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La ciencia nacionalista

Cada vez que uno lee en los medios de comunicación las noticias económicas en los últimos tiempos, la impresión que se obtiene a menudo es que no sufren las personas, sino los países. No se habla de griegos, sino de Grecia; no de los problemas de (muchos) españoles sino de las dificultades de España. Todo es hablar de la deuda de cierto país, del carácter de los ciudadanos de otro, que sería la causa de sus problemas económicos, de los compromisos financieros de un tercero, y así sucesivamente. Igual aparece esa perspectiva en los artículos periodísticos, que en los análisis económicos, que en los foros con comentarios, que en las conversaciones de café.

Lo que parecen ignorar todos los economistas y quienes les siguen, es que la homogeneidad en el seno de cada uno de esos países no existe, y que todas las medidas que se toman van a beneficiar o perjudicar de forma diversa a las capas o clases sociales en el interior de cada nación.

Por eso es por lo que protestamos muchos estos días, y es lo que causa la indignación de movimientos como los «indignados» o el «Occupy». No se trata de negar la existencia de una crisis económica en un país o una sociedad, sino del reparto de soluciones y responsabilidades en el interior de éstas. Es algo que gran parte de los economistas no suelen o no quieren ver, y creo que es un problema de deformación profesional, del que sólo una minoría parece escapar.

Hace algún tiempo leía un libro sobre la Economía, con el título «La ciencia humilde». Debo confesar que lo abordé con el hacha levantada, porque a partir de lo que todos los días leemos en los medios de comunicación, me parecía un título doblemente engañoso: dudaba de que la Economía pueda ser llamada ciencia, y desde luego tampoco parece que los economistas sean humildes, dada la facilidad y la seguridad con la que nos recomiendan sus medidas. Pero tras terminar de leerlo, mi prejuicio fue amortiguado en una gran parte: veo que los verdaderos economistas son más conscientes de lo que dejan ver, sobre las incertidumbres con las que trabajan y la falibilidad de sus hipótesis, y más rigurosos de lo que sus habituales fallos en la previsión del desarrollo económico nos demuestran, o de la simplificación en que incurren en charlas y artículos periodísticos.

Pero me quedé con esa otra impresión a la que antes hacía referencia, y que no deja de aumentar día tras día: que se trata de una ciencia nacionalista, que toma como referencia fundamental la nación o el Estado. No es que el autor, un socialdemócrata como Alfredo Pastor, se olvide completamente de los ciudadanos concretos, ni que ignore el componente social de las consecuencias de las políticas económicas, pero la impresión que obtuve del libro es que el objetivo último de un economista, tanto teórico como práctico, es el resultado sobre el país en su conjunto, y que eso es lo que valida las teorías o las medidas que toma. Ése es el foco que parece estar insertado en el corazón de un economista, lo que es tan inmediato que parece que le pasa desapercibido al propio sujeto. Es por lo que se juzgará a un ministro de economía: el crecimiento total de la nación, o los parámetros agregados (déficit público, etc) de su administración, independientemente del reparto en su interior. Podrá aumentar la desigualdad, la miseria de las capas más bajas, o el malestar social, que todo ello sólo será considerado, en la medida en que afecte a las magnitudes agregadas.

Se trata en definitiva de competir con otros países, compararse con ellos, medir primas y déficits. Es lo que saben hacer y por lo que les pagan.

No pido que se ignore de todo el enfoque territorial. Al fin y al cabo, no se puede escapar de él si se defiende la intervención del Estado, o se está a favor de la integración regional, como es mi caso.

Tampoco defiendo que no se midan estas magnitudes. Al fin y al cabo, si es una ciencia, medir es básico, y lo he defendido en otros textos de esta bitácora. Simplemente, que se usen más los índices que miden las desigualdades o la pobreza.

Y que dejemos de hablar de los problemas de Grecia, y nos enfoquemos más en lo que sufren los griegos. O lo que sufren o sufrirán (algunos) españoles.

Acabar cantando tangos en esperanto

Como contaba en mi anterior texto, este pasado puente hemos celebrado el congreso español de esperanto en Almagro. Ya decía entonces que lo de congreso suena muy solemne, y quizás deberíamos cambiarle de nombre. Es verdad que dio tiempo a trabajar algo, y a discutir aspectos formales y organizativos, pero sobre todo el contenido fue lúdico, cultural y amistoso. Hablamos mucho en esperanto, también con bastantes no castellanohablantes que se acercaron esos días a acompañarnos (algunos de tan lejos como Australia, Japón o Estados Unidos), y además hubo teatro, música (muy buena), cine, literatura, juegos y mucho más.

El congreso puede resumirse en el titular «el esperanto es una lengua viva, que funciona», que recogieron varios medios de comunicación como balance. Pero si uno quiere juzgarlo por sí mismo, quizás sea mejor comprobarlo en este vídeo, aunque no se entienda esperanto.

Hubo tan buen ambiente y se puede disfrutar tanto en ese idioma, que el último recuerdo que tengo es que alguno acabó cantando tangos en esperanto. Y no es el único.