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¿Vuelve el antisemitismo?

NOTA: El siguiente texto es una versión de un artículo escrito originalmente en esperanto, y que apareció en el número de enero-febrero de la revista «Sennaciulo», órgano de la Asociación Mundial Anacional (SAT), en un dosier sobre «Tolerancia hasta qué grado». El original puede leerse aquí.

Siempre me han indignado las declaraciones de algunas autoridades (y ciudadanos) israelíes, que justifican las acciones racistas de su gobierno acusando de antisemitas a los que simplemente son antisionistas. Es claro que no se debe confundir antisionismo y antijudaísmo, y de hecho yo reivindico el derecho a declararse contra la existencia de un Estado Judío, y a la vez defender los derechos de los individuos judíos dondequiera que se encuentren. Pero últimamente observo un fenómeno preocupante, que la situación económica puede exacerbar: el aumento del antisemitismo.

Un observador ingenuo podría pensar que una crisis del capitalismo, causada por fenómenos de codicia y concentración que ya Marx describía en el Manifiesto Comunista hace más de 150 años, iba a producir una rebelión mundial contra un sistema podrido. Sin embargo, es muy posible, si la izquierda no se moviliza adecuadamente y deja de hacerle el juego a los poderosos, que el resultado sea similar al que ya se vio en los años 30 en circunstancias similares: la sustitución de la perspectiva de clase por la visión étnica, el refugio en las identidades grupales y la culpabilización de las minorías nacionales.

Lo estamos viendo ya en las manifestaciones contra inmigrantes, en el aumento de la xenofobia, en la focalización en materias nacionales en las elecciones, o en la perspectiva puramente nacional en las salidas a las especulaciones financieras. A los que nos interesa la historia, los paralelismos con los años 30 no pueden dejar de espantarnos (resulta tan evidente que cuando ya había escrito este texto, me lo comentaba mi  hija, que está estudiando este periodo ahora en la enseñanza media)

Antisemitismo sin judíos

Incluso estoy empezando a ver el incremento de un fenómeno típico de la anterior gran crisis que creí que esta vez no se iba a producir, el antisemitismo. Al fin y al cabo, antes era fácil ver una minoría en las cercanías. Ahora, tras la creación del Estado de Israel y la masiva emigración de judíos a esas tierras, la gran mayoría de ciudadanos de Europa y América apenas tienen ocasión de relacionarse personalmente con un individuo identificable como hebreo.

No obstante, el judío como abstracción parece que sigue estando disponible. No quiero centrarme en escándalos recientes, quizás algo sobrevalorados. Pero lo he vivido en algunos comentarios de personas cercanas, inteligentes, para los que las múltiples teorías de la conspiración judía siguen siendo razonables. Incluso entre ciertos medios de la izquierda, la solidaridad con la causa palestina se ha aliado con las teorías conspiranoicas para hacer aceptable un salto adicional: la culpabilización de los hebreos como tales, no sólo de un Estado especial.

Quien se va a beneficiar de ello, sin embargo, es la extrema derecha. Lo voy a ilustrar con un ejemplo real de Estados Unidos, donde la rabia contra la situación económica ha sido capitalizada por un movimiento populista, el “Tea Party”, que prefiere echar la culpa a las minorías y los extranjeros. Hace unos días, uno de los gurús del movimiento, el presentador Glenn Beck, desarrolló una serie de ataques contra una sola persona, a quien acusó de estar detrás de todos los problemas del país, como “maestro de marionetas”: George Soros. Soros es bien conocido, y a él he dedicado algunos textos en esta web. Hay que reconocer que es un blanco fácil para este tipo de populismos: rico, especulador, extranjero, universalista, liberal… y judío.

Así que el ataque contra él puede recurrir a todo tipo de culpabilizaciones, sin necesidad siquiera de que esta última circunstancia aparezca de forma explícita, aunque de alguna manera se sobreentienda. Beck incluso pudo recurrir al hecho de que el padre de Soros hablaba esperanto (aunque él en su ignorancia designó a este idioma como “esperanza”) para transmitir la idea de un complot universalista (es decir, extranjero) contra los buenos patriotas norteamericanos.

George SorosNo soy yo quien va a defender a Soros (como diría Jon Stewart “please don’t make it so awful that I feel the need to defend a vaguely creepy hedge fund billionaire like George Soros”), pero su uso como chivo expiatorio es claramente una táctica para divertir la culpabilidad de un sistema podrido, y de personas mucho más poderosas, menos visibles. Es decir, lo que ya se hizo en los años 30 con los judíos.

En Beck y en otros miembros de la extrema derecha estadounidense se da una curiosa circunstancia, que creo que también se está empezando a dar en otros países: el antisemitismo y el pro-sionismo. Es decir, se puede apoyar al Estado de Israel, como punta de lanza de los valores “occidentales” en Próximo Oriente, y como ayuda en la lucha contra los árabes, además de como lugar para desembarazarse de los judíos propios, mientras a la vez se combate a los judíos como abstracción. Si además ello sirve para favorecer algunas ideas milenaristas, que ven la concentración de judíos en Tierra Santa como un paso para la conversión general y el Juicio Final, como no es extraño en ciertos medios evangélicos de Estados Unidos, mucho mejor. En ese sentido, Soros es de nuevo el blanco perfecto, como judío y antisionista.

