Están a punto de cumplirse los tres años del terrible terremoto y tsunami que asolaron las costas de Japón, causando más de 15000 muertos y la devastación de una amplia zona en la costa oriental de Japón, sobre todo alrededor de la ciudad de Sendái. Una enorme tragedia, que fue recogida en todos los medios de comunicación del mundo, de la que se ha seguido hablando desde entonces y que la prensa va a recordar de nuevo durante estos días.
Pero voy a hacer una predicción y por eso escribo este texto dos días antes: en los reportajes que se publicarán el día 11 y alrededores se va a dedicar más del 50% de su espacio a una consecuencia concreta: el daño sufrido por los reactores nucleares de la Central de Fukushima-Daiichi. Es más, me atrevo a apostar que la palabra Fukushima aparecerá en la prensa 50 veces más que Sendái u otras ciudades que sufrieron mucho más por el terremoto.
Es una apuesta segura: es lo que lleva ocurriendo desde entonces; si no desde el principio, al menos desde que pasaron unos meses. Cualquier búsqueda actual en la web, tanto en los medios tradicionales como en las redes sociales o los foros de Internet, lleva a esa conclusión: de Fukushima se habla todas las semanas, del tsunami sólo causa coadyuvante a la tragedia nuclear.
Quizás a muchos les parezca lógico. A mí no.
No me parece mal que se hable del accidente nuclear, por supuesto, pero me parece fuera de cualquier criterio racional que se recuerde mucho más un problema que, sin minimizar su gravedad, no ha causado ni una sola muerte de forma directa, mientras que parece que todo el mundo ha olvidado las trágicas circunstancias del fenómeno original y se ignore el resto de las consecuencias que el tsunami ocasionó.
Es más, la mayoría de esas informaciones suelen adolecer de un carácter muy poco riguroso, y en ellas se mezclan las denuncias sobre errores reales con especulaciones poco sólidas y con estimaciones incorrectas sobre el propio carácter del riesgo nuclear. Y lo que es peor: parece que los entendidos en este campo han decidido callarse, y han renunciado a plantear un enfoque crítico o al menos objetivo de las informaciones. Es curioso, porque no es eso lo que ocurrió al comienzo de la crisis: aparecieron reportajes muy rigurosos sobre los problemas de la Central, y un tratamiento equilibrado en relación con el resto de las consecuencias. Algunos desmintieron las noticias más alarmistas, pero ahora es muy difícil encontrar este otro punto de vista, hasta el extremo de que incluso los que opinan y son honestos empiezan diciendo que no son expertos en la materia.
Así que lo voy a hacer yo. He pensado que a algún lector le puede resultar interesante conocer el punto de vista de alguien que conoce el mundo nuclear, ha trabajado en él, está acostumbrado a valorar los riesgos de otra manera, y es capaz de detectar las informaciones erróneas o sensacionalistas que a veces aparecen allí. A la vez, hace tiempo que dejé ese mundillo, y no tengo intereses directos (bueno, eso no es 100% cierto, pero lo voy a explicar más adelante), y tampoco me considero pro-nuclear (y también eso lo explicaré después), por lo que espero que, incluso aunque se me lea de forma crítica, no se desprecie mi opinión desde un comienzo, presuponiendo que pertenezco a un lobby pronuclear, como tan a menudo se zanjan las discusiones en determinados foros.
Debo decir que gran parte de lo que voy a decir aquí ya lo escribí al poco tiempo del inicio de la catástrofe. Sólo que había tantos especialistas que lo hicieron mejor que yo, que, como digo, ya no estoy tan al tanto de la ciencia y tecnología en el campo, que no me pareció necesario escribirlo en castellano. Lo hice en esperanto, porque en la comunidad de hablantes de ese idioma no es tan habitual encontrar especialistas en el tema, y me pareció que podía aportar algo. Lo puedes leer en este enlace y de hecho tuvo cierto éxito, hasta el punto que el artículo también fue reproducido en otros medios, incluyendo “Kontakto”, la revista de la Asociación Mundial de Jóvenes Esperantistas. Como tres años después muchos hispanohablantes habrán olvidado esos artículos mejores que el mío, voy a presentar esa opinión ahora. Al repasarlo me he dado cuenta de que la mayor parte de lo que entonces contaba sigue siendo válido, así que en gran parte se trata de una traducción fiel de ese original.
