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Inteligencia artificial y lenguas

A estas alturas ya casi todo el mundo ha opinado sobre ChatGPT, sobre la inteligencia artificial y el futuro que nos espera en la creación de textos, por ejemplo en el ámbito académico o periodístico. Lo ha hecho gente que sabe más que yo en temas tecnológicos o sociales, así que no voy a entrar en un análisis general. Pero me ha llamado la atención que pocos han comentado las consecuencias sobre la traducción y el aprendizaje de idiomas, a pesar de que a mí me parece que es un asunto en el que estas herramientas van a causar una revolución. No solo en las maneras de aprender lenguas, sino en el hecho mismo de que tal aprendizaje sea incluso necesario.

Mucha gente, entre ellos yo mismo, ha mostrado su fascinación por los resultados de la redacción de textos, la creatividad que ChatGPT muestra, las capacidades en el desarrollo de narraciones. Pero entre los autores escritores no he visto alusiones a algo más profundo: que la IA no escribe textos en español, sino que traduce al español (ahora preciso este tema). Y que lo hace de forma perfecta.

Creo que la mayoría de los comentaristas sobre estas herramientas de charla no han incidido en este aspecto porque los hispanohablantes estamos tan acostumbrados a encontrar textos en nuestro idioma que no nos percatamos de lo raro que es que un robot creado en Estados Unidos se exprese de esta manera.

Sin embargo, yo sí me he fijado, porque el ChatGPT se expresa así de perfectamente cuando escribe ¡en esperanto!. Quizás no me debería extrañar que la inteligencia artificial sea capaz de escribir en una lengua también artificial, pero es que, como ya he escrito otras veces, el esperanto es una lengua muy normal, solo que minoritaria, y el que un instrumento como este sea capaz de expresarse de una manera tan fluida, sin que se note que lo hace una máquina, me tiene fascinado. En una entrada previa he escrito en esperanto sobre la experiencia, y si sabes la lengua puedes leer en ese enlace, incluyendo mi conclusión, que ya otros han expresado también, de que está muy bien que pidas información o creaciones, pero que no te fíes para nada de lo que te diga. Vamos, que ChatGPT también «alucina» en esperanto.

¿Pero traduce o crea directamente?

Bueno, para ser más exactos, el procedimiento de escritura en español parece ser mixto, es decir, es posible que se aprovechen textos en castellano, que parte del algoritmo emplee textos originales, o incluso que esté habiendo cierta evolución en este campo. Se lo he preguntado al propio ChatGPT, y esto es lo que me dice:

Hola, chatGPT. Quería saber cómo funcionas cuando escribes en español. ¿Escribes de forma original, o elaboras los textos primero en inglés y luego los traduces al español?
Hola! Soy ChatGPT y estoy entrenado para responder en varios idiomas, incluyendo el español. Cuando me haces una pregunta en español, utilizo una combinación de técnicas para generar una respuesta.
En algunos casos, puedo generar una respuesta directamente en español utilizando modelos de lenguaje entrenados específicamente en ese idioma. En otros casos, puedo utilizar modelos de traducción automática para traducir la pregunta del español al inglés, generar una respuesta en inglés y luego volver a traducir la respuesta al español.
En general, mi objetivo es proporcionar una respuesta precisa y útil a tu pregunta, independientemente del idioma en el que se haga la pregunta. Espero haber aclarado tus dudas y estaré encantado de ayudarte con cualquier otra pregunta que tengas.

Es decir, una parte importante de la redacción en castellano se hace traduciendo, cosa que me quedó claro ya desde mis primeros experimentos, cuando pedí a ChatGPT que me escribiera por ejemplo un haiku, y me encontré una perfecta explicación de lo que es esta forma poética, indicando el número de sílabas, pero luego me dio un ejemplo sin respetar lo que decía, es decir, el ejemplo mostraba versos con otra estructura; en cambio, si se lo preguntabas en inglés, sí te escribe un haiku como es debido. Lo mismo si le pides un soneto, o un poema rimado. Te lo hace en inglés, más o menos, pero no en castellano. O si le pides una regla mnemotécnica para aprender el número pi, en inglés te proporciona una de esas frases en que cada palabra tiene el número sucesivo de letras que la cifra correspondiente en pi, mientras que en castellano la frase incumple ese requisito. Lo he repetido ahora y este es el resultado actual:

¿Y si te pido un poema en español, podrías hacer que rimara en español y conservara la métrica de ese idioma?
¡Por supuesto! Como modelo de lenguaje, puedo intentar generar poemas en español que sigan ciertas métricas y ritmos para que rimen. Aunque a veces puede ser un poco difícil crear poesía que tenga un significado coherente y al mismo tiempo cumpla con las reglas de métrica y rima en español.
Sin embargo, hagamos un intento. ¿Tienes algún tema en mente? Si me das algunas palabras clave, podría crear un poema sobre ese tema.

Escríbeme un romance sobre la soledad del traductor de textos históricos, con alusión a la necesidad de respetar posibles arcaísmos y el problema de cumplir los plazos del editor
Aquí te presento un intento de poema sobre la soledad del traductor de textos históricos, con alusión a la necesidad de respetar posibles arcaísmos y el problema de cumplir los plazos del editor:

En la soledad del traductor,
lejos de la luz del sol,
se sumerge en su labor,
con la mente llena de afán.
Texto tras texto se suceden,
viejas historias que rescatar,
buscando arcaísmos perdidos,
que le hagan al lector vibrar.
Pero el tiempo apremia,
y el editor impone su ley,
exige que la tarea termine,
antes que llegue el anochecer.
La presión es inmensa,
el trabajo nunca cesa,
mientras se sumerge en el pasado,
y el presente parece un peso.
Con la vista cansada,
y la mente hecha un mar de dudas,
continúa el traductor su obra,
tratando de cumplir la encomienda.
En la soledad del traductor,
nada más queda que la pasión,
por la historia y la cultura,
que hacen grande la traducción.

¿Esto lo has escrito directamente en español, o has utilizado sobre todo un texto previo en inglés?
Este poema lo he escrito directamente en español. Como modelo de lenguaje, tengo la capacidad de generar contenido original en varios idiomas, incluyendo el español. En este caso, he utilizado mis conocimientos lingüísticos y mi capacidad para identificar patrones y estructuras en español para crear el poema. No he utilizado ningún texto previo en inglés como referencia para crear este poema. Mi objetivo es generar una respuesta coherente y adecuada a la pregunta que se me formula, en este caso, un poema en español sobre la soledad del traductor de textos históricos.

Como tampoco me fío mucho del robotito, he aquí otra prueba:

Y si te pido una regla mnemotécnica para recordar el número pi, escribiendo una frase en que cada palabra tenga un número de letras correspondiente a la cifra de pi que ocupa ese lugar
¡Por supuesto! Aquí te presento una posible regla mnemotécnica para recordar los primeros diez dígitos del número pi, escribiendo una frase en que cada palabra tenga un número de letras correspondiente a la cifra de pi que ocupa ese lugar:
«Que fácil es recordar esto, tres punto uno cuatro uno cinco»
En esta frase, cada palabra tiene un número de letras que corresponde al dígito que ocupa su lugar en la secuencia de los primeros diez dígitos del número pi. Por ejemplo, «que» tiene tres letras, que corresponde al primer dígito de pi, «fácil» tiene cinco letras, que corresponde al segundo dígito, «es» tiene una letra, que corresponde al tercer dígito, y así sucesivamente. Espero que esta regla mnemotécnica te sea útil para recordar los primeros diez dígitos de pi.

¿Me puedes hacer lo mismo en inglés?
¡Claro que sí! Aquí te presento una posible regla mnemotécnica para recordar los primeros diez dígitos del número pi en inglés, escribiendo una frase en que cada palabra tenga un número de letras correspondiente a la cifra de pi que ocupa ese lugar:
«How I wish I could calculate Pi, easily, today: 3.1415»
En esta frase, cada palabra tiene un número de letras que corresponde al dígito que ocupa su lugar en la secuencia de los primeros diez dígitos del número pi. Por ejemplo, «how» tiene tres letras, que corresponde al primer dígito de pi, «wish» tiene cuatro letras, que corresponde al segundo dígito, «I» tiene una letra, que corresponde al tercer dígito, y así sucesivamente. La última palabra «3.1415» es una forma adicional de recordar los dígitos de pi. Espero que esta regla mnemotécnica te sea útil para recordar los primeros diez dígitos de pi en inglés.

Como se ve, la «inteligencia» genera una regla perfecta en inglés, pero «alucina» en castellano (por si no te habías fijado, la regla no tiene ningún sentido y contradice su propia descripción).

Es decir, todo indica que ChatGPT lo que hace fundamentalmente en otros idiomas es traducir desde el inglés, aunque utilice corpus de la otra lengua para afinar el resultado.

El uso en la traducción

Pero lo que más puede llamar la atención es la enorme calidad del texto generado, si nos fijamos no en el contenido, sino en el lenguaje. Es decir, puede no saber contar las sílabas de un verso o las letras de una palabra, pero la frase en que describe el proceso ¿no es asombroso que pueda pasar por algo escrito por una persona nativa? Y, como decía, no solo en español, sino que el resultado es perfecto incluso en idiomas minoritarios como el esperanto o el gallego, que también he comprobado. Parece ser que traduce a más de 50 lenguas, aunque el número correcto no lo sabe ni él mismo, aunque la calidad sea casi perfecta en casi todas.

