Archivo por meses: septiembre 2012

Esto va a acabar en un golpe monárquico… otra vez

Quizás sea un simple ataque de pesimismo, o el efecto de alguna lectura reciente, pero cada vez tengo más la impresión, dada la situación española actual y los precedentes históricos, que esto va a acabar en un golpe monárquico.

Ya sé que la historia no siempre se repite, y que, como dijo el viejo Marx, cuando lo hace es en forma de farsa, pero existen tantos paralelismos con el ambiente y los acontecimientos de hace 90 años, que no sería de extrañar que acabáramos de forma parecida, y, dado el nivel de antipoliticismo que nos invade, que encima a muchos no les parecería mal.

Hace unos diez años, el economista Gabriel Tortella escribía un artículo en El País, en el que sugería cómo debía ser el socialismo español en el siglo XXI. Sus recetas eran tan similares al programa de los liberales de comienzos del siglo XX, que escribí un texto que reproduzco y del que me siento todavía casi orgulloso:

Con su artículo “El socialismo en el siglo XXI” el sr. Tortella pretende que el PSOE asuma sin máscaras el papel del Partido Liberal español en el comienzo de la monarquía alfonsina. Todas sus propuestas para lo que debe ser el socialismo en este comienzo de siglo XXI son exactamente las que firmaría un liberal hace 90 años, con el añadido, modernidad obliga, de un ligero toque ecologista. No está mal, porque así se confirmaría así que vivimos en una Segunda Restauración, prácticamente idéntica a la Primera. Tenemos dos partidos dinásticos, apenas distinguibles salvo por su relación con algunas libertades cívicas y su mayor y menos identificación con las consignas de la Iglesia, pero equivalentes en sus propuestas económicas y que se turnan pacífica y periódicamente en el poder. A su lado, una coalición de izquierdistas que apenas se caracterizan más que por su republicanismo histórico, a menudo peleados entre sí y casi siempre inoperantes. Tenemos también una nueva Lliga, dudando entre sus reivindicaciones autonomistas y la coalición con sus intereses económicos, y una emergente Esquerra. Por el norte, además de los bizcaitarras, siguen dando guerra los carlistas, aunque ahora se llamen abertzales. Incluso tenemos una especie de  anarquistas, o al menos algo que produce el mismo pánico a todos los sectores sociales, los terroristas islámicos, con sus magnicidios incluidos. Sólo nos faltaría, para que el panorama fuera más ajustado, que unos tipógrafos (o quizás sus equivalentes actuales, unos informáticos) funden un verdadero Partido Obrero.

Decía que estaba orgulloso, no tanto por la originalidad (basta teclear Segunda Restauración en un buscador para darse cuenta de que muchos articulistas han observado paralelismos similares), sino porque en el tiempo transcurrido ha demostrado que los rasgos comunes se han incrementado. No me atrevo a asegurar que el recientemente fundado Partido Pirata vaya a ocupar en el futuro un papel similar al de los obreristas de entonces como representación de las capas asalariadas, modestas, pero relativamente preparadas desde el punto de vista intelectual. Sigo con curiosidad la evolución en otros países y quizás en España se termine dando algo parecido, aunque por el momento no tengo claro si se consolidará y en qué sentido. También apunto de pasada los muchos paralelismos de movimientos como el 15-M con los libertarios de entonces, con su asambleísmo, sus grupos de afinidad y, también, por qué no, su afición a temas marginales.

Sin embargo, más significativos me parecen otros desarrollos producidos en los últimos años o incluso meses, que son paralelos a los que tuvieron llegar a lo largo de la segunda década del siglo XX.

El más destacado y preocupante lo constituye el descrédito brutal de los políticos y las clases dirigentes. Los políticos de finales de ese periodo histórico sufrieron la crítica completa de los intelectuales, de la llamada opinión pública, de las masas conscientes, de forma que hacia 1920 se encontraban completamente desprestigiados. Se sucedían los llamamientos a cirujanos de hierro, o a dirigentes no políticos. Toda una campaña de regeneracionismo parecía comenzar en el desprecio de los políticos.

La situación actual es demasiado parecida como para que no llame la atención. También se ha producido en los últimos pocos años un crecimiento frenético del antipoliticismo. Es un resultado quizás merecido, pero me temo que exagerado si se reflexiona que no hace distinciones, y que no toca en la misma medida a otros sectores que lo merecen incluso en mayor grado, como los dirigentes empresariales o financieros.