Temor y otros sentimientos
Mi artículo en esperanto se titulaba justamente así “Temor y otros sentimientos”, y empezaba aclarando, como lo reitero ahora, que el temor a las consecuencias del accidente nuclear es un sentimiento perfectamente comprensible y legítimo. Cada uno valora su propia escala de riesgos, y nadie puede reprochar nada al respecto. Es más, soy consciente de que cuando intento poner el riesgo en contexto puedo parecer insensible. Pero es todo lo contrario: creo que puedo ayudar a muchos, porque definir los riesgos en su justa medida puede ayudar a disminuir la angustia que muchas personas están sufriendo y que, estoy convencido, es mucho más peligrosa que la misma radiación.
Hay que empezar por decir algo evidente: la energía nuclear es peligrosa. Si alguien os dijo lo contrario, es porque mintió o simplificó. Es por eso que existen departamentos de protección radiológica y seguridad nuclear en todas las instalaciones que usan esa fuente de energía. Por eso existen sistemas sucesivos para detener la transmisión de calor y contener el material radiactivo. No existe el riesgo nulo: eso lo saben y aceptan todas las personas en cuanto comienzan a trabajar en una central nuclear. Simplemente, se deben pesar las ventajas y los riesgos, minimizar éstos últimos todo lo posible y comparar con otras alternativas similares para decidir qué riesgos son aceptables y cuáles no deben admitirse.
El punto de vista de una persona externa casi nunca es ése. La radiación es una tecnología nueva, que no parece natural (aunque en realidad eso no es así), que se emplea en instalaciones complejas y algo apartadas, fuera de la vista de la población. Además, es invisible y no se puede detectar por los sentidos, y para conocer su presencia y magnitud hay que depender de instancias oficiales o grandes empresas. Y para rematar, la primera vez que el gran público supo sobre ella fue como consecuencia de una hecatombe militar. Se juntan todos los ingredientes para que nazcan el temor y la desconfianza.
Así que comprendo perfectamente la reacción de muchas personas en relación con los eventos de Japón. Si además se pueden incluir elementos dramáticos, como la existencia de “malos” (TEPCO) y “buenos” (los héroes que mitigaron la catástrofe), no es de extrañar que la atención mediática se haya concentrado en este concreto incidente.
Lo que me molesta es el completo olvido de otros integrantes de la tragedia. ¿Por qué no aparecerán reportajes sobre la contaminación química, sobre las culpas en la construcción de barreras, sobre los abandonos de desplazados por la destrucción del tsunami? La primera foto que aparece en el artículo de la Wikipedia inglesa sobre el tsunami es el negro penacho por el incendio de una refinería ¿Por qué nadie plantea la prohibición del petróleo?
Un fenómeno más normal de lo que se supone
La explicación, como ya he comentado, es clara: una central nuclear aparece ante la mayoría como un riesgo completamente especial, mientras que para mí, y para todos los que trabajan en el sector, se trata en efecto de un riesgo, pero totalmente comparable a otros que no son considerados de la misma manera. Un ejemplo trivial: cada vez que aparecían noticias en los primeros momentos, los periódicos y televisiones solían mostrar a personas vestidas de blanco, midiendo radiactividad, y he comprobado que esas imágenes llaman la atención y crean inquietud. Sin embargo, para mí se trata de una imagen normal, neutra. Yo mismo me vestía así cuando trabajaba en esas instalaciones, y para mí era como vestir un mono de trabajo o ponerme una corbata. En la foto de al lado se me puede ver hace más de veinte años, y recuerdo haber enseñado la foto a la familia casi con orgullo, no con miedo ni vergüenza.
También en relación con las medidas de radiación el punto de vista de los profesionales es diferente. La radiación no puede verse, pero es muy fácil de detectar, por medio de equipos técnicos, pero no demasiado complicados. Es más, se trata de la manera más sensible que existe para detectar un material, y diversas variantes de ese proceso se emplean en numerosas técnicas para identificar trazas de materiales, tanto en la industria como la investigación o la medicina.
Por otra parte, hay que recordar que la naturaleza es radiactiva, y siempre lo ha sido. Todo lo que nos rodea, el aire, el agua, la tierra poseen cantidades notables de radiactividad. El uranio es mucho más abundante que el oro, por poner un ejemplo. Incluso nosotros mismos contenemos cantidades apreciables de radionúclidos (los radioisótopos carbono-14 y potasio-40, entre otros), y siempre los hemos tenido, incluso antes de que se descubriera la radiactividad y fuéramos capaces de detectarlo. Las cavernas y las casas de piedra donde vivían nuestros antepasados estaban bañadas en radón.