Ya en los últimos años los traductores habían alcanzado calidades muy altas. Hay que tener mucho cuidado, y de hecho a veces me llegan textos en esperanto de personas que quieren usarlos para webs, para relatos, subtítulos, etc, que han utilizado traductores automáticos, como por ejemplo Google Translate, y quieren comprobar la traducción o corregirlos, y constato que aún presentan muchos errores. Es decir, aún no lo recomiendo para una traducción formal, de calidad, pero yo mismo lo empleo en diversos proyectos (como, me consta, muchos traductores profesionales) para crear el primer borrador y ahorrar tiempo. Eso sí, en el sentido contrario, para saber de qué trata un texto, supongo que muchos han comprobado que es ya posible emplearlo incluso en lenguajes muy alejados.

Pero con ChatGPT creo que se ha dado un paso más. La traducción ya es muy buena. Yo lo he probado para corregir un texto que tenía en esta web, en inglés, donde había unos cuantos fallos, y la conclusión (confirmada por la evaluación de un compañero nativo) es que lo ha mejorado mucho. También en el caso del esperanto se nota una mejora sustancial, aunque, por supuesto, para usos formales aún sigo recomendando que el resultado final lo controle una persona experta, porque a veces inventa palabras, o falla en algunos detalles o contextos.

Todo ello me lleva a una reflexión: ¿cuánto queda para que la traducción sea perfecta, o casi perfecta, al nivel de un profesional? Mi impresión es que poquísimo, unos pocos años a lo sumo. En mi texto en esperanto contaba que hace unos años un amigo me comentaba que el papel del esperanto lo tomaría la traducción automática, y aunque entonces no le creí, creo que ahora estamos llegando a ese nivel. No solo por el esperanto, sino incluso el inglés como lingua franca va a perder el papel actual. ¿Quién necesitará pasar años aprendiendo gramática y vocabulario cuando una aplicación ligada a un traductor automático con inteligencia artificial va a proporcionar un resultado suficiente para las necesidades más básicas?

Cuando se habla de profesiones en peligro por los nuevos desarrollos de inteligencia artificial no suelo ver incluidos a los traductores o a los profesores de idiomas, pero, amigos, sois los próximos. Hasta los esperantistas vamos a tener que reconvertirnos.

Doctor Zamenhof como torero, según MidjourneyDoctor Zamenhof como torero, según Midjourney

Troleo a la Wikipedia (y a otros medios serios)

¡Mira que se avisa a los estudiantes de que no deben fiarse demasiado de la Wikipedia, y de que deben buscar referencias fiables! Pues bien, parece que esa advertencia debería uno dirigírsela primero a los profesionales y a los medios de comunicación.

Hace ya unos años trataba en este blog no tanto sobre los peligros de la Wikipedia, que son bien conocidos, sino, especialmente, sobre el riesgo de que los errores y troleos se podían trasladar fácilmente a otros medios, que luego a su vez se convertían en fuentes de referencia para la propia enciclopedia, cerrando así el círculo y perpetuando la equivocación (lo hacía, por si a alguno le pica la curiosidad, por la afirmación de algún periódico de que el entonces cardenal de Sri Lanka era un firme candidato al papado y hablaba esperanto)

Pues bien, me acabo de encontrar otro ejemplo. Y aún más embarazoso.

Escuchaba hace unos días una emisión atrasada del conocido (y casi solitario) programa de divulgación científica de Radio Nacional de España “A hombros de gigantes”, cuando me encontré con la explicación sobre el origen y etimología del botiquín. Al parecer, este conveniente elemento médico fue inventado por el ruso Dimitri Ivanovich Votikyn, que le dio su nombre, aunque parece ser que le había robado el concepto a un alemán llamado Wilhelm Wienerschnitzel (que, al parece, conservó el consuelo de que en alemán es su apellido el que se emplea para designar el maletín)

Mmmm, no sé. ¿A nadie le resulta sospechosa esa historia? Quizás es que yo, a pesar de mi educación de ciencias, me interese por los aspectos filológicos, y tenga un cierto instinto lingüístico, pero el caso es que no cuadra mucho. No hay muchas palabras rusas en castellano, pero, sobre todo, ¿no se parece demasiado la palabra BOTIQUÍN a botica, boticario, y palabras similares relacionadas con la apoteka (incluyendo las bodegas y bodegueros)? Yo desconfío mucho de las etimologías populares, y no puedo evitar que se me enciendan alarmas cada vez que, por ejemplo, en un concurso televisivo muy popular sobre palabras se habla sobre orígenes de dichos y expresiones (muy a menudo con un tufo que tira para atrás de caprichoso)

Así que busqué en la red. Y me encontré con muchos otros lugares donde se recogía esa historia. A comenzar por la mencionada Wikipedia, pero también webs de entidades médicas o culturales como algún museo. Sin embardo, un repaso por la misma RAE o por otras entidades más fiables confirmaba el parentesco, evidente, del botiquín con la botica.

Es decir, lo de Votikyn es un invento. Es más, si en la propia Wikipedia se busca el equivalente alemán, por ningún aparece el señor Wienerschnitzel, que, por otro lado, es… ¡un plato de cocina! (el escalope vienés, por si alguien quiere buscarlo).

Es decir, que algún trol se la ha colado a todas esas webs y a algún divulgador científico que no ha tenido la preocupación de hacer sus deberes. Claro, que no me extraña, porque ya en otra ocasión tuve la ocasión de sufrir su falta de rigor cuando trató en el mismo programa sobre el iniciador del esperanto, el también médico Lázaro Zamenhof, de una forma tan frívola que daba vergüenza ajena.

Pero si vuelvo a traer este fenómeno al blog es porque hay una vuelta de tuerca: creo que en esta vez no tiene la culpa la Wikipedia, sino que a esta le ha llegado la historia de una manera indirecta. En realidad, la historia aparece en Wikipedia en abril del 2020, y muchas de estas webs que la recogen son previas. Es más, puede seguirse cuál de ellas la han tomado de la Wikipedia por la aparición de un error ortográfico, en el supuesto nombre alemán: Whilhelm en vez de Wilhelm Wienerschnitzel.

Y creo que he encontrado la fuente original, y es más embarazoso de lo que había supuesto: se trata de la Inciclopedia, la versión paródica de la Wikipedia. Allí es donde nace al parecer la historia, con un invento típico de esa web.

El artículo es graciosillo, más elaborado que muchos de otras webs que pasan por serias (con algún párrafo impagable, como “Siempre, siempre, SIEMPRE recuerde identificar y distinguir apropiadamente el termómetro oral y el rectal”). Quizás por ello algún investigador no se dio cuenta de su carácter satírico y lo incluyó en su bibliografía. A partir de ello el conocido efecto bola de nieve de la Red empezó a funcionar, y se transmitió a otras publicaciones. De éstas, ya como fuente fiable, la historia pasó a la Wikipedia, y de ahí a los programas de divulgación científica.

Así que la moraleja está clara. No te fíes de la Wikipedia, ni siquiera cuando sus informaciones procedan de otras fuentes. Y si eres responsable de un programa de divulgación científica, emplea el sentido crítico y ejerce un poco de rigor; es lo menos que se te puede pedir.

La respuesta puede ser Borges

Este verano he tenido una experiencia borgiana. Una de esas conexiones entre dos mundos diferentes, sobre los que uno comienza gradualmente a sospechar que no se encuentran aparte, que uno de ellos ilumina al otro, lo define o lo complementa. Y además el protagonista de ambos es, ni más ni menos, que el mismo Borges.

Es una lástima que yo carezca de su talento literario. Ni de lejos. Pero no me puedo resistir a contarlo y volver así al blog, aunque sea de esa manera vargasllosesca que alguna vez critiqué aquí. Daré un par de vueltas, y como siempre el texto me quedará demasiado largo para un blog y demasiado corto para un ensayo, pero espero que los borgianos aprecien el paralelismo, me lo perdonen y me sigan casi hasta el final.

Por cierto, el otro protagonista de la historia es el doctor Oliver Sacks, que acaba de fallecer. Ello me ha incitado a publicar ya mismo lo que había comenzado a redactar estos días y preveía refinar un poco más. Sirva al menos mi texto como un homenaje, aunque, como se verá, no tan entregado como los que supongo que vamos a leer durante los próximos días.

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero

Creo que ya he comentado aquí alguna otra vez mi mala costumbre de leer varios libros a la vez. Cuatro o cinco, como mínimo, a veces unos cuantos más. Normalmente sobre distintos temas y en lenguas diferentes, así que no corro el riesgo de que se me mezclen los argumentos, como le ocurría al escribidor del citado Vargas Llosa. Pero sí que me ocurre a menudo que una lectura influye sobre otra, interacciona y sugiere, abriendo perspectivas que cada uno de ellos no habría sugerido de forma separada. Lo recomiendo, aunque reconozco que mis intereses librescos son poco habituales, y no estoy seguro de que funcione para todo el mundo.

Me acaba de ocurrir uno de los casos más claros en que un libro ilumina y sugiere lo que otro estaba preguntando. Y como necesito ayuda para confirmar mi intuición, lo pregunto aquí, por si alguno de los lectores me puede echar una mano.

