Hace un par de meses ya manifesté aquí mis temores que la respuesta de algunas capas sociales a la crisis podría ser el incremento del nacionalismo (o el patriotismo, que para mí son términos sinónimos). Pues bien, este pronóstico se ha visto parcialmente confirmado en las elecciones regionales y municipales del domingo pasado en España. Y sigo creyendo que es un error.
En épocas de crisis, cuando los débiles se encuentran a merced de las acometidas de los poderosos, o de fuerzas sociales que no saben dominar, es normal que abandonen el individualismo más corriente en momentos más desahogados, y que busquen una línea de defensa común. Desgraciadamente, la experiencia de otros tiempos históricos o de otros lugares, indica que no es descartable que la defensa común se organice no de forma universal(ista), sino refugiándose en grupos más o menos artificiales, definidos por criterios territoriales o étnicos. El patriotismo se convierte en un refugio, y la rabia o la línea de acción se dirigen no contra el sistema general, o contra los abusos de personas o grupos económicos concretos, sino contra un enemigo externo, aunque sea otro grupo de víctimas.
Es una tendencia que, como ya dije en esa otra ocasión, se está viendo en Europa, con el auge de movimientos ultraderechistas o xenófobos. Entonces me centré más en la posible vuelta del antisemitismo, pero quiero aclarar que no es ésta la manifestación más peligrosa. Es más, lo importante no suele ser el objeto del odio, sino, sobre todo, el hecho mismo de que haya alguien a quien odiar. Los odios se pueden cambiar sin problemas.
En España
Hasta el momento no se estaban viendo en España grandes manifestaciones de esta tendencia, pero los que vivimos en entornos populares sabemos que el movimiento de fondo estaba creciendo, aunque no tuviera reflejo en la política general o en los medios de comunicación, que suelen reflejar más los puntos de vista de las clases medias.
Es más, una de las virtudes del movimiento juvenil que se ha manifestado en los últimos días, bajo el lema de «Democracia Real Ya», es, a mi entender, que puede canalizar el movimiento de protesta de forma más atinada, hacia el sistema general, en vez de hacia los grupos externos, que sufren igual el impacto de las malas prácticas económicas. Lo escribí hace unos días, cuando este movimiento comenzó a ganar fuerza, en un texto anterior cuyo enlace incluyo aquí, aunque está escrito sólo en esperanto (no me pareció muy necesario escribir sobre este asunto en castellano, ya que sobran análisis de personas más competentes que yo, pero sí quise escribir algo para quien me lee fuera de nuestras fronteras)
Sin embargo, ese esfuerzo meritorio no ha sido suficiente: como se puede ver en los resultados, los patriotas crecen. Los xenófobos llegan a los ayuntamientos de las zonas obreras de Cataluña, los abertzales triunfan en el País Vasco, los populistas locales sorprenden en Asturias o Córdoba, los neoespañolistas de UPyD se consolidan en Madrid y otros lugares. Incluso en el caso del Partido Popular, cuanto más extremista el candidato, más apoyo recibe.
¿Cómo cambiar esa dinámica? Yo creo que fortaleciendo el Estado frente a las empresas y los individuos (sobre todo los poderosos). Cuando los expertos y los mercados piden lo contrario, es bueno recordar que una consecuencia de la ruptura de la cohesión social es el refugio en los grupos más pequeños, y en la lucha de todos contra todos. Los poderosos pueden permitirse el lujo de aplicar medidas individuales a sus problemas. Pero los débiles necesitan cohesión, leyes, convenios, tejido social. Si se desmantela en un lugar, lo buscarán en otro, no precisamente mejor.
Es una lección que la izquierda debería recordar, porque cuando la olvida y se concentra sólo en la retórica y en las acciones simbólicas pero vacías, deja de representar a los más débiles y recibe un batacazo como el de estos días. Y la derecha se frota las manos, porque consigue aglutinar bajo una bandera a los culpables y las víctimas. Éstas no solucionan sus problemas, pero se sienten más apoyadas. Un error quizás comprensible en algunos sectores sociales, pero un error al fin y al cabo. Y a veces la antesala de un crimen.