Así que, cuando medimos la radiactividad en el ambiente, somos capaces de detectar incluso las cantidades más insignificantes, y el problema a menudo es establecer si se trata de un aumento real sobre la variabilidad natural en el ambiente. Incluso cuando la respuesta es positiva, casi siempre se trata de cantidades no significativas, es decir, que pueden estar dentro de los niveles de variación de unos lugares a otros (por ejemplo, inferior a la diferencia entre el noroeste de la región de Madrid, muy rica en granito y por tanto en radón, y el sureste de la misma región), y que no tienen ningún impacto real en la salud de los ciudadanos. Es por esa razón por la que tan a menudo se dan esos malentendidos en los reportajes sobre la presencia de radiactividad en un emplazamiento: es posible leer un titular periodístico “¡detectada radiactividad!” y un informe oficial “¡no existe riesgo de radiación!”, y ambos pueden ser igualmente verdaderos. No es de extrañar por tanto que los no especialistas experimenten una confusión total, piensen que se les engaña o que hay una conspiración de silencio. Es verdad que las autoridades y las empresas no difunden información, a veces por mala voluntad, pero más a menudo porque no consideran necesario llamar la atención sobre algo que consideran que no tiene la suficiente importancia.
Otro ejemplo: la famosa escala internacional de incidentes nucleares se creó para proporcionar cierta perspectiva sobre la importancia de éstos. Y sin embargo, he llegado a ver en portada de los periódicos informaciones sobre incidentes por debajo del nivel 1, que, por definición, significan que no tienen ninguna importancia (salvo como aviso para los profesionales)
Igualmente, recuerdo que cuando el accidente de Chernóbil se montó una gran polémica en relación con la llegada de radiactividad a la Península Ibérica, y se acusó al gobierno de ocultar los datos. La realidad es que los niveles eran tan reducidos que no era de extrañar que las autoridades dijeran que no había llegado radiactividad. Ni unos ni otros mentían.
Dilema político
En definitiva, ¿cómo abordamos las personas como yo el debate sobre la energía nuclear? Muy sencillo: como todos los fenómenos que contienen ventajas y riesgos, y comparando con las alternativas existentes. Dado que no se trata de un fenómeno especial, considerémoslo como se hace con cualquier otra forma de tecnología.
Un ejemplo sencillo para que se entienda es examinar un uso concreto de esta tecnología en un contexto no energético: la utilización de la radiación para detectar el cáncer, por ejemplo el de mama. El dilema para los especialistas es muy simple: a partir de qué edad se deben montar campañas para detectar el cáncer por medio de mamografías, que involucran el uso de una radiación ionizante, los rayos X, y que por tanto pueden causar cierta cantidad de cánceres ellas mismas. Pues bien: cuando los beneficios excedan los riesgos, teniendo en cuenta las incertidumbres existentes y el resto de consideraciones sociales. Lo mismo ocurre cuando se usa la radiación para curar el cáncer, por medio de la Radioterapia; se estudian los riesgos y las alternativas (cirugía, quimioterapia, etc.); solamente los pirados se oponen a la radiación sólo porque el cáncer es natural y el cobalto-60 no.
El uso de la energía nuclear para producir electricidad debería seguir el mismo proceso, aunque en este caso reconozco que hay muchos más elementos en la ecuación. Se trata de medir las ventajas y los inconvenientes, incluyendo los riesgos respectivos de cada una de las fuentes de energía. Y aquí quiero subrayar algo evidente: la energía nuclear efectivamente presenta riesgos y desventajas. Si alguien dice que se trata de una decisión técnica, que hay que dejar a los expertos, no le hagáis caso. Pero tampoco es el diablo, como a menudo se lee, al que hay que condenar desde un principio.