Este verano me animé a leer por fin «El hombre que confundió a su mujer con un sombrero», de Oliver Sacks. Supongo que muchos de vosotros conocéis la obra, porque ya ha cumplido dos o tres décadas. Se trata de la descripción una serie de casos clínicos de personas con anomalías neurológicas, algunas muy espectaculares, tratadas por el autor, y que le hicieron muy famoso. El hombre que confundió a su mujer con un sombreroEl doctor Sacks había anunciado recientemente que sufría de un cáncer incurable, con un artículo muy emotivo, y ello ha aumentado aún más su ya gran fama y su apreciación pública. Cómo él mismo prevío, el cáncer acaba de terminar con su vida.

Cualquier motivo es bueno para leer un libro que uno tenía en su lista (y su tableta) desde hace tiempo, así que por fin me animé. Supongo que alguno más lo hará estos días, y de hecho lo recomiendo.

Debo confesar, sin embargo, que al poco de leer varios de los capítulos me invadió un cierto desconcierto, y no debido a las historias en sí mismas (aunque algunas sean, en efecto, desasosegantes). Empecé a preguntarme si las historias son reales y pertinentes, si no estaban embellecidas. Si además son significativas. En suma, si en vez de un libro de divulgación científica estaba leyendo una pieza literaria.

Oliver Sacks deja claro, desde el comienzo, su punto de vista de que la literatura médica ha(bía) olvidado a los seres humanos concretos y se estaba centrando en estructuras y leyes generales. Él procura recuperar la historia clínica individual, al paciente como persona. Me parece por tanto lícito que él elija otro camino y me parece honesto el que nos lo diga desde el principio. Ello presenta la ventaja de presentar a los enfermos en su individualidad, aunque a mí me molesta en ciertos casos la evidente pérdida de intimidad que ello supone.

Pero el principal de los inconvenientes que veo al libro es que el rigor científico inevitablemente se resiente. En alguno de los casos, sobre todo al comienzo, los síndromes que se consideran son raros, pero no excepcionales. Uno puede sacar conclusiones generales, por la similitud de síntomas en diferentes personas, por la coherencia en las acciones. Las personas son individuos, pero no atracciones de feria.

Poco a poco, uno empieza a sospechar que algunos de los rasgos descritos, o de sus interpretaciones, si no han surgido de la imaginación del doctor Sacks están, al menos en parte, ficcionalizados. ¿Estoy leyendo una descripción fiel de un síndrome, o una elaboración del autor, más o menos consciente? No tengo ninguna base científica en psicología o neurología, así que no puedo contestar. Sólo mi fuerte espíritu escéptico empezaba a asomar ya a medio libro, y me estaba planteando el preguntar en algún foro, para ver qué opinaba gente que sabe más que yo. Y en eso llegó el segundo libro a echar una mano.

La sekreta miraklo

En eso llegó Borges.

En este caso la chiripa fue doble. Últimamente leo muy poca ficción, casi nada en castellano. Y aunque leo bastante más en esperanto, tanto original como traducciones, prácticamente nunca se trata de literatura española vertida a esta lengua. Evidentemente no tiene mucho sentido para un hispanohablante, salvo que uno tenga un interés filológico, en el análisis o la crítica literaria, o para aprender. Pero en este caso hice una excepción: también tenía desde hace tiempo un ejemplar de una recopilación de relatos de Jorge Luis Borges, traducida al esperanto por un grupo de algunos de los mejores escritores actuales en este idioma, algunos de ellos incluso amigos.

La verdad es que el libro, «La sekreta miraklo», es excelente. La selección es irreprochable, las traducciones son fluidas; las notas, justas y pertinentes; la apariencia, profesional. La sekreta mirakloAunque Borges es siempre Borges (se nota que trata de mi literato favorito, ¿verdad?), y su lenguaje es tan personal, en este caso estoy seguro que él mismo hubiera apreciado que personas con tanto talento hayan encontrado la forma de transmitir su prosa a una lengua tan especial, que aunque sólo menciona una vez, de pasada, en una de sus obras, que yo sepa, no está tan lejos de sus temas de interés (al fin y al cabo, una lengua creada es el tema de su ensayo «El idioma analítico de John Wilkins», una referencia literaria ineludible sobre el tema).

Creo que Borges habría apreciado también cómo su prosa influyó sobre la interpretación de un libro que trata un tema tan distinto. Como decía, es un argumento muy borgiano, y sólo puedo lamentar el carecer de su talento, sólo puedo dar vueltas alrededor del argumento, esperando que los (eventuales) lectores aprecien esta ligera aproximación.

El caso es que tras leer varias de las historias de la antología, y volver a retomar «El hombre…», empecé a notar las similitudes. Algunas de las historias clínicas, ¿no parecían un poco borgianas? ¿No podría ocurrir como el «Tema del traidor y del héroe», que el texto había sido puesto en boca del autor, quizás de forma inconsciente? ¿No sería el doctor Sacks él mismo algo borgiano?

Vuelvo a Borges, leo «El jardín de senderos que se bifurcan» y luego «Funes el memorioso», y ya la sensación empieza a ser opresiva. Regreso a «El hombre…» y ahora aparece Borges ya de pleno, primero mencionado en el caso de «Los gemelos» y luego en «El artista autista». Sacks no lo oculta, explora la relación entre descripción clínica y ficción literaria, y aunque él plantea una influencia inversa, ya no sé si también en la recreación de Sacks no se ha colado una perspectiva literaria.

Y esa sensación insidiosa que comentaba, que las descripciones de Sacks estaban en parte borgianamente ficcionalizadas, ya no me pudo abandonar hasta el final. Pero, eso sí, cambió la perspectiva: lo que en principio llegué a sospechar que era una falta de rigor, y hasta de honestidad, se convirtió en otra cosa: en un artificio literario, donde, al menos en parte, se deja volar a la imaginación o a la fantasía, si no en las descripciones, al menos en las interpretaciones.

Como decía al inicio, no sé hasta qué punto mi interpretación es correcta. Al fin y al cabo, no deja de ser una evocación, en sí misma muy propia de Borges: cada vez que uno lee un libro, éste cambia. Así que necesito el criterio de quien pueda valorar los casos que describe Sacks. ¿Son rigurosos? ¿o son borgianos? ¿Algún neurólogo en la sala? ¿O, en su defecto, un crítico?

NOTA ADICIONAL: Tras la redacción de este artículo, he leído dos necrologías que completan en parte las preguntas que me hacía y casi las responden. La publicada en el New York Times hace referencia a que sus casos clínicos «se leen como cuentos de Borges o Calvino». La despedida en The Guardian menciona que algunos de sus detractores le acusaron de escribir «cuentos de hadas» (fairytales) y que podía haber adornado el caso cuando convenía a su propósito (he may have used a measure of embellishment when it suited his purpose). Bueno, me alegra saber que no andaba tan desencaminado.

Otra forma de ver Fukushima

Están a punto de cumplirse los tres años del terrible terremoto y tsunami que asolaron las costas de Japón, causando más de 15000 muertos y la devastación de una amplia zona en la costa oriental de Japón, sobre todo alrededor de la ciudad de Sendái. Una enorme tragedia, que fue recogida en todos los medios de comunicación del mundo, de la que se ha seguido hablando desde entonces y que la prensa va a recordar de nuevo durante estos días.

Pero voy a hacer una predicción y por eso escribo este texto dos días antes: en los reportajes que se publicarán el día 11 y alrededores se va a dedicar más del 50% de su espacio a una consecuencia concreta: el daño sufrido por los reactores nucleares de la Central de Fukushima-Daiichi. Es más, me atrevo a apostar que la palabra Fukushima aparecerá en la prensa 50 veces más que Sendái u otras ciudades que sufrieron mucho más por el terremoto.

Es una apuesta segura: es lo que lleva ocurriendo desde entonces; si no desde el principio, al menos desde que pasaron unos meses. Cualquier búsqueda actual en la web, tanto en los medios tradicionales como en las redes sociales o los foros de Internet, lleva a esa conclusión: de Fukushima se habla todas las semanas, del tsunami sólo causa coadyuvante a la tragedia nuclear.

Quizás a muchos les parezca lógico. A mí no.

No me parece mal que se hable del accidente nuclear, por supuesto, pero me parece fuera de cualquier criterio racional que se recuerde mucho más un problema que, sin minimizar su gravedad, no ha causado ni una sola muerte de forma directa, mientras que parece que todo el mundo ha olvidado las trágicas circunstancias del fenómeno original y se ignore el resto de las consecuencias que el tsunami ocasionó.

Es más, la mayoría de esas informaciones suelen adolecer de un carácter muy poco riguroso, y en ellas se mezclan las denuncias sobre errores reales con especulaciones poco sólidas y con estimaciones incorrectas sobre el propio carácter del riesgo nuclear. Y lo que es peor: parece que los entendidos en este campo han decidido callarse, y han renunciado a plantear un enfoque crítico o al menos objetivo de las informaciones. Es curioso, porque no es eso lo que ocurrió al comienzo de la crisis: aparecieron reportajes muy rigurosos sobre los problemas de la Central, y un tratamiento equilibrado en relación con el resto de las consecuencias. Algunos desmintieron las noticias más alarmistas, pero ahora es muy difícil encontrar este otro punto de vista, hasta el extremo de que incluso los que opinan y son honestos empiezan diciendo que no son expertos en la materia.

