Archivo por meses: noviembre 2010

Cuentas y cuentos

Como un tópico puede tomarse ya la frase “lo que no son cuentas, son cuentos”, pero nunca se ha visto más claro que en la reciente polémica sobre la deuda del Ayuntamiento de Madrid. Durante muchos años nos han contado cuentos, y ahora vienen las cuentas. O, lo que parece lo mismo, pero no lo es, durante unos años no hemos hecho caso a los números, y nos hemos dejado engatusar con la letra. Porque no toda la culpa es de Ruiz-Gallardón: tampoco los demás le han pedido cuentas.

Tuve la ocasión de comprobarlo hace un par de años, cuando ante mis reticencias sobre la candidatura olímpica de Madrid (ya sabéis que no soy muy partidario de los deportes de competición en general, ni los juegos olímpicos en particular), y ante el coste que todo el proyecto iba a suponer, mis amigos me tachaban de aguafiestas, y hacían referencia a la diversión y a los grandes beneficios económicos que todo ello iba a traer. Nunca nadie me enseñó ningún estudio serio, y siempre me acordaba de las ensoñaciones que tuve ocasión de presenciar en el 82 en Valladolid, cuando la participación de Kuvait en las eliminatorias del campeonato mundial de fútbol en esa ciudad hizo revivir escenas propias de Bienvenido Mr. Marshall, que lógicamente se quedaron en agua de borrajas al final.

Lo mismo puede decirse de las obras de la M-30, una obra que siempre me pareció desproporcionada, sobre todo en comparación con lo que hubiera supuesto fijar las prioridades en el transporte público. De nuevo nadie se quejaba ni preguntaba aquéllo que cualquiera plantea en un caso similar cuando se reúne una comunidad de vecinos o de propietarios: esto ¿cuánto cuesta y quién lo paga?

Siempre he sospechado que parte de la razón de que no se tengan en cuenta estos números en las obras públicas es que los números en bruto son tan descomunales que a partir de unos pocos millones de euros la mayoría de los individuos nos perdemos. Por eso es importante establecer otras referencias, como el coste por persona, o, aun mejor, por familia. Esa es una idea que muchos utilizamos informalmente en ocasiones, y que es por ejemplo una de las sugerencias de un magnífico libro que acabo de leer, sobre las trampas estadísticas, “El tigre que no está”, lleno de ideas y recomendaciones para navegar en esta jungla.

El famileuro

Así que voy a dar un paso más, y voy a sistematizar el concepto: a partir de ahora en proyectos públicos, hablemos de famileuros. Es decir, lo que cuesta aproximadamente a una familia media. Y para ello no deben hacerse divisiones complicadas. En el caso de algo que afecta a toda España, basta quitar siete ceros a los números ofrecidos. No es necesario ajustar mucho: 10 millones de familias es lo suficientemente aproximado, y permite hacer el cálculo rápido. Igualmente, para Madrid, basta quitar 6 ceros. Para Cataluña se quitan seis ceros y se divide por dos. En Argentina o Colombia basta también con quitar 7 ceros, y en México tras esto se vuelve a dividir por dos (por supuesto, en estos casos habría que hablar de familipesos o lo que aplique)

Así sabríamos que la M-30 de Madrid costó 6.000 famileuros, el nuevo ayuntamiento de Cibeles casi 500 famileuros y la candidatura a los juegos olímpicos… ni se sabe. En definitiva, los madrileños deben 7.500 famileuros, es decir, cada familia debe sólo por la deuda del ayuntamiento unos 7.500 euros. Bueno, ahora, una vez conocida las cifras, ya cada uno puede juzgar si merecía la pena o no.

Ya sé que no soy el primero que emplea magnitudes por familia o por hogar, incluso con mayor rigor, pero mi aportación es justamente el insistir en que la exactitud no es crucial, que es más útil el orden de magnitud, cuando se quieren obtener los datos rápidos necesarios para un debate ciudadano.

El tigre que no está

El tigre que no estáComo decía, parte de la inspiración para esta sencilla magnitud me la ha dado un excelente libro, “El tigre que no está”, de Michael Blastland y Andrew Dilnot, anteriores responsables del programa de la BBC “More or less”, que ahora conduce Tim Harford, el periodista de Financial Times y autor de “El periodista enmascarado”, programa que puede escucharse como podcast aquí. Es un magnífico programa, sin equivalente en español, que trata temas fundamentales desde el punto de vista del debate público, desde la distribución de riqueza e impuestos, hasta la seguridad de los cascos, del número de homosexuales al déficit público.

Lo más importante del libro y del programa es que no se limitan a dar números, sino que se analizan las bases, se descubren las trampas estadísticas, se establecen las incertidumbres y los contextos. Algo básico que los debates políticos y los artículos periodísticos no suelen ofrecer, prefiriendo dar una cifra de la que nunca se sabe su exactitud o su pertinencia.