La decisión es política, en el sentido más noble de la palabra, no en el sentido de politiquería y partidismo que esa palabra ha llegado a significar para muchos. Es política en el sentido de que se trata de una elección entre las diversas preferencias que las personas muestran en su interacción social. Unas personas no desean experimentar riesgos, y prefieren una vida más tranquila, aunque para ello fuera menos rica. Otros valoran la seguridad en la obtención de electricidad, sin depender de otros factores. Unos quieren pagar lo mínimo posible, a otros no les importa pagar más si con ello reciben otras compensaciones. Unos temen a las instalaciones complejas y las grandes corporaciones, otros se sienten más protegidas por una organización sofisticada. A unos no les gusta depender de una tecnología dominada por las superpotencias, otros prefieren no depender de materias extraídas de países de los que no se fían. Para mí el problema de los residuos es muy importante, a otros les preocupa menos.
Es decir, no quiero hacer un alegato pronuclear. Yo mismo no tengo una opinión muy clara, y en un hipotético referéndum mi voto dependería de muchos factores, entre los cuales algunos personales.
Lo que quiero es insistir sobre la necesidad de que se definan las alternativas. El debate no es tan simple como suele presentarse, y desde luego lo enmaraña del todo la división derecha=pronuclear / izquierda=antinuclear, que en España es especialmente aguda y que desde mi punto de vista no tiene ningún sentido. Aquí los debates se parecen al fútbol: primero veo lo que piensan los míos y así me evito el trabajo de pensar. En cambio, en muchos otros lugares hay conservadores que se oponen a la energía nuclear (por algo son conservadores) y progresistas que la apoyan (porque la consideran progreso). Incluso hay ecologistas que prefieren esta alternativa cuando la comparan con las alternativas, y en ese sentido recomiendo el debate que en los últimos tiempos ha lanzado el británico George Monbiot.
También comprendo que al pesar las alternativas, el miedo es un factor muy importante, y como dice el refrán, es libre. Pero también es un mal consejero. Por desgracia, la gestión del riesgo en esta sociedad contemporánea – en la que se tratan los asuntos de forma superficial, sin atención al contexto, y en la que los políticos tienen terror a cometer el error más nimio – es casi imposible. Pero eso da para otro artículo en algún otro momento…
El caso de Fukushima
Creo que ahora se entiende mejor cómo abordo yo las noticias sobre Fukushima. Me parece una tragedia, por supuesto. Pero es que todo el terremoto me parece una tragedia, y me temo que nos hemos olvidado de ella.
Pero no es una tragedia terrorífica, que deba estar todos los días en las portadas de los agregadores de noticias. No ha causado ningún fallecimiento directo. Es posible que cause alguno de forma indirecta debido a la radiación, pero no creo que sean muchos – aunque no puedo asegurarlo, y a riesgo de equivocarme sobre un tema en que he dejado de ser especialista, como mucho habrá algún incremento en el cáncer de tiroides, una enfermedad bastante fácil de tratar. Insisto: no es que me parezca despreciable, es que seguro que se producen cánceres por los destrozos en las refinerías y las plantas químicas afectadas por el tsunami, y nadie los está contabilizando. Los residentes en la zona tienen derecho a que se les controle, y me parece bien que lo exijan, pero al mismo nivel que los afectados en Tohoku.
Sin embargo, el principal daño que van a sufrir los habitantes van a ser de tipo psicológico, y en esto quiero insistir. En algunos medios de comunicación se recogieron declaraciones del responsable de la Comisión de Estudio oficial, que hablaban de más de mil muertos como consecuencia del accidente nuclear. Pues bien, independientemente de que no tengo muy claro el rigor del dato, el propio responsable afirmó que se trataba de muertes por motivos psicológicos y sociales, no por la radiación. Y aquí hay una tremenda paradoja: lo que mata no es la radiación, es la alarma generada. Es decir, ¡el propio hecho de que el accidente esté siendo portada todos los días contribuye a sus consecuencias!
Se ha hablado incluso de los divorcios de Fukushima: hombres que prefieren seguir viviendo en zonas cercanas, pero no inmediatas, a la Central, mientras que las mujeres se han desplazado a lugares más lejanos. Un ejemplo típico de diferencia en percepción del riesgo, incluido el influjo del género, en el que otro día entraré.
Cualquier estudio científico serio llega a la misma conclusión: es la radiofobia, no la radiación, quien está afectando a la salud de los evacuados.