Así que lo voy a hacer yo. He pensado que a algún lector le puede resultar interesante conocer el punto de vista de alguien que conoce el mundo nuclear, ha trabajado en él, está acostumbrado a valorar los riesgos de otra manera, y es capaz de detectar las informaciones erróneas o sensacionalistas que a veces aparecen allí. A la vez, hace tiempo que dejé ese mundillo, y no tengo intereses directos (bueno, eso no es 100% cierto, pero lo voy a explicar más adelante), y tampoco me considero pro-nuclear (y también eso lo explicaré después), por lo que espero que, incluso aunque se me lea de forma crítica, no se desprecie mi opinión desde un comienzo, presuponiendo que pertenezco a un lobby pronuclear, como tan a menudo se zanjan las discusiones en determinados foros.

Debo decir que gran parte de lo que voy a decir aquí ya lo escribí al poco tiempo del inicio de la catástrofe. Sólo que había tantos especialistas que lo hicieron mejor que yo, que, como digo, ya no estoy tan al tanto de la ciencia y tecnología en el campo, que no me pareció necesario escribirlo en castellano. Lo hice en esperanto, porque en la comunidad de hablantes de ese idioma no es tan habitual encontrar especialistas en el tema, y me pareció que podía aportar algo. portada revista Kontakto sobre energía nuclearLo puedes leer en este enlace y de hecho tuvo cierto éxito, hasta el punto que el artículo también fue reproducido en otros medios, incluyendo “Kontakto”, la revista de la Asociación Mundial de Jóvenes Esperantistas. Como tres años después muchos hispanohablantes habrán olvidado esos artículos mejores que el mío, voy a presentar esa opinión ahora. Al repasarlo me he dado cuenta de que la mayor parte de lo que entonces contaba sigue siendo válido, así que en gran parte se trata de una traducción fiel de ese original.

Temor y otros sentimientos

Mi artículo en esperanto se titulaba justamente así “Temor y otros sentimientos”, y empezaba aclarando, como lo reitero ahora, que el temor a las consecuencias del accidente nuclear es un sentimiento perfectamente comprensible y legítimo. Cada uno valora su propia escala de riesgos, y nadie puede reprochar nada al respecto. Es más, soy consciente de que cuando intento poner el riesgo en contexto puedo parecer insensible. Pero es todo lo contrario: creo que puedo ayudar a muchos, porque definir los riesgos en su justa medida puede ayudar a disminuir la angustia que muchas personas están sufriendo y que, estoy convencido, es mucho más peligrosa que la misma radiación.

Hay que empezar por decir algo evidente: la energía nuclear es peligrosa. Si alguien os dijo lo contrario, es porque mintió o simplificó. Es por eso que existen departamentos de protección radiológica y seguridad nuclear en todas las instalaciones que usan esa fuente de energía. Por eso existen sistemas sucesivos para detener la transmisión de calor y contener el material radiactivo. No existe el riesgo nulo: eso lo saben y aceptan  todas las personas en cuanto comienzan a trabajar en una central nuclear. Simplemente, se deben pesar las ventajas y los riesgos, minimizar éstos últimos todo lo posible y comparar con otras alternativas similares para decidir qué riesgos son aceptables y cuáles no deben admitirse.

El punto de vista de una persona externa casi nunca es ése. La radiación es una tecnología nueva, que no parece natural (aunque en realidad eso no es así), que se emplea en instalaciones complejas y algo apartadas, fuera de la vista de la población. Además, es invisible y no se puede detectar por los sentidos, y para conocer su presencia y magnitud hay que depender de instancias oficiales o grandes empresas. Y para rematar, la primera vez que el gran público supo sobre ella fue como consecuencia de una hecatombe militar. Se juntan todos los ingredientes para que nazcan el temor y la desconfianza.

Así que comprendo perfectamente la reacción de muchas personas en relación con los eventos de Japón. Si además se pueden incluir elementos dramáticos, como la existencia de “malos” (TEPCO) y “buenos” (los héroes que mitigaron la catástrofe), no es de extrañar que la atención mediática se haya concentrado en este concreto incidente.

Lo que me molesta es el completo olvido de otros integrantes de la tragedia. ¿Por qué no aparecerán reportajes sobre la contaminación química, sobre las culpas en la construcción de barreras, sobre los abandonos de desplazados por la destrucción del tsunami? La primera foto que aparece en el artículo de la Wikipedia inglesa sobre el tsunami es el negro penacho por el incendio de una refinería ¿Por qué nadie plantea la prohibición del petróleo?

Un fenómeno más normal de lo que se supone

La explicación, como ya he comentado, es clara: una central nuclear aparece ante la mayoría como un riesgo completamente especial, mientras que para mí, y para todos los que trabajan en el sector, se trata en efecto de un riesgo, pero totalmente comparable a otros que no son considerados de la misma manera. vestido de nuclearUn ejemplo trivial: cada vez que aparecían noticias en los primeros momentos, los periódicos y televisiones solían mostrar a personas vestidas de blanco, midiendo radiactividad, y he comprobado que esas imágenes llaman la atención y crean inquietud. Sin embargo, para mí se trata de una imagen normal, neutra. Yo mismo me vestía así cuando trabajaba en esas instalaciones, y para mí era como vestir un mono de trabajo o ponerme una corbata. En la foto de al lado se me puede ver hace más de veinte años, y recuerdo haber enseñado la foto a la familia casi con orgullo, no con miedo ni vergüenza.

También en relación con las medidas de radiación el punto de vista de los profesionales es diferente. La radiación no puede verse, pero es muy fácil de detectar, por medio de equipos técnicos, pero no demasiado complicados. Es más, se trata de la manera más sensible que existe para detectar un material, y diversas variantes de ese proceso se emplean en numerosas técnicas para identificar trazas de materiales, tanto en la industria como la investigación o la medicina.

Por otra parte, hay que recordar que la naturaleza es radiactiva, y siempre lo ha sido. Todo lo que nos rodea, el aire, el agua, la tierra poseen cantidades notables de radiactividad. El uranio es mucho más abundante que el oro, por poner un ejemplo. Incluso nosotros mismos contenemos cantidades apreciables de radionúclidos (los radioisótopos carbono-14 y potasio-40, entre otros), y siempre los hemos tenido, incluso antes de que se descubriera la radiactividad y fuéramos capaces de detectarlo. Las cavernas y las casas de piedra donde vivían  nuestros antepasados estaban bañadas en radón.

Así que, cuando medimos la radiactividad en el ambiente, somos capaces de detectar incluso las cantidades más insignificantes, y el problema a menudo es establecer si se trata de un aumento real sobre la variabilidad natural en el ambiente. Incluso cuando la respuesta es positiva, casi siempre se trata de cantidades no significativas, es decir, que pueden estar dentro de los niveles de variación de unos lugares a otros (por ejemplo, inferior a la diferencia entre el noroeste de la región de Madrid, muy rica en granito y por tanto en radón, y el sureste de la misma región), y que no tienen ningún impacto real en la salud de los ciudadanos. Es por esa razón por la que tan a menudo se dan esos malentendidos en los reportajes sobre la presencia de radiactividad en un emplazamiento: es posible leer un titular periodístico “¡detectada radiactividad!” y un informe oficial “¡no existe riesgo de radiación!”, y ambos pueden ser igualmente verdaderos. No es de extrañar por tanto que los no especialistas experimenten una confusión total, piensen que se les engaña o que hay una conspiración de silencio. Es verdad que las autoridades y las empresas no difunden información, a veces por mala voluntad, pero más a menudo porque no consideran necesario llamar la atención sobre algo que consideran que no tiene la suficiente importancia.

Otro ejemplo: la famosa escala internacional de incidentes nucleares se creó para proporcionar cierta perspectiva sobre la importancia de éstos. Y sin embargo, he llegado a ver en portada de los periódicos informaciones sobre incidentes por debajo del nivel 1, que, por definición, significan que no tienen ninguna importancia (salvo como aviso para los profesionales)

Igualmente, recuerdo que cuando el accidente de Chernóbil se montó una gran polémica en relación con la llegada de radiactividad a la Península Ibérica, y se acusó al gobierno de ocultar los datos. La realidad es que los niveles eran tan reducidos que no era de extrañar que las autoridades dijeran que no había llegado radiactividad. Ni unos ni otros mentían.

Dilema político

En definitiva, ¿cómo abordamos las personas como yo el debate sobre la energía nuclear? Muy sencillo: como todos los fenómenos que contienen ventajas y riesgos, y comparando con las alternativas existentes. Dado que no se trata de un fenómeno especial, considerémoslo como se hace con cualquier otra forma de tecnología.

Un ejemplo sencillo para que se entienda es examinar un uso concreto de esta tecnología en un contexto no energético: la utilización de la radiación para detectar el cáncer, por ejemplo el de mama. El dilema para los especialistas es muy simple: a partir de qué edad se deben montar campañas para detectar el cáncer por medio de mamografías, que involucran el uso de una radiación ionizante, los rayos X, y que por tanto pueden causar cierta cantidad de cánceres ellas mismas. Pues bien: cuando los beneficios excedan los riesgos, teniendo en cuenta  las incertidumbres existentes y el resto de consideraciones sociales. Lo mismo ocurre cuando se usa la radiación para curar el cáncer, por medio de la Radioterapia; se estudian los riesgos y las alternativas (cirugía, quimioterapia, etc.); solamente los pirados se oponen a la radiación sólo porque el cáncer es natural y el cobalto-60 no.

