predijo la existencia de este tipo de partículas, que sólo después serían descubiertas en la naturaleza. Sus desarrollos teóricos fueron impresionantes, sobre todo si se tiene en cuenta que fueron publicados cuando él tenía veintitantos años, lo que le llevó a ser aun hoy una de las personas que recibió el Premio Nobel a una edad más temprana.
Su prestigio fue grande entre sus colegas ya desde el principio, y aun hoy sigue siendo un ídolo entre los físicos, que le consideran uno de los mayores genios que ha dado su gremio, sólo comparable a Einstein o Feynman.
Pero el hecho de que sea tan poco conocido no es culpa sólo de la incultura científica general. En este caso, también habría que tener en cuenta su propia personalidad. Al fin y al cabo, las dos personas que acabo de citar fueron a su manera estrellas mediáticas. Dirac, en cambio, no podía soportar la publicidad, y no hizo nada por difundir sus aportaciones fuera de un círculo especializado, ni por mostrarse ante el gran público.
Es justamente el carácter de Dirac lo que da título a la biografía recién publicada en inglés, “The strangest man” (“El hombre más extraño”). No estoy del todo de acuerdo con este calificativo, ya que este concurso seguro que está muy disputado, y además corremos el riesgo de reforzar la percepción popular de los científicos como seres asociales, metidos en su mundo, pero es verdad que Dirac era muy especial. En el libro se muestran casos de científicos igual de geniales, como Bohr o Heisenberg, o el mismo Einstein, con vidas muy normales y a veces hasta apasionantes, pero en el caso de Dirac el mito está justificado. Era un hombre parco en palabras hasta extremos desesperantes, frío en los primeros contactos, preciso en sus respuestas. Las anécdotas que circulaban entre sus colegas eran un tema de conversación muy socorrido, y a veces queda la duda de si no fueron embellecidas a posteriori. Sólo un ejemplo, de entre las que aparecen en el libro, es la siguiente:
Tras una conferencia en una universidad de Estados Unidos, al pasar al turno de preguntas, un asistente dijo: “No entiendo la ecuación que ha escrito en el lado superior izquierdo”. Todos miraron a Dirac, que permaneció en silencio. Tras un intervalo embarazoso, el moderador le preguntó si no deseaba responder, a lo que Dirac replicó: “No era una pregunta, era una afirmación”
La conclusión que saca el autor de la biografía, Graham Farmelo, es que Dirac era autista, y yo estoy de acuerdo con él. No soy especialista en este asunto, y ni siquiera tengo experiencia directa con personas con estos rasgos, pero es un tema que me fascina, y del que he leído algo, y la descripción de Dirac encaja completamente en la mayoría de las características de las personas que sufren esta enfermedad. Su forma de abordar la vida y las relaciones personales parecen extraídas del relato “El curioso incidente del perro a medianoche”, un libro fascinante sobre el que escribí el año pasado (lo siento, sólo en esperanto).
He utilizado la palabra enfermedad con desgana y en cursivas, ya que me resisto a considerar este tipo de condiciones personales como tal. De hecho, me parece más bien un tipo de personalidad, que algunos investigadores prefieren considerar como un extremo en el continuo que va de la racionalidad absoluta a la sentimentalidad incontrolada, y que describen de una manera imprecisa y algo peligrosa como cerebro masculino extremo. Comprendo que a quien tenga a un niño autista en la familia el sufrimiento emocional puede ser grande, pero el ejemplo de Dirac muestra que se puede llevar una vida tan normal como la de cualquiera.
En el pasado, se consideraba que el autismo se producía por tener padres poco cariñosos. Ahora se piensa más bien lo contrario, que son los padres los que reaccionan de forma diferente cuando se encuentran con un hijo que, seguramente por causas genéticas o congénitas, no responde emocionalmente de forma convencional. Y aquí está la parte más intrigante del caso de Dirac: en las pocas ocasiones en las que hablaba sobre sí mismo, él siempre acusó a su padre de haberle procurado una infancia tormentosa, y de las consecuencias que se derivaron de su forma de tratarle. Sin embargo, del libro emerge una imagen del padre, Charles Dirac, como una persona ciertamente algo extraña, quizás él mismo también con rasgos autistas, pero no peor que tantos otros padres que se esfuerzan ante un hijo difícil. No puedo por menos que identificarme con alguno de sus rasgos, no sólo porque él mismo era también esperantista (como, por cierto, los padres de otros genios como Cela o Dalí), sino porque uno no puede por menos que apreciar sus esfuerzos en acercarse a un hijo tan complicado.
El libro es excelente. El biógrafo, el también físico Graham Farmelo, ha hecho un trabajo realmente bueno, no sólo investigando los más pequeños detalles de la vida y carácter de Dirac, sino intentando explicar en un lenguaje sencillo los descubrimientos científicos, el contexto en el que se produjeron, y la importancia que tuvieron en su momento y en la actualidad. Combina lo mejor de la alta divulgación científica y del género biográfico. No sé si existen planes para traducirlo al español, pero si mi recomendación puede ayudar a que alguien lo haga, me parece que habré contribuido al conocimiento y apreciación de quien podríamos mejor llamar “el hombre más genial”.
El joven Dirac ha dejado una gran contribución en el terreno del Análisis Funcional con su formulación de la mecánica cuántica al introducir aquello que los físicos llaman el «álgebra de Dirac»: axiomática, simple y contundente para cuantificar los observables en espacios de Hilbert.