En concreto, el concepto de incertidumbre se olvida casi siempre en las presentaciones públicas de las estadísticas. Es algo asombroso para mí, ya que desde el comienzo de mis estudios universitarios de física se nos insistía de una manera obsesiva en que una magnitud sin intervalo de incertidumbre no servía para nada. Puede sorprender a muchos lectores, especialmente de letras, pero la potencia de las afirmaciones científicas no viene de su precisión, sino de su alta conciencia sobre la existencia de imprecisiones. Ello es lo que permite acotar exactitudes, refinar los procedimientos, y ofrecer honestidad al lector.

Pues bien, el libro de Blastland y Dilnot muestra numerosos ejemplos y ofrece criterios para pasear por la jungla estadística, como define su subtítulo. Además, el libro se lee estupendamente: al rigor de uno de los autores se une la habilidad comunicativa del otro, para que cualquier persona que no sepa nada de estadística (es más, sobre todo el que no sepa nada de estadística) pueda sacar criterios básicos y desarrollar una metodología para acercarse a cualquier información que contenga números grandes.

Debo hacer una mención especial a la traducción. Cuando tantas veces me he quejado de la traducción de libros científicos, es de justicia hacer mención a una versión excelente, que fluye como si se tratase de un texto original, tanto en las frases más rigurosas como en las más desenfadadas. Únicamente en un caso hay en la versión española una adaptación que no me parece muy adecuada, y de la que creo que hay que culpar sobre todo a la traductora: cuando se relativizan los números grandes a la población española, se emplea un valor, población de España por número de semanas al año, 2.400.000.000, que es demasiado exacto. Es decir, no se redondea, o no se da una regla más sencilla de división, por lo que se convierte en inútil. Por eso yo he preferido definir ese famileuro, menos exacto pero más práctico.

Aunque el libro está escrito por dos británicos, todas sus consideraciones pueden ser aplicadas de forma directa al caso español. La ignorancia, el descuido o la manipulación campan por sus anchas también aquí. De vez en cuando algún meritorio bloguero intenta denunciar estas carencias, pero no deja de ser demasiado poco. Hoy mismo, sin ir más lejos, una de las noticias más leídas y más votadas en la conocida red Menéame (de la que otras veces he hablado) es una burda comparación entre subvenciones, realizada para halagar los prejuicios de quien no se molesta en hacer números, y se guía por cuatro ideas comunes. Si un simple bloguero, que va de científico, es capaz de manipular de esta forma, ¿qué no conseguirán los profesionales de la comunicación, en los que se puede unir la ignorancia con la mala intención?

A favor de los saharauis, contra su independencia

Si a menudo siento que mis opiniones sobre nacionalismos y patriotismos son minoritarias, estos días creo que he batido un récord: apostaría que soy casi el único español contrario a la independencia del Sáhara Occidental, partidario de la integración de Ceuta y Melilla en Marruecos, y a la vez totalmente contrario al actual régimen marroquí.

Los graves incidentes de estos últimos días en El Aaiún han sido interpretados en general como una disputa nacionalista, a pesar de que no todos los participantes en los campamentos la han expresado así. Y ha sido la ocasión de que se vuelvan a escuchar voces a derecha e izquierda favorables a la independencia del Sáhara Occidental, la antigua colonia española. Hay una mala conciencia general sobre la forma en que se desarrolló el abandono del territorio y de sus habitantes hace 35 años. Las peticiones vienen también de la derecha, que posiblemente siente cierta unión con antiguos ciudadanos españoles, mezclada con antipatía hacia los marroquíes (los moros). Y parece que la izquierda favorece unánimemente el “derecho a la autodeterminación” del “pueblo saharaui”.

Así que el resultado parece unánime: una clara simpatía por los saharauis (aunque las instancias oficiales tengan que ser prudentes por motivos diplomáticos), y una confianza de que la independencia solucionará los problemas básicos.

Me temo que mi opinión va a contracorriente. Yo no creo en el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui, entre otras razones porque no creo en la existencia de un pueblo saharaui como tal. Existen desde luego los ciudadanos de esa antigua colonia, cuyas condiciones de vida son abominables, y la opresión por parte de la monarquía alauita es indignante. Sus protestas me parecen justificadas, y apoyaré si puedo sus quejas. Pero no creo que algo más setenta mil personas, según el censo oficial, tengan derecho de gobierno sobre doscientos mil kilómetros cuadrados y sus riquezas.

¿INDEPENDENCIA?