El uso de la energía nuclear para producir electricidad debería seguir el mismo proceso, aunque en este caso reconozco que hay muchos más elementos en la ecuación. Se trata de medir las ventajas y los inconvenientes, incluyendo los riesgos respectivos de cada una de las fuentes de energía. Y aquí quiero subrayar algo evidente: la energía nuclear efectivamente presenta riesgos y desventajas. Si alguien dice que se trata de una decisión técnica, que hay que dejar a los expertos, no le hagáis caso. Pero tampoco es el diablo, como a menudo se lee, al que hay que condenar desde un principio.

La decisión es política, en el sentido más noble de la palabra, no en el sentido de politiquería y partidismo que esa palabra ha llegado a significar para muchos. Es política en el sentido de que se trata de una elección entre las diversas preferencias que las personas muestran en su interacción social. Unas personas no desean experimentar riesgos, y prefieren una vida más tranquila, aunque para ello fuera menos rica. Otros valoran la seguridad en la obtención de electricidad, sin depender de otros factores. Unos quieren pagar lo mínimo posible, a otros no les importa pagar más si con ello reciben otras compensaciones. Unos temen a las instalaciones complejas y las grandes corporaciones, otros se sienten más protegidas por una organización sofisticada. A unos no les gusta depender de una tecnología dominada por las superpotencias, otros prefieren no depender de materias extraídas de países de los que no se fían. Para mí el problema de los residuos es muy importante, a otros les preocupa menos.

Es decir, no quiero hacer un alegato pronuclear. Yo mismo no tengo una opinión muy clara, y en un hipotético referéndum mi voto dependería de muchos factores, entre los cuales algunos personales.

Lo que quiero es insistir sobre la necesidad de que se definan las alternativas. El debate no es tan simple como suele presentarse, y desde luego lo enmaraña del todo la división derecha=pronuclear / izquierda=antinuclear, que en España es especialmente aguda y que desde mi punto de vista no tiene ningún sentido. Aquí los debates se parecen al fútbol: primero veo lo que piensan los míos y así me evito el trabajo de pensar. En cambio, en muchos otros lugares hay conservadores que se oponen a la energía nuclear (por algo son conservadores) y progresistas que la apoyan (porque la consideran progreso). Incluso hay ecologistas que prefieren esta alternativa cuando la comparan con las alternativas, y en ese sentido recomiendo el debate que en los últimos tiempos ha lanzado el británico George Monbiot.

También comprendo que al pesar las alternativas, el miedo es un factor muy importante, y como dice el refrán, es libre. Pero también es un mal consejero. Por desgracia, la gestión del riesgo en esta sociedad contemporánea – en la que se tratan los asuntos de forma superficial, sin atención al contexto, y en la que los políticos tienen terror a cometer el error más nimio – es casi imposible. Pero eso da para otro artículo en algún otro momento…

El caso de Fukushima

Creo que ahora se entiende mejor cómo abordo yo las noticias sobre Fukushima. Me parece una tragedia, por supuesto. Pero es que todo el terremoto me parece una tragedia, y me temo que nos hemos olvidado de ella.

Pero no es una tragedia terrorífica, que deba estar todos los días en las portadas de los agregadores de noticias. No ha causado ningún fallecimiento directo. Es posible que cause alguno de forma indirecta debido a la radiación, pero no creo que sean muchos – aunque no puedo asegurarlo, y a riesgo de equivocarme sobre un tema en que he dejado de ser especialista, como mucho habrá algún incremento en el cáncer de tiroides, una enfermedad bastante fácil de tratar. Insisto: no es que me parezca despreciable, es que seguro que se producen cánceres por los destrozos en las refinerías y las  plantas químicas afectadas por el tsunami, y nadie los está contabilizando. Los residentes en la zona tienen derecho a que se les controle, y me parece bien que lo exijan, pero al mismo nivel que los afectados en Tohoku.

Sin embargo, el principal daño que van a sufrir los habitantes van a ser de tipo psicológico, y en esto quiero insistir. En algunos medios de comunicación se recogieron declaraciones del responsable de la Comisión de Estudio oficial, que hablaban de más de mil muertos como consecuencia del accidente nuclear. Pues bien, independientemente de que no tengo muy claro el rigor del dato, el propio responsable afirmó que se trataba de muertes por motivos psicológicos y sociales, no por la radiación. Y aquí hay una tremenda paradoja: lo que mata no es la radiación, es la alarma generada. Es decir, ¡el propio hecho de que el accidente esté siendo portada todos los días contribuye a sus consecuencias!

Se ha hablado incluso de los divorcios de Fukushima: hombres que prefieren seguir viviendo en zonas cercanas, pero no inmediatas, a la Central, mientras que las mujeres se han desplazado a lugares más lejanos. Un ejemplo típico de diferencia en percepción del riesgo, incluido el influjo del género, en el que otro día entraré.

Cualquier estudio científico serio llega a la misma conclusión: es la radiofobia, no la radiación, quien está afectando a la salud de los evacuados.

En cuanto a los efectos sobre otros países, puede decirse algo más contundente: el efecto será cero. En Menéame y en los comentarios de los foros aparecen a menudo enlaces a artículos en algunas webs que se han especializado en alarmar sobre los efectos en Estados Unidos o en otros lugares. Cualquiera que conozca algo sobre radiación sabe que se trata en un 99,99% de las ocasiones de auténticas bobadas. En algunos casos por conspiranoia, en otros por intereses, es raro que tengan algún sentido. En cuanto al océano, puede haber efectos ecológicos locales, seguramente, y espero que el gobierno japonés pueda contener los vertidos, pero no va a producir ningún síndrome de China ni nada parecido. Y sin embargo es curioso que las noticias sobre contaminación convencional pasen casi inadvertidas, al menos en español.

Es más, el accidente nuclear va a tener un efecto medioambiental tremendo; ha provocado un aumento notable de la emisión de gases de efecto invernadero. La paralización de las centrales nucleares en Japón, que muchos consideran positiva, aparte de contribuir a cierto ahorro energético del país, de lo cual me alegro aunque me temo que va a tener un efecto muy temporal, ha necesitado de la puesta en servicio de instalaciones de carbón y petróleo. Un desastre sin paliativos.

Una nota personal

Si has llegado hasta aquí, espero que ahora comprendas el punto de vista con el que yo, y muchos otros que trabajan o han trabajado con radiaciones, vemos los acontecimientos y las consecuencias de Fukushima.

Cuando ocurrieron los hechos seguí con detalle los acontecimientos en Japón, entre otras razones porque gracias a mi actividad en el mundillo del esperanto tengo unos cuantos amigos en aquel país, alguno de los cuales informó de forma continua sobre los acontecimientos. No es que no me preocupara Fukushima, es que no focalizaba la atención en un solo apartado del conjunto.

Pero además seguía con atención lo que pasaba en Fukushima por una razón personal, que anuncié al principio y comento ahora: pensaba en parte de mi familia. Como he dicho antes, yo ya no trabajo en el sector desde hace mucho, pero uno de mis hermanos sí (y otro mantuvo alguna relación). Es decir, claro que entiendo la posición angustiosa que pasaron los trabajadores y los vecinos de la central. Podía imaginármela desde un punto de vista incluso personal.

Toda mi familia y mi entorno de origen tiene una trayectoria ligada con el riesgo: venimos de una zona de mineros del carbón, y para mi medio social el peligro ha sido siempre algo cotidiano, algo que se intentaba minimizar, pero que no constituía una barrera infranqueable, sino algo que se consideraba como parte de la ecuación de la vida. Cuando mis hermanos empezaron a trabajar en la mina, a nadie nos resultó agradable, pero aceptamos el riesgo como un elemento más de la elección vital. Cuando la mina cerró y pasaron a trabajar en las nucleares, la transición fue equivalente, con la percepción incluso de que el riesgo era ahora mucho menos importante.

Es más, yo mismo en su tiempo, y mi hermano ahora, hubiéramos trabajado en una función equivalente a la de los famosos “héroes de Fukushima” si la tragedia hubiera sucedido aquí. héroes de FukushimaEs decir, sé de lo que va el riesgo y lo viví como propio. Por eso valoro su determinación y su valentía, pero a la vez me extrañó en parte la reacción de gran parte del público cuando llegaron las noticias, y cuando se les premió con el Príncipe de Asturias (un premio, por cierto, que hace tiempo dije que deberíamos eliminar cuanto antes). Los héroes fueron tales porque juzgaron los riesgos de forma realista y porque cumplieron con su deber.

Algunos medios hablaron de la cultura japonesa, y del código de honor de los samuráis. Gilipolleces. No dudo que los profesionales de la protección radiológica en las centrales nucleares españolas habrían actuado de la misma manera. De la misma manera que los mineros hispanos no dudan en arriesgar su vida cuando sus colegas están atrapados por un derrumbe o los bomberos entran en una casa en llamas, esos profesionales hacen lo que consideran su deber.

Fueron unos héroes, sin duda. Pero es un signo de los tiempos el que hacer su trabajo se considera una heroicidad. Quizás porque en la sociedad de consumo se ha olvidado que el trabajo es una de las principales fuentes de dignidad. Creo que todos debemos estar orgullosos de ellos. Y aceptar que los riesgos se afrontan, no se evaden.

Si deseamos acabar con la energía nuclear, que sea porque hemos valorado los riesgos y tenemos alternativas mejores. No porque nos hayan asustado con exageraciones y algunas mentiras.