La primera consecuencia de esta tendencia es el previsible crecimiento de las soluciones nacionalistas o populistas. Las primeras, las tendencias a refugiarse en el patriotismo, ya las denuncié hace unos meses y sus riesgos me parecen aún más relevantes tras los recientes acontecimientos en Cataluña. En cuanto al populismo, tendremos en breve la oportunidad de comprobar si se consolidan con fenómenos como el de Mario Conde, que parecerían impensables, pero que ya no extrañarían a nadie tras ver casos como los de Sandokán en Córdoba o Ismael Álvarez en Ponferrada. El caso extremo es obviamente el triunfo de los neonazis en Grecia,  «el último eslabón de la antipolítica», en frase afortunada de Íñigo Sáenz de Ugarte.

Pero sin llegar a estos extremos, la consecuencia más moderada del antipoliticismo son los continuos llamamientos a soluciones tecnocráticas que se han hecho sumamente populares, aunque sean lanzadas por financieros o antiguos empleados públicos.

El último paralelismo que quería subrayar, y que para mí ha sido el más sorprendente, es el descrédito de la monarquía. Hace diez años nadie imaginaría que el rey iba a sufrir un desgaste similar al que tuvo en esos años su abuelo. Bundesarchiv Bild 102-09411, Primo de Rivera y Alfonso XIIIHasta los escándalos de faldas están siendo similares.

Este verano he tenido ocasión de leer la biografía que sobre el antiguo monarca produjo Gabriel Cardona, y la similitud en las personas y los acontecimientos es impresionante (y no intencionada, ya que el libro fue escrito cuando nadie podía imaginar la evolución reciente). No parece que éste actual sea un rey de espadas, como su abuelo, sino más bien de oros, así que si por el momento no hay un Expediente Picasso, no sería de extrañar que los problemas económicos asociados a la corrupción en la Casa Real condujeran a una solución similar a la de 1923. Con un poco de suerte, y dada la naturaleza de los problemas reales (en ambos sentidos de la palabra), esperemos que al menos esta vez el golpe sea con economistas y no con militares.

Es un triste consuelo, pero, ya digo, es que hoy estoy pesimista. Porque nadie aprende de la historia.

Altos funcionarios «liberales»

Poco antes del verano, en un contexto profesional (del que no voy a dar más detalles), tuve ocasión de disfrutar de una conferencia sobre la regulación en el sector económico en el que trabajo, que acabó convirtiéndose en un alegato contra la necesidad de la intervención del Estado en la economía. El ponente, compañero profesional, demostró con argumentos económicos y amplias teorizaciones, que siempre que las autoridades introducen sus zarpas en una actividad, sufre el consumidor y se producen ineficiencias. Hay algo malévolo en los poderes estatales, no sólo en las consecuencias obtenidas, sino también en las intenciones.

No pasó mucho antes de que la persona que así hablaba, añadiera como argumento adicional que él conocía bien la situación porque hasta hacía poco tiempo había trabajado en la Administración, y concretamente en el organismo regulador. ¡Acabáramos! Ahora se entendía todo: la incongruencia en los argumentos, la vehemencia en la defensa de la desregulación, la generalización salvaje sobre los males del Estado. Otro alto funcionario liberal.

Y es que si uno lee o escucha un alegato claro en contra del Estado y a favor de la desregulación, la liberalización total de los mercados, la eliminación de barreras a la competencia y la desaparición de las normas laborales, existe una altísima probabilidad de que el defensor sea un empleado público. Casi nunca falla.

El mejor ejemplo lo constituye, sin duda, el actual gobierno. Todos ¡todos!  los ministros son funcionarios de carrera o comenzaron su carrera en la Administración. El presidente, registrador de la propiedad; la vicepresidenta, abogada del Estado (junto con su marido y la camarilla que han formado, incluyendo el nuevo presidente de RTVE). El ministro de Economía, miembro del Cuerpo de Técnicos Comerciales y Economistas del Estado y el de Hacienda, catedrático de Universidad. El de Justicia, fiscal; el del Interior, inspector de trabajo; el ministro de Exteriores, inspector fiscal. Y así todos.