Sionismo y judaísmo

Creo, como decía al comienzo, que es posible ser antisionista, sin que ello signifique ninguna animosidad a los judíos. Es más, opino que Israel es la mayor desgracia que le ha ocurrido a la cultura judía. Si ésta se caracterizaba por su variedad, por su combinación entre una aspiración universal y su interacción con las culturas locales entre las que vivía, la homogeneización a la que siempre tienden los estados ha acabado con estos rasgos únicos. Buena muestra es que prácticamente han muerto todos los lenguajes judíos (yidis, sefardí y tantos otros), a favor de uno recreado, el neohebreo. Not the enemy, de Rachel ShabiComo ha contado la periodista Rachel Shabi en un reciente libro, “Not the enemy”, la presión de la élite de origen europeo en Israel está causando que poco a poco desaparezca todo lo relacionado con la cultura de los judíos procedentes de países de mayoría islámica, los que en ocasiones se llaman sefardíes en un sentido amplio, aunque la mayoría no procedan de la Península Ibérica ni hablen judeoespañol, y por tanto es más exacto el nombre de mizrahis o mizrají. Es este un tema del que apenas se sabe nada en España, a pesar de la histórica relación con los sefardíes (etimológicamente, los ibéricos), ni siquiera entre los más apasionados seguidores del conflicto en Palestina.

Ya hace algún tiempo, hablando sobre el Holocausto y las memorias personales sobre este tema, hice notar la relativa escasez de libros en castellano sobre el mundo judío, en comparación con otras lenguas. No es de extrañar por tanto la frecuente ignorancia sobre aspectos básicos. En conversaciones sobre el Holocausto, me he encontrado a menudo que los españoles ignoramos la amplitud de la población judía en Europa y la variedad de su situación social. La existencia de una amplia área geográfica (en las actuales Polonia, Lituania, Bielorrusia o Ucrania) donde los judíos eran una minoría étnica más, mayoritaria en ciertas ciudades y regiones, con una identidad importante y un idioma común, es algo que los esperantistas sabemos casi como un dato evidente, porque constituye una parte básica del contexto histórico donde nació el esperanto y su iniciador, el doctor Zamenhof, pero es algo totalmente ignorado en los ámbitos intelectuales generales en España.

Esta confusión entre religión y nacionalidad judía, de todas formas, es algo suficientemente complicado, que daría para todo un artículo en sí mismo. En parte es una evolución histórica lógica, explicable dentro de las teorías del nacionalismo más clásicas, causada o aprovechada por los propios sionistas, que no han dudado en emplear una identidad previa para favorecer algo que no tenía por qué ser obvio: la creación de un estado uninacional en un territorio ajeno a la tradición más cercana de los judíos reales. Hay un libro enormemente interesante, y muy controvertido, “Cómo fue inventado el pueblo judío”, de Shlomo Sand, desgraciadamente de nuevo inaccesible en castellano, que explica muy bien el proceso, y que recomiendo a cualquiera que esté interesado en el tema (aquí puede leerse un resumen).

Las teorías clásicas del nacionalismo tenían un importante escollo: la existencia de los judíos en Europa. Cuando uno lee textos clásicos, por ejemplo de los autores marxistas de principios del siglo XX, como Stalin, Rosa Luxemburgo o Kautsky, da la impresión de que éste era el aspecto que más dificultaba los debates. Es más, la discusión sobre qué era una etnia giraban a veces en torno a esta noción, hasta el punto de que siempre he sospechado que la insistencia de Stalin (que era el ideólogo de los bolcheviques sobre la cuestión nacional incluso antes de alcanzar el poder) en la necesidad de que existiera un territorio como elemento conformador de la nacionalidad se debía más a su conocido antisemitismo que a una profunda elaboración teórica, mientras que las posiciones de Rosa Luxemburgo no podían obviar su propia condición de judía.

El propio Zamenhof fue también muy consciente del problema judío, y en su primera juventud fue incluso un defensor de la nacionalidad judía y un pionero del sionismo, incluso antes de Herzl. Pronto vio que no era ésa la solución, que un hogar judío en Palestina causaría inevitablemente enfrentamientos con la población local, y prefirió una vía muy distinta: el universalismo y la batalla contra las animosidades étnicas, hasta el punto de crear un idioma neutral y de buscar algún tipo de religión humanista. Sus escritos son aún hoy un prodigio de clarividencia.

El sionismo ha sido el último triunfo resonante del nacionalismo estatalista. El que ha conseguido ligar una nacionalidad a un territorio, incluso cuando esa nacionalidad no disponía de ninguno, y el territorio ya estaba ocupado por otros. Algunos pensamos todavía que no tiene por qué ser así. Que es posible evitar el carácter nacional de los estados. Que el sionismo no tiene sentido, y a la vez alimenta el antisemitismo. Un peligro sobre el que, más que nunca, hay que estar siempre vigilante, y que no necesita apenas nada para volver a florecer.