TED o la anticiencia

Ya he hablado aquí alguna vez sobre TED, y normalmente para bien. Para quien no lo conozca, es un formato de conferencias, organizadas en Estados Unidos, que tratan sobre temas de conocimiento muy diversas, normalmente en la vanguardia del conocimiento o la evolución de la sociedad, bajo el lema «ideas que merece la pena difundir». Aunque el formato original se expresa en inglés, han llevado a cabo un destacable esfuerzo por favorecer la traducción de contenidos, y yo mismo he colaborado en la traducción de algunas de las charlas al esperanto. Han creado una marca tan potente que incluso han podido franquiciarla mediante la organización de los eventos TEDx, organizados por entidades externas bajo el mismo modelo, y de las que también hablé en este blog (aunque sólo en la versión en esperanto) por la participación de David de Ugarte en TEDxMadrid con una conferencia impartida en su totalidad en la lengua internacional.

Ahora bien, nunca me he dejado llevar por el entusiasmo, como les ha pasado a muchos modernos tecnológicos, que se dejan llevar por la última moda, y alguno de los cuales ha llegado a proponer que se introduzcan de manera sistemática y obligatoria en todo el sistema educativo. A mí ya me parecía antes que aunque puede constituir una interesante herramienta divulgativa, es una iniciativa demasiado sesgada hacia la novedad no consolidada y hacia, por simplificar, la sociedad que representa California.

Pero tras un pequeño empacho de charlas TED sobre educación, creo que he dado con una caracterización más exacta de estas conferencias: TED es la anticiencia, o quizás mejor, la pre-ciencia.

No me refiero a la pseudociencia, es decir, el procedimiento de obtener resultados falsos a partir de métodos presuntamente científicos. No, aquí las conclusiones  posiblemente sean válidas, pero la forma de presentarlas y comunicarlas va en contra  de lo que nuestros mayores aprendieron y que hacen de la ciencia una herramienta tan poderosa.

En concreto, antes de la consolidación del método científico, el conocimiento se transmitía por medio del prestigio de unos sabios, que con poderosos argumentos retóricos demostraban las verdades. No había referencias verificables, no se producía o no servía para nada la replicación. Poco a poco la ciencia fue haciéndose más colectiva, fue importando menos crucialmente la opinión del científico gurú y cada vez fue más necesaria la descripción exacta del experimento, ofreciendo la posibilidad de comprobación y replicación.

No ignoro lo lejos que a menudo se encuentra la práctica real de esta descripción simple e idílica que he ofrecido. Aunque mi ocupación se encuentra lejos de la investigación, me siguen fascinando los casos de falsedades, especialmente cuando involucran autoengaños. Sé del peso de la tradición. The economist, science goes wrongHe leído bastantes debates sobre los problemas actuales de la ciencia, especialmente sobre los que apuntan a los problemas de la replicabilidad o los resultados negativos, a los que la reciente portada de The Economist da un buen repaso, y algunas de las posibles soluciones que se están proponiendo o sobre los que recientemente ha insistido por ejemplo Ben Goldacre. Pero al menos los principios básicos del método científico están ahí como ideal.

En cambio, en TED, lo que prima es exactamente lo contrario, aquello de lo que la ciencia nos iba a librar. El poder del presentador y su carisma, la retórica y la presentación, son los que hacen una charla TED memorable. No hay posibilidad de replicar, en ambos sentidos de la palabra: repetir el experimento o contestar las afirmaciones del ponente. No son de extrañar las explicaciones exageradas o los saltos en el vacío, cuanto más espectaculares mejor.

Por no dejar estas afirmaciones sin sustanciar, voy a poner un par de ejemplos. Decía que estas consideraciones se me presentaron recientemente, y voy a explicarme. En la recopilación sobre educación «Unstoppable learning» se presenta una serie de afirmaciones sobre educación que me gustaría comprobar en qué se basan y cuál es la evidencia.

El mayor peso del programa, editado por la radio pública de Estados Unidas, recae en Sugata Mitra, que presenta sus ideas sobre aprendizaje espontáneo, basado en el experimento, que se ha hecho famoso, sobre los ordenadores que se dejaron al alcance de niños de los suburbios indios, sin explicaciones, y que éstos fueron capaces de manejar sin haber sido enseñados, llegando incluso a aprender inglés por sus propios medios para ser capaces de programar. Había oído hablar del tema de forma superficial, pero al escuchar al gurú se me encendieron unas cuantas alarmas, que parece que a la audiencia, ricos anglosajones, no se les plantea. ¿Aprender inglés solos? ¿en un par de meses? ¿Me está tomando el pelo? Cualquiera que haya  tenido un contacto incluso mínimo con el aprendizaje de idiomas sabe que eso tiene que tener agujeros por todos los lados. El inglés no es una lengua especialmente sencilla y ya solo la diferencia entre lenguaje hablado y escrito debería levantar todas las alarmas. No sólo eso, otra clase aprendió sola inglés para autoenseñarse los secretos de la replicación del ADN. En fin, no soy un experto en la materia, pero, como apuntó Hume y popularizó Sagan, «afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias». Algunos expertos han criticado los experimentos y teorías de Mitra, y aunque no puedo decidir quién tiene razón, un formato como el de TED no permite ese tipo de interacciones y búsqueda de la verdad.

Este caso debería bastar para ejemplificar TED, porque de hecho Sugata Mitra fue el ganador del premio creado por TED y dotado con 1 millón de dólares, para proyectos innovadores, pero ofreceré otro ejemplo de la misma charla, ligado con mi interés por las naciones y los idiomas: una escritora defiende las habilidades de aprendizaje del niño en el útero materno. Llega a afirmar que ya entonces se transmiten algunas de las características que constituyen el idioma materno. Lo siento, pero me parece completamente exagerado. No sólo porque soy anacionalista y no creo en las naciones. Es que los ejemplos me parecen inconcluyentes: con decir que en los ejemplos que se escuchan en la charla, en la que los niños lloran de forma diferente según el idioma de la madre, me pareció que efectivamente parecía que el niño francés «lloraba en francés», hasta que me di cuenta de que lo había entendido mal, y en realidad se trataba del niño alemán. En fin, es una anécdota, pero muestra bien la facilidad de engañarse y la necesidad de controles que quizás en la investigación original se tuvieron en cuenta, pero que en una presentación de TED desaparecen bajo toneladas de retórica emocional.

Se me podrá alegar que estas críticas son también aplicables a cualquier caso de divulgación científica. Lo admito: ya dije en otra ocasión que la expresión divulgación científica es un oxímoron, del estilo de consumo responsable y justicia militar, e igualmente necesario. No voy a pedir a un documental que llene la pantalla de notas a pie de página. Pero es que el formato de TED empuja hacia la glorificación de la personalidad por encima del contenido. Como bien demuestra la entrevista del gran físico Murray Gell-Mann hablando de idiomas (por poner un ejemplo que contiene una parte de autocrítica, porque en la traducción al esperanto colaboré yo mismo… y porque es también mi caso)

Seguiré escuchando charlas de TED. Pero que nadie me intente convencer de que es algo más que un interesante espectáculo… al que hay que aplicar una dosis muy alta de escepticismo. No es ciencia ni siquiera cuando tratan temas científicos. Esta sí que es una «idea worth spreading».

Pronóstico equivocado sobre los Nobel

Está claro que este año no tengo suerte como adivino. Hace poco fallé en mi previsión sobre el vencedor del Mundial de Fútbol (aunque por poco), y ahora me he equivocado al pronosticar sobre los premios Nobel.

Cuando empezaron a anunciarse los resultados de los premios, comencé a albergar la esperanza de que este año se repitiese la experiencia del 2008. A saber, que de nuevo iban a resultar mucho más atractivos los premiados con las disciplinas científicas, confirmando la tendencia que en otros artículos he apuntado, de que la ciencia y los científicos están alcanzando cada más la atención pública.

Este año, el Premio Nobel de Medicina ha premiado un adelanto no sólo valioso, sino también popular (excepto entre la Iglesia católica, como siempre), la reproducción asistida. También el Premio de Física ha sido muy atractivo, no sólo por el hallazgo, del que sin duda vamos a oír hablar mucho en el futuro, sino también por la personalidad de los premiados, uno de ellos muy joven (poco menos que la referencia que comentaba recientemente, Paul Dirac), y el otro conocido también por sus esfuerzos divulgadores, que le habían llevado ya a recibir anteriormente el paródico premio IgNobel (¡ver abajo una rana levitando!). Los premiados de Química son algo más oscuros, al menos para mí, aunque el hecho de que las dos últimas categorías tengan que ver con el carbono conduce a un interesante punto de encuentro.

Animado por estas circunstancias, como decía, me atreví a pronosticar que este año los Premios de Literatura y de la Paz iban a ser adjudicados a personas de bajo perfil, quizás merecidos, pero no muy populares, y que de nuevo y excepcionalmente los científicos se iban a llevar el protagonismo. No ha sido así, al menos por el momento. Está claro que Mario Vargas Llosa es un premiado espectacular, y al menos en Latinoamérica y España se va a llevar todo el protagonismo. Creo que aún puede ocurrir el Premio Nobel de la Paz vaya a una persona o institución de más bajo perfil, o al menos no demasiado espectacular (ACTUALIZACIÓN: tampoco en esto he acertado, evidentemente), para compensar la polémica del año pasado, cuando se adjudicó a Obama, pero en cualquier caso el fenómeno que yo preveía ya no se va a producir.