En cuanto a los efectos sobre otros países, puede decirse algo más contundente: el efecto será cero. En Menéame y en los comentarios de los foros aparecen a menudo enlaces a artículos en algunas webs que se han especializado en alarmar sobre los efectos en Estados Unidos o en otros lugares. Cualquiera que conozca algo sobre radiación sabe que se trata en un 99,99% de las ocasiones de auténticas bobadas. En algunos casos por conspiranoia, en otros por intereses, es raro que tengan algún sentido. En cuanto al océano, puede haber efectos ecológicos locales, seguramente, y espero que el gobierno japonés pueda contener los vertidos, pero no va a producir ningún síndrome de China ni nada parecido. Y sin embargo es curioso que las noticias sobre contaminación convencional pasen casi inadvertidas, al menos en español.
Es más, el accidente nuclear va a tener un efecto medioambiental tremendo; ha provocado un aumento notable de la emisión de gases de efecto invernadero. La paralización de las centrales nucleares en Japón, que muchos consideran positiva, aparte de contribuir a cierto ahorro energético del país, de lo cual me alegro aunque me temo que va a tener un efecto muy temporal, ha necesitado de la puesta en servicio de instalaciones de carbón y petróleo. Un desastre sin paliativos.
Una nota personal
Si has llegado hasta aquí, espero que ahora comprendas el punto de vista con el que yo, y muchos otros que trabajan o han trabajado con radiaciones, vemos los acontecimientos y las consecuencias de Fukushima.
Cuando ocurrieron los hechos seguí con detalle los acontecimientos en Japón, entre otras razones porque gracias a mi actividad en el mundillo del esperanto tengo unos cuantos amigos en aquel país, alguno de los cuales informó de forma continua sobre los acontecimientos. No es que no me preocupara Fukushima, es que no focalizaba la atención en un solo apartado del conjunto.
Pero además seguía con atención lo que pasaba en Fukushima por una razón personal, que anuncié al principio y comento ahora: pensaba en parte de mi familia. Como he dicho antes, yo ya no trabajo en el sector desde hace mucho, pero uno de mis hermanos sí (y otro mantuvo alguna relación). Es decir, claro que entiendo la posición angustiosa que pasaron los trabajadores y los vecinos de la central. Podía imaginármela desde un punto de vista incluso personal.
Toda mi familia y mi entorno de origen tiene una trayectoria ligada con el riesgo: venimos de una zona de mineros del carbón, y para mi medio social el peligro ha sido siempre algo cotidiano, algo que se intentaba minimizar, pero que no constituía una barrera infranqueable, sino algo que se consideraba como parte de la ecuación de la vida. Cuando mis hermanos empezaron a trabajar en la mina, a nadie nos resultó agradable, pero aceptamos el riesgo como un elemento más de la elección vital. Cuando la mina cerró y pasaron a trabajar en las nucleares, la transición fue equivalente, con la percepción incluso de que el riesgo era ahora mucho menos importante.
Es más, yo mismo en su tiempo, y mi hermano ahora, hubiéramos trabajado en una función equivalente a la de los famosos “héroes de Fukushima” si la tragedia hubiera sucedido aquí. Es decir, sé de lo que va el riesgo y lo viví como propio. Por eso valoro su determinación y su valentía, pero a la vez me extrañó en parte la reacción de gran parte del público cuando llegaron las noticias, y cuando se les premió con el Príncipe de Asturias (un premio, por cierto, que hace tiempo dije que deberíamos eliminar cuanto antes). Los héroes fueron tales porque juzgaron los riesgos de forma realista y porque cumplieron con su deber.
Algunos medios hablaron de la cultura japonesa, y del código de honor de los samuráis. Gilipolleces. No dudo que los profesionales de la protección radiológica en las centrales nucleares españolas habrían actuado de la misma manera. De la misma manera que los mineros hispanos no dudan en arriesgar su vida cuando sus colegas están atrapados por un derrumbe o los bomberos entran en una casa en llamas, esos profesionales hacen lo que consideran su deber.
Fueron unos héroes, sin duda. Pero es un signo de los tiempos el que hacer su trabajo se considera una heroicidad. Quizás porque en la sociedad de consumo se ha olvidado que el trabajo es una de las principales fuentes de dignidad. Creo que todos debemos estar orgullosos de ellos. Y aceptar que los riesgos se afrontan, no se evaden.
Si deseamos acabar con la energía nuclear, que sea porque hemos valorado los riesgos y tenemos alternativas mejores. No porque nos hayan asustado con exageraciones y algunas mentiras.