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Yo sí estoy por una Europa-Esperanto

Ya ha vuelto a aparecer la expresión. Europa-Esperanto, o Europa al estilo esperanto. Como si fuera algo negativo.

Esta vez ha sido ni más ni menos que el presidente de la Unión Europea, Herman Van Rompuy, que en un discurso ante la Universidad Católica de Lovaina dijo a comienzos de junio que

«Europa no necesita un nuevo fundamentalismo, que intente tragarse a los pueblos y las naciones en una Europa artificial, del tipo esperanto. Necesitamos aquí también un equilibrio, «unidad en la diversidad», esta vez con énfasis en la unidad.»

La afirmación contiene tantas incongruencias y falacias, empezando por una representación claramente falsa de lo que supone el esperanto, que no me resisto a comentarla, sobre todo porque ilustra de forma ejemplar los problemas que Europa enfrenta hoy en día. Van Rompuy en LovainaMás aún cuando la pronuncia Van Rompuy, uno de los principales culpables de la baja estimación que la idea europea tiene hoy entre los ciudadanos (hasta el punto de que hasta en España haya adquirido tanta popularidad la soflama de un impresentable como Nigel Farage, el ultraderechista presidente del partido de los euroescépticos británicos)

El texto completo puede leerse en este enlace, perteneciente a la web del Consejo Europeo. Advierto para empezar que la intervención del presidente europeo aparece sólo en inglés, ni siquiera en neerlandés, idioma tanto del propio conferenciante como de la universidad (que hace unos años se separó de la universidad francesa como consecuencia de una pelea lingüística, pero que ahora parece entregada a un tercer idioma), ni en ningún otra lengua oficial de la Unión.

Esto no es una anécdota, es una muestra clara de la incongruencia que antes mencionaba. Se habla de que se necesita respeto a la diversidad, pero un idioma nacional domina la vida europea, al igual que un pensamiento único gobierna la política económica y una camarilla de políticos, o bien no electos o sólo designados por una parte de los ciudadanos, imponen todas las decisiones.

Otro europeísmo

Siempre me he declarado europeísta. Así, abiertamente. Siempre me ha parecido que la Unión Europea constituía una iniciativa digna de admiración y de apoyo. La consideraba un proyecto que pretendía trascender los Estados-nación, que han sido la forma política predominante en estos últimos siglos en el continente, y que, aun siendo a su vez un avance frente a tribalismos y taifas, se convirtieron a su vez en nuevas tribus y causaron tantos daños. Incluso cuando se trató de algo tan trivial como elegir un dominio para esta web y este blog, elegí el sufijo .eu, como muestra de ese compromiso europeo.

A nadie se le escapa, no obstante, que declararse europeísta estos días se ha convertido en un acto casi de desafío. El prestigio de la Unión Europea anda por los suelos, por desgracia de forma merecida.

Ya antes me parecía arriesgada la costumbre de los políticos españoles y de otros países, de emplear las «exigencias» de la UE para aprobar leyes y disposiciones que concitaban la oposición de los ciudadanos, o para fijar precios elevados, con el argumento de su equivalencia en otras naciones (cosa que, obvio es decirlo, no ocurría cuando se trataba de igualar ingresos o derechos). Venía a suponer que la transición a niveles europeos ocasionaba una pérdida de la participación ciudadana, y de los mecanismos de control que toda democracia supone. Es decir, lo contrario de lo que la Unión debía representar, que de ningún modo se compensaba por la existencia de algunas pocas instancias representativas a nivel europeo.

Pero en las últimas semanas, el grado de pérdida de soberanía y capacidad de control o decisión por parte de los ciudadanos españoles y del resto de países europeos, ha disminuido de forma drástica, como consecuencia de la crisis y las medidas para (dicen) atajarla o mitigarla, sea mediante rescates, semirescates o simples medidas de austeridad. La Unión está sirviendo para, de forma antidemocrática, forzar unas medidas (y ahora no entro en si acertadas o no, aunque ya en otros lugares he manifestado que no me lo parecen), decididas por dirigentes sobre los que el grado de control del ciudadano es extremadamente reducido.

Creo que no se trata de algo coyuntural. Lo que ha ocurrido es que, como a menudo sucede en los accidentes de ingeniería, la crisis ha evidenciado un fallo de diseño. El mecanismo no ha sabido responder a las condiciones adversas, y va a haber que tomar medidas drásticas si queremos que la máquina funcione de nuevo.

Yo sí quiero que la máquina europea funcione. Y por tanto, me atrevo a proponer que cambiemos unos cuantos diseños. Lo más urgente, devolver la capacidad de decisión a los ciudadanos europeos. Asegurarse de que las medidas que se toman, relacionadas con política financiera, con impuestos, con regulación económica, la toman políticos elegidos por los europeos, y aplican de forma homogénea a todos, sin esconderse bajo el comodín de los «expertos» y sin prerrogativas para los habitantes de ninguno de los países involucrados.