Sobre Vargas Llosa no voy a escribir mucho aquí, porque ya bastante va a iniciar los medios y la red en español, aunque sí me extiendo algo más en mi blog en esperanto, un idioma al que, salvo error, no está todavía traducido. Hace tiempo que no leo ficción, y creo que él fue uno de los causantes de que dejara de hacerlo, así que no le sigo mucho últimamente. Tampoco suelo leer sus artículos periodísticos, ya que, como casualmente mencioné hace un par de artículos, me parece que suelen utilizar un método demasiado fácil y oportunista, glosando artículos de otros. Recuerdo que uno de los últimos que leí trataba sobre una familia de emprendedores peruanos, y para ello utilizaba como fuentes de información The Economist y The Wall Street Journal. ¿Cómo extrañarse de que perdiera la elección presidencial peruana, si para hablar sobre la situación de su país tiene que utilizar como referencia periódicos económicos anglosajones?

Sobre sus opiniones políticas, yo que me considero liberal y antinacionalista debería estar de acuerdo con él. Sin embargo, su liberalismo y su cosmopolitismo son muy distintos de los míos, ya que él considera ambos ligados y subordinados al mercado. Léase mi crítica a George Soros: creo que me evita repetir el artículo.

El hombre más genial

Acabo de leer la biografía de una de las personas más injustamente desconocidas por el público general, y al que el tiempo sin duda pondrá en el lugar que merece, no sólo entre la comunidad científica, donde su genialidad es ya apreciada sin controversia, sino también en la historia cultural del mundo: P.A.M. Dirac.

Sobre Dirac ya hablé en un texto anterior, donde le ponía como ejemplo de la distinta percepción que los medios de comunicación muestran entre los artistas y los científicos, haciendo referencia al tratamiento tan diferente que el diario “El País” había mostrado ante la muerte casi simultánea de Dirac y de François Truffaut: tres páginas completas al día siguiente más varias más en días sucesivos, en el caso del cineasta, y una brevísima necrológica tres días después en el caso de Dirac. Supongo que los historiadores culturales del futuro irán compensando poco a poco este abismo en la percepción pública, aunque uno nunca puede estar seguro (véase mi anterior artículo), ya que para ello será necesario que la ciencia ocupe el lugar que merece dentro de ese concepto tan vaporoso que es la cultura.

En cualquier caso, Dirac debería ser mucho más conocido por el público general, aunque sólo sea porque, como también indiqué en el artículo citado primeramente, de alguna manera, él fue el inventor de la antimateria, si puede utilizarse esta expresión para indicar que él fue quien de forma puramente matemática, y basándose en la belleza de las ecuaciones, predijo la existencia de este tipo de partículas, que sólo después serían descubiertas en la naturaleza. Sus desarrollos teóricos fueron impresionantes, sobre todo si se tiene en cuenta que fueron publicados cuando él tenía veintitantos años, lo que le llevó a ser aun hoy una de las personas que recibió el Premio Nobel a una edad más temprana.

Su prestigio fue grande entre sus colegas ya desde el principio, y aun hoy sigue siendo un ídolo entre los físicos, que le consideran uno de los mayores genios que ha dado su gremio, sólo comparable a Einstein o Feynman.

Pero el hecho de que sea tan poco conocido no es culpa sólo de la incultura científica general. En este caso, también habría que tener en cuenta su propia personalidad. Al fin y al cabo, las dos personas que acabo de citar fueron a su manera estrellas mediáticas. Dirac, en cambio, no podía soportar la publicidad, y no hizo nada por difundir sus aportaciones fuera de un círculo especializado, ni por mostrarse ante el gran público.

Es justamente el carácter de Dirac lo que da título a la biografía recién publicada en inglés, “The strangest man” (“El hombre más extraño”). No estoy del todo de acuerdo con este calificativo, ya que este concurso seguro que está muy disputado, y además corremos el riesgo de reforzar la percepción popular de los científicos como seres asociales, metidos en su mundo, pero es verdad que Dirac era muy especial. En el libro se muestran casos de científicos igual de geniales, como Bohr o Heisenberg, o el mismo Einstein, con vidas muy normales y a veces hasta apasionantes, pero en el caso de Dirac el mito está justificado. Era un hombre parco en palabras hasta extremos desesperantes, frío en los primeros contactos, preciso en sus respuestas. Las anécdotas que circulaban entre sus colegas eran un tema de conversación muy socorrido, y a veces queda la duda de si no fueron embellecidas a posteriori. Sólo un ejemplo, de entre las que aparecen en el libro, es la siguiente:

Tras una conferencia en una universidad de Estados Unidos, al pasar al turno de preguntas, un asistente dijo: “No entiendo la ecuación que ha escrito en el lado superior izquierdo”. Todos miraron a Dirac, que permaneció en silencio. Tras un intervalo embarazoso, el moderador le preguntó si no deseaba responder, a lo que Dirac replicó: “No era una pregunta, era una afirmación”

La conclusión que saca el autor de la biografía, Graham Farmelo, es que Dirac era autista, y yo estoy de acuerdo con él. No soy especialista en este asunto, y ni siquiera tengo experiencia directa con personas con estos rasgos, pero es un tema que me fascina, y del que he leído algo, y la descripción de Dirac encaja completamente en la mayoría de las características de las personas que sufren esta enfermedad. Su forma de abordar la vida y las relaciones personales parecen extraídas del relato “El curioso incidente del perro a medianoche”, un libro fascinante sobre el que escribí el año pasado (lo siento, sólo en esperanto).

He utilizado la palabra enfermedad con desgana y en cursivas, ya que me resisto a considerar este tipo de condiciones personales como tal. De hecho, me parece más bien un tipo de personalidad, que algunos investigadores prefieren considerar como un extremo en el continuo que va de la racionalidad absoluta a la sentimentalidad incontrolada, y que describen de una manera imprecisa y algo peligrosa como cerebro masculino extremo. Comprendo que a quien tenga a un niño autista en la familia el sufrimiento emocional puede ser grande, pero el ejemplo de Dirac muestra que se puede llevar una vida tan normal como la de cualquiera.

En el pasado, se consideraba que el autismo se producía por tener padres poco cariñosos. Ahora se piensa más bien lo contrario, que son los padres los que reaccionan de forma diferente cuando se encuentran con un hijo que, seguramente por causas genéticas o congénitas, no responde emocionalmente de forma convencional. Y aquí está la parte más intrigante del caso de Dirac: en las pocas ocasiones en las que hablaba sobre sí mismo, él siempre acusó a su padre de haberle procurado una infancia tormentosa, y de las consecuencias que se derivaron de su forma de tratarle. Sin embargo, del libro emerge una imagen del padre, Charles Dirac, como una persona ciertamente algo extraña, quizás él mismo también con rasgos autistas, pero no peor que tantos otros padres que se esfuerzan ante un hijo difícil. No puedo por menos que identificarme con alguno de sus rasgos, no sólo porque él mismo era también esperantista (como, por cierto, los padres de otros genios como Cela o Dalí), sino porque uno no puede por menos que apreciar sus esfuerzos en acercarse a un hijo tan complicado.

El libro es excelente. El biógrafo, el también físico Graham Farmelo, ha hecho un trabajo realmente bueno, no sólo investigando los más pequeños detalles de la vida y carácter de Dirac, sino intentando explicar en un lenguaje sencillo los descubrimientos científicos, el contexto en el que se produjeron, y la importancia que tuvieron en su momento y en la actualidad. Combina lo mejor de la alta divulgación científica y del género biográfico. No sé si existen planes para traducirlo al español, pero si mi recomendación puede ayudar a que alguien lo haga, me parece que habré contribuido al conocimiento y apreciación de quien podríamos mejor llamar “el hombre más genial”.

El baile de Natacha

Siempre me pareció un procedimiento perezoso el que habitualmente utiliza(ba) Mario Vargas Llosa en sus artículos de prensa: tomar el último libro o texto leído, resumirlo y añadir un par de opiniones. Pero como acabo de pasar un par de semanas de vacaciones, voy a sucumbir a esa tentación y emplear en mis próximos artículos el mismo método: voy a hacer unos comentarios sobre alguno de los libros leídos. Prometo no abusar demasiado, pero quizás algunos de los comentarios (ni siquiera críticas) pueden resultar interesantes en algún caso.

Dos comentarios en concreto quiero hacer sobre “El baile de Natacha”, de Orlando Figes, un análisis clásico de la historia cultural de Rusia durante los últimos siglos, que sólo ahora he tenido ocasión de leer en su versión original (cumpliendo mi promesa, tantas otras veces rota, de no leer obras especializadas en traducciones). Confieso que el reciente escándalo en el que el autor (o su esposa, en este caso no importa mucho el detalle) se vio expuesto, al ser descubierto haciendo críticas anónimas maliciosas sobre libros de colegas competidores, estuvo a punto de echarme para atrás, pero he preferido no verme influido por una cuestión personal, incluso si puede resultar reveladora.Natasha's dance

Como decía, no quiero hacer una crítica sistemática, porque me faltan conocimientos para ello, y porque me interesaría más conocer el punto de vista de algún ruso (para lo que he pedido ayuda en un texto paralelo en esperanto), pero sí hay dos observaciones que quería compartir, una de las cuales al menos quizás sea algo original.