Ya pasaba lo mismo con anteriores gobiernos de «liberales». José María Aznar es funcionario, y Ana Botella, también. Hasta hace poco creía que tenía una excepción en el caso de la mayor defensora pública del liberalismo desde la política, la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, hasta que ella misma manifestó que su primer trabajo fue como funcionaria del Cuerpo de Técnicos de Información y Turismo y que allí volvería cuando dejara la política.

No son los únicos, claro. La mayoría de personas que escriben en medios que se autodenominan liberales (y que en realidad no tienen nada que ver con el liberalismo clásico español: he escrito la palabra hasta ahora entre comillas o en cursiva porque, como ya dije en otra ocasión, me niego a que ellos monopolicen el nombre liberal) o que pontifican desde las tertulias de las radios conservadoras, son catedráticos universitarios o han pasado por organismos reguladores.

Todos ellos han cumplido obedientemente el consejo de todas las madres de clase media-alta: hijo, aprueba una oposición, y luego ya podrás dedicarte a la política, o a dirigir una empresa, o a ambas cosas sucesiva o simultáneamente. Todos tienen una red de seguridad, que les permite no dudar en acabar con la protección de los demás. Todos han acumulado el suficiente resentimiento hacia los funcionarios de menor nivel, como para despotricar continuamente contra los empleados públicos y sus supuestos privilegios.

Las personas que trabajan (que trabajamos) en el sector privado, tanto empresarios como empleados, pueden quejarse muy a menudo, y con razón, sobre muchas regulaciones concretas, y pueden criticar la ineficiencias o las arbitrariedades de las administraciones o los trabajadores públicos, pero saben perfectamente, por experiencia propia, que una completa falta de normas en las que operar perjudica su actividad, porque crea incertidumbre, lo cual perjudica la planificación y la inversión. Además, saben que en el mundo real existen relaciones de poder y desigualdades, y que sin la existencia de mecanismos de vigilancia, imperan la ley de la selva y el abuso del poderoso.

Sólo alguien que no conozca la economía real, y que se guíe por modelos teóricos y por especulaciones, puede ser tan tajante en la defensa de los modelos neoliberales. No conocen el mundo real. O bien lo conocen y son unos hipócritas.

Ahora que lo pienso, son como los curas hablando de sexo. Y pueden hacer el mismo daño.

Mil alumnos en Twitter

Septiembre suele ser un buen momento para empezar a estudiar, no sólo en centros de enseñanza. Es cuando se lanzan fascículos en las revistas, o cuando se publicitan las academias a distancia. Es también un buen momento para aprender esperanto.

Casi todos los clubes o grupos de esperanto suelen comenzar sus cursos a finales de septiembre o comienzos de octubre, y pronto actualizaremos las distintas posibilidades en nuestra página en la Federación Española. También en septiembre comenzará curso en otras iniciativas nuevas.

Para quien no pueda acceder a la formación presencial, también este mes se puede uno apuntar a las numerosos posibilidades que ofrece la Red, como Lernu, el Kurso o MailXMail.

Hay un curso especial en la Red, que lancé yo mismo, y que acaba de alcanzar su alumno número 1.000: el curso mediante microlecciones en Twitter. Aquí puedes ver el anuncio cuando lo presenté. Se trata de incluir una lección de esperanto al día, por supuesto respetando la regla de esta red social: menos de 140 caracteres por lección.

Vamos ya por la tercera edición, y, como decía, tenemos ya mil seguidores. Por supuesto, soy consciente de que no todas las cuentas siguen siendo activas, ni todas son constantes, como corresponde a la volatilidad de este tipo de medios. También he podido comprobar, como sospechaba, que no se trata de la mejor forma de aprender esperanto: no todos los alumnos son igualmente constantes, a menudo las lecciones se pierden entre todo el ruido de la red, y es difícil retomar el hilo una vez perdido. Es más, unas fechas de vacaciones como las que hemos pasado en los países del norte pueden romper aún más fácilmente el ritmo de seguimiento.

Así pues, para paliar esos problemas, y para aprovechar este momento de reinicio de las buenas intenciones, he decidido recopilar las primeras lecciones del curso en una página compacta. Puedes acceder a ella en este enlace.

Ya no hay excusa: ¿cuándo has visto un idioma que se pueda aprender en píldoras?