Una Europa democrática

Habría que desarrollar más esta idea simple, y seguro que hay politólogos que saben más de esto que yo, pero permitidme que le dé la vuelta a la afirmación de Van Rompuy, y lo resuma en una sola expresión: necesitamos una Europa-Esperanto. Es decir, una Europa democrática, sin privilegios para habitantes de países poderosos ni para capas sociales que tienen los medios de influir en las decisiones tomadas en lugares alejados del resto de ciudadanos.

La expresión Europa-Esperanto, tal como yo la utilizo, me la entenderá bien cualquiera que haya seguido otros escritos míos, o conozca mis puntos de vista sobre el esperanto, expresados en esta web y en otros lugares. Pero reconozco que puede dar lugar a malentendidos para otros, porque puede interpretarse como una cuestión meramente lingüística, pero sobre todo porque existen ciertas confusiones sobre el papel que el esperanto puede jugar en la relación entre los pueblos.

De hecho, la aparición previa más conocida de esta expresión procede de un discurso del entonces canciller alemán Helmut Kohl, que dijo en 1995:

«no queremos una Europa-Esperanto, sino una Europa en la que cada uno retenga su propia identidad» («Wir wollen kein Esperanto-Europa, sondern ein Europa, in dem alle ihre Identität behalten»)

Lo paradójico es que esta frase la pronunció Kohl como respuesta a los miedos expresados por algunos ciudadanos de estados pequeños, de que los países más grandes impusiesen sus puntos de vista o sus intereses sobre los demás.

Pues bien, eso es lo que ha ocurrido, justamente porque los países han mantenido su identidad, porque las decisiones se toman en función de la fuerza relativa de cada uno de ellos, y sin tener en cuenta el interés global de los ciudadanos europeos. Simplificando, se ha llegado a un diseño en que su sucesora, la actual cancillera, puede imponer medidas sobre otros países, quizás para salvaguardar los intereses de sus propios bancos, y no tenga ningún contrapeso elegido democráticamente, a quien los demás podamos recurrir.

Algunos pretenden enfrentar a los habitantes de unos países con otros. Se ve en los intentos de algunos mediterráneos de culpar a los alemanes, así en general, o en las imágenes que tratan de convencer a los norteeuropeos sobre los vicios de los sureños. No hay que caer en esa trampa, igual que hay que evitar maniobras similares dentro de cada uno de nuestros países. Ya comenté en ocasiones anteriores que el nacionalismo, el refugiarse en el pequeño grupo de cada cual, es una tentación demasiado fácil en épocas de crisis económica.

En estos casos, la misma idea de Europa va a sufrir, si no lo evitamos los ciudadanos de a pie. Necesitamos una mejor Europa. Democrática, sin privilegios, para todos. Como el esperanto.

No digáis jodidamente, ¡coño!

(NOTA: Si no te gusta el lenguaje con tacos, creo que no deberías leer esta entrada, si bien debo advertir que el uso está justificado por interés lingüístico. Aunque, ahora que lo pienso, quizás sea algo tarde ya, dado el título…)

Creo que hay pocas pistas que muestren mejor la colonización cultural que estamos sufriendo, que el que ya no seamos capaces ni de saber usar nuestros tacos. Y nada lo ilustra mejor que la insidiosa difusión del adverbio «jodidamente» para enaltecer o intensificar un adjetivo. Últimamente lo encuentro escrito por todos sitios. Al principio, como mala traducción del inglés «fucking», pero cada vez más en textos ya originales.

imagen la hostia de realQue aparezca en memes traducidos casi que no me extraña, ya que es obvio que no les vamos a pedir mucho criterio, pero que lo utilicen divulgadores de calidad o incluso mi hija (y aquí perdonad que no enlace), eso ya me preocupa más. Lo siento, Aberrón, lo del Curiosity será emocionante de cojones, o la hostia de emocionante, pero jamás jodidamente emocionante.

Lo curioso es que empleemos variedades de fuck, que parece que es la única palabrota que saben los norteamericanos, si hacemos caso a las películas, cuando la riqueza de juramentos es tan grande y tan variada en español. Ya comenté en otra ocasión que me parecía una aberración cuando en el cine se traduzca el «Fuck you!» por un «¡Que te jodan!». En cualquier circunstancia que se me ocurra, un español (y seguramente también una española) acogería esta expresión suponiendo que le desean algo positivo, cuando en realidad una traducción adecuada sería más bien «Vete a tomar por culo» o «Que te den», o, como mucho, «Jódete». Pues bien, hasta el que te jodan se empieza a leer, si no todavía a escuchar.

En fin, no quiero ser especialmente purista, como ya dije en otra ocasión. Soy perfectamente consciente de que los lenguajes evolucionan, y que además lo hacen sujetos a las influencias de las lenguas dominantes. Incluso en el terreno de las palabras tabú hay cierta evolución, como prueba la notable disminución del uso de blasfemias (aunque parezca que no, los que hemos vivido la infancia en un entorno rural castellano, sabíamos que hace unos años los únicos que no se cagaban en la virgen eran los curas y alguna beata, y no siempre)

Pero, coño, dejemos lo de jodidamente para cuando estamos jodidos. En los demás casos se trata de una elección mala de cojones.