LA CULTURA ES POLÍTICA

Esa al menos es la conclusión que se puede sacar del libro. Aunque según el (sub)título la obra trata de cultura y arte, en realidad su tema es la política y las ideas. No lo apunto como crítica, sino al contrario. El libro muestra cómo la cultura no es una superestructura que cae del cielo, sino que se encarna en la sociedad en la que nace. Ese es uno de los puntos fuertes del libro, que explica claramente para personas como yo, que conocen gran parte de la cultura rusa desde un concepto y unas circunstancias lejanas, el fondo en el que las obras surgieron.

Incluso en la literatura, donde es más fácil percibir ese fondo, puede ocurrir, como a mí mismo me pasó hace no mucho, que uno lee “Almas muertas”, de Gogol, sin enterarse realmente de lo que pretendía el autor ni de lo que hay en la novela detrás de unas aventuras más bien superficiales. Más aún en música: mucho me gustan Glinka, o Chaikovski, o Prokofiev, y nada sabía sobre las razones de los estilos y estructuras que gobiernan sus obras. Sólo quedaba la pura forma.

En este contexto, en la relación entre cultura y política, el libro de Figes presenta dos partes muy diferenciadas: la época anterior a la Revolución y la posterior.

En la primera, el gran hilo conductor es la relación entre las grandes corrientes que gobiernan la cultura y las ideas de Rusia, y no sólo las tópicas europeísta y eslavista, sino todos los matices en su seno y entre ellas. Este me parece a mí el gran mérito de Figes, que no simplifica estos debates y enfrentamientos, sino que muestra los múltiples matices, flujos y complejidades del debate, tantas veces simplificado. No puedo juzgar la exactitud de su análisis (para eso haría fácil un especialista, o un ruso), pero no puedo por menos de hacer notar los paralelismos con algunos de los debates similares que se encuentran a veces en la historia cultural de España, entre europeístas y casticistas. Incluso el papel de las guerras napoleónicas en el desarrollo del debate, o en la propia política general fue similar en Rusia y en España (por ejemplo, pocos años separan el intento de golpe de los decembristas y la revolución de Riego, tan parecidos en muchos aspectos). También en esta península los intelectuales y literatos fueron en un momento dado a buscar el alma del país en los campesinos castellanos, para encontrarse al final que éstos apenas tenían nada que ver con sus ensoñaciones, ni entendían el objeto de su búsqueda (sobre la fascinación, incluso actual, de las capas medias urbanas por los aldeanos habría mucho que hablar, y quizás algún día lo haga con más detalle)

No quiero forzar demasiado las analogías, ya que seguramente ello se debe a alguna ley de la historia, o a un rasgo más general del desarrollo social en otros territorios de la periferia de Europa, pero no puedo por menos que mencionarlo. Y quizás mostrar que posiblemente estaban errados los eslavistas rusos (y los casticistas españoles), cuando se creen que su país es único y especial. Desgraciadamente, Figes no parece ser consciente de estas similaridades, y trata la polémica como un rasgo propio de la historia rusa.

El gran esfuerzo por matizar los debates y mostrar sus complejidades, desaparece en el libro, en mi opinión, cuando se llega al periodo de la Revolución Rusa. Me parece que aquí para el autor vale una sola regla: el artista es bueno sólo si o cuando choca con el Estado comunista. Si en el periodo anterior la cultura es política, en el sentido de que sigue las ideas y la evolución social del periodo, ahora la relación con la política pasa a ser en el sentido más directo: en lo que se relaciona con el poder. Aquí el autor toma partido, claro y evidente, occidental, sin matices. Hasta el arte revolucionario sólo vale si en un momento posterior es atacado por el poder, no por sus intenciones, méritos y resultados.

Es una pena, porque me da la impresión que éste es el canon que va a triunfar sobre el arte y la cultura rusas, al menos fuera de ese país. Como una confirmación de que la historia la escriben los vencedores.

¿ES QUE NO HUBO CIENCIA EN RUSIA?

El segundo punto que quería comentar sobre el libro es un tema que ya he tratado en otras ocasiones en este blog y en otros lugares: ¿es que la ciencia no es cultura?

Es asombroso que en un libro subtitulado “Una historia cultural de Rusia” apenas se trata la ciencia en ese país. ¿Es que no se hacía ciencia en Rusia en ese periodo? ¿O quizás el autor considera que la ciencia no es una parte de la cultura? Seguramente esto último es la explicación: 50 años después de la famosa conferencia de C.P. Snow, los historiadores culturales siguen considerando la ciencia como algo aparte. Y es una pena.

En algún momento del libro de Figes se trata alguna ciencia social: historiografía, geografía, antropología, crítica literaria. Cuando se encuentra alguna relación con las ciencias sociales, el biología o la geología pueden aparecer brevemente, pero las ciencias naturales brillan por su ausencia.

¿Cómo es posible que en un libro tan amplio no aparezca el nombre de Mendeleyev? En el índice hay dos referencias a Lomonosov, pero en una de ellas en su calidad de poeta. Los experimentos de Pavlov se mencionan para pasar a tratar sus consecuencias no estrictamente científicas. Kapitza y Sajarov se mencionan sólo de pasada, al tratar de una obra de ciencia-ficción. El rol de Lysenko y sus teorías son fundamentalmente malinterpretados por el autor.

Es más, la ciencia y la técnica aparecen en contextos negativos, como si el interés por ellas fuera contrario al verdadero desarrollo espiritual.

Y sin embargo, un estudio sobre el desarrollo de la ciencia y el papel de los científicos en Rusia pdrían decir mucho sobre el progreso cultural y social del país, y específicamente sobre la dialéctica entre europeísmo, eslavismo, aislamiento o apertura que atraviesan todo el libro.

¿Es por ignorancia, por desprecio, por prejuicios? En cualquier caso, hasta que los historiadores de la cultura no tengan en cuenta el desarrollo científico, sus obras, incluso las más meritorias, estarán siempre cojas.

El efecto Sara Carbonero

En el artículo previo en este blog comentaba que el efecto de alegría colectiva que se ha producido en el país con la victoria del equipo español de fútbol va a tener una vida corta. Es lo que tiene este nacionalismo alimentado por el deporte: que puede producir cierta unión superficial en el grupo, pero no creo que ayude a un sentimiento comunitario más fuerte y duradero.

Algunos artículos de prensa han sugerido efectos económicos: aumentos en el Producto Interior Bruto o incremento de las visitas turísticas. El primer efecto me parece muy dudoso, y sería un síntoma de lo frágil que es el PIB español que un aumento de la euforia consumista produjera un efecto tan elevado. Tampoco me parecen muy fiables las previsiones turísticas, aunque todo esto prefiero dejárselo a los expertos.

Pero hay un efecto que va a ser más duradero en el país, y que yo juzgo negativo a largo plazo. Que todos los chicos jóvenes del país van a querer ser futbolistas, y todas las chicas, periodistas.

Lo de los chicos creo que no necesita mucha explicación. Tampoco es nuevo: ya hace años que todos los chicos quieren ser futbolistas, y, lo que es peor, también es lo quieren los padres. Cuando el año pasado mi hijo tuvo que elegir su carrera universitaria, me sorprendió la cantidad de sus compañeros, incluso algunos de ellos brillantes estudiantes, que se apuntaron a materias relacionados con los deportes, hasta el punto que varios tuvieron que conformarse con estudios deportivos no universitarios. No critico su elección, pero creo preocupante como país que incluso brillantes estudiantes consideren que la mejor forma de promoción social es la actividad deportiva. Es claro que la reciente victoria no puede por menos de incrementar esa tendencia en los chicos… y en sus padres.

Lo de las chicas requiere una pequeña explicación. Ya hace un tiempo hablé sobre el llamado “Efecto Letizia”. Es un término empleado por Carlos Elías en su libro “La razón estrangulada”, y hace referencia en la atracción por la carrera de periodismo, como forma de promoción social, que conduce a que esta carrera sea una de las que requiere notas más elevadas de entrada, a pesar del alto nivel de paro y precariedad que soporta. Pero cuando uno ve las posibilidades de contactos personales que ofrece, y el “efecto fama” que facilita, a muchos jóvenes le puede merecer la pena el arriesgar y orientar su vida profesional por ese lado. Comentaba en ese artículo que la promoción puede ser indirecta, por medio incluso del matrimonio, y que había numerosos ejemplos del contacto de periodistas con personas poderosas, hasta culminar con la llegada al principado, y de ahí el nombre del efecto. Sara Carbonero en el Huffington Post

Recientemente especulaba en otro texto con la posibilidad de que el fenómeno se viera pronto difuminado debido a la dura situación económica que se avecina, y que a medio plazo carreras más exigentes como las científicas pudieran ver cómo se incrementa el interés por ellas, mientras que disminuiría la atracción por el periodismo. Sigo pensando que la primera parte es aún válida. Pero ya no estoy seguro de la segunda. Cuando entre los 30 principales hitos del Mundial de fútbol para el influyente Huffington Post, dos hacen referencia a una periodista y su romance con lo más parecido que ahora existe a un príncipe azul, me atrevo a vaticinar que el año que viene la demanda para entrar a Periodismo se va a disparar todavía más.

Es triste, pero me temo que esa va a ser, a largo plazo, la principal consecuencia del Mundial. Que pasaremos del “Efecto Letizia” al “Efecto Sara Carbonero”.