En general, soy anacionalista, es decir, no creo en la existencia de pueblos y naciones. Pero en este caso, y sin ser especialista sobre el tema, el asunto me parece aún más claro. No creo que haya nada que diferencie a los habitantes de la antigua colonia española del Sáhara Occidental de los pueblos del desierto del sur y oriente de Marruecos y de otros países cercanos. Nada justifica la creación de una nación en ese lugar, y ni siquiera la geografía lo aconseja: no hay más que mirar un mapa de la zona, y ver que las fronteras que se proponen son meras líneas rectas en su casi totalidad, creadas por las respectivas potencias coloniales.Okcidenta Saharo

Cuando tanto se ha argumentado desde la izquierda contra las desgracias causadas por el colonialismo en casi todos los países africanos, creando entes políticos caprichosos, a los que se acusa de gran parte de los sufrimientos de los habitantes de ese continente, me parece paradójico que la izquierda española defienda la persistencia de una frontera evidentemente artificial, que no tiene en cuenta para nada la realidad objetiva. Creo que se puede argumentar con mayor razón a favor de la independencia del Rif, una región con rasgos lingüísticos, culturales, históricos y geográficos más destacados, y con mayor abandono por parte de los regímenes de entonces y de ahora.

No favorezco las fronteras, y tampoco voy a defender la existencia del estado de Marruecos, al que haya de pertencecer una parte más o menos grande del continente. Pero mientras existan tales estados, considero más defendible la ligazón entre esos territorios y sus habitantes que la multiplicación de entes políticos y el levantamiento de nuevas barreras.

Esa es la razón de que defienda también la unión al mismo territorio de las ciudades de Ceuta y Melilla. Es verdad que en este caso la historia es diferente, y que probablemente la mayoría de sus actuales habitantes prefiere la ciudadanía española, pero las ciudades actúan actualmente más como fuente de perturbación de la economía de la zona y de imán de problemas políticos, que como dinamizadores de los alrededores. Prestaría mucha atención a los intereses materiales de los actuales habitantes, y buscaría un acomodo adecuado, de la misma forma en que favorezco un acuerdo cuidadoso para la reintegración de Gibraltar en el estado español, pero no veo ninguna razón para la conservación de esa anomalía presente.

EL VERDADERO PROBLEMA

Queda, sin embargo, un asunto peliagudo en el debate: la situación actual de los ciudadanos de todo ese territorio, marroquíes y casi-marroquíes, bajo el actual régimen político. Esa es para mí la auténtica desgracia de toda la situación, que los saharauis deben soportar los caprichos de una élite depredadora, bajo la dirección de un rey dictador, en vez de decidir sobre su destino en el sentido más real de la expresión. La situación económica es cada vez más inaguantable, lo que ha conducido a que la frontera entre Marruecos y España sea la que separa la diferencia de niveles de renta más alta del planeta. Las razones son muchas, por supuesto, pero en gran parte se debe a la corrupción de una monarquía que nada en al abundacia, mientras se multiplica la misera a su alrededor, como puede comprobar quien haya visitado el país recientemente, y haya observado que el ritmo de construcción de palacios reales no se detiene. Nada mal para una familia que en el momento de la independencia ni siquiera estaba entre las más ricas del país. Y quien haya leído libros como “Nuestro amigo el rey” no puede por menos que indignarse de que por motivos similares se haya cesado y ahorcado a Saddam Hussein, mientras que Hassan II se paseaba pisando las alfombras rojas de los países por donde pasaba.

¿Cómo puede ser que esta familia haya conservado e incrementado su poder, mientras todos los monarcas del norte de África fueron poco a poco destronados? Entre otros motivos, y así volvemos a nuestro tema, porque se las arreglaron para explotar los sentimientos nacionalistas. Cuando el régimen se tambaleaba, y tales ocasiones no faltaron en las últimas décadas, bastaba con señalar las regiones separadas o separatistas para eliminar las dudas y las oposiciones. Otra vez el patriotismo está sirviendo para oscurecer las diferencias sociales, y para que los bribones y las élites conserven sus privilegios. No quiero culpar al Frente Polisario, pero no dejo de pensar que si en su momento hubiera combatido con la oposición marroquí contra el enemigo común, la situación sería mucho mejor para todos ellos.

Para concluir: no estoy en contra de la independencia o de una amplia autonomía para el Sáhara Occidental si se llegase a tal status tras los acuerdos correspondientes. Mientras existan estados, me da lo mismo si la raya en el mapa pasa por un grano u otro del desierto. Pero no me hago ninguna ilusión sobre la posible solución de los problemas por esa vía. Recuerdo que, cuando era más joven, se esperaba mucho de la independencia de Eritrea con respecto a Etiopía, una causa que casi todos los observadores consideraban completamente justificada y defendible, Y sin embargo obsérvese qué ha resultado de ello: ni siquiera la paz. Continuación de batallas, incluso por la posición de ciudades diminutas, rearme de los ejércitos, ruptura de los acuerdos, hasta el punto que uno se pregunta si la situación no era mejor anteriormente. O, por presentar un ejemplo aún más absurdo: véase qué resultó de la independencia de las repúblicas centroamericanas: hace unos días han estado a punto de entrar en guerra dos de ellas por un error de Google Maps.

La independencia frente al colonialismo, he ahí algo que apoyo de corazón. Sucesivas independencias y disgregaciones tras el colonialismo, en favor de las nuevas élites… en esas luchas no me van a encontrar.