Mil alumnos en Twitter

Septiembre suele ser un buen momento para empezar a estudiar, no sólo en centros de enseñanza. Es cuando se lanzan fascículos en las revistas, o cuando se publicitan las academias a distancia. Es también un buen momento para aprender esperanto.

Casi todos los clubes o grupos de esperanto suelen comenzar sus cursos a finales de septiembre o comienzos de octubre, y pronto actualizaremos las distintas posibilidades en nuestra página en la Federación Española. También en septiembre comenzará curso en otras iniciativas nuevas.

Para quien no pueda acceder a la formación presencial, también este mes se puede uno apuntar a las numerosos posibilidades que ofrece la Red, como Lernu, el Kurso o MailXMail.

Hay un curso especial en la Red, que lancé yo mismo, y que acaba de alcanzar su alumno número 1.000: el curso mediante microlecciones en Twitter. Aquí puedes ver el anuncio cuando lo presenté. Se trata de incluir una lección de esperanto al día, por supuesto respetando la regla de esta red social: menos de 140 caracteres por lección.

Vamos ya por la tercera edición, y, como decía, tenemos ya mil seguidores. Por supuesto, soy consciente de que no todas las cuentas siguen siendo activas, ni todas son constantes, como corresponde a la volatilidad de este tipo de medios. También he podido comprobar, como sospechaba, que no se trata de la mejor forma de aprender esperanto: no todos los alumnos son igualmente constantes, a menudo las lecciones se pierden entre todo el ruido de la red, y es difícil retomar el hilo una vez perdido. Es más, unas fechas de vacaciones como las que hemos pasado en los países del norte pueden romper aún más fácilmente el ritmo de seguimiento.

Así pues, para paliar esos problemas, y para aprovechar este momento de reinicio de las buenas intenciones, he decidido recopilar las primeras lecciones del curso en una página compacta. Puedes acceder a ella en este enlace.

Ya no hay excusa: ¿cuándo has visto un idioma que se pueda aprender en píldoras?

Yo sí estoy por una Europa-Esperanto

Ya ha vuelto a aparecer la expresión. Europa-Esperanto, o Europa al estilo esperanto. Como si fuera algo negativo.

Esta vez ha sido ni más ni menos que el presidente de la Unión Europea, Herman Van Rompuy, que en un discurso ante la Universidad Católica de Lovaina dijo a comienzos de junio que

«Europa no necesita un nuevo fundamentalismo, que intente tragarse a los pueblos y las naciones en una Europa artificial, del tipo esperanto. Necesitamos aquí también un equilibrio, «unidad en la diversidad», esta vez con énfasis en la unidad.»

La afirmación contiene tantas incongruencias y falacias, empezando por una representación claramente falsa de lo que supone el esperanto, que no me resisto a comentarla, sobre todo porque ilustra de forma ejemplar los problemas que Europa enfrenta hoy en día. Van Rompuy en LovainaMás aún cuando la pronuncia Van Rompuy, uno de los principales culpables de la baja estimación que la idea europea tiene hoy entre los ciudadanos (hasta el punto de que hasta en España haya adquirido tanta popularidad la soflama de un impresentable como Nigel Farage, el ultraderechista presidente del partido de los euroescépticos británicos)

El texto completo puede leerse en este enlace, perteneciente a la web del Consejo Europeo. Advierto para empezar que la intervención del presidente europeo aparece sólo en inglés, ni siquiera en neerlandés, idioma tanto del propio conferenciante como de la universidad (que hace unos años se separó de la universidad francesa como consecuencia de una pelea lingüística, pero que ahora parece entregada a un tercer idioma), ni en ningún otra lengua oficial de la Unión.

Esto no es una anécdota, es una muestra clara de la incongruencia que antes mencionaba. Se habla de que se necesita respeto a la diversidad, pero un idioma nacional domina la vida europea, al igual que un pensamiento único gobierna la política económica y una camarilla de políticos, o bien no electos o sólo designados por una parte de los ciudadanos, imponen todas las decisiones.

Otro europeísmo

Siempre me he declarado europeísta. Así, abiertamente. Siempre me ha parecido que la Unión Europea constituía una iniciativa digna de admiración y de apoyo. La consideraba un proyecto que pretendía trascender los Estados-nación, que han sido la forma política predominante en estos últimos siglos en el continente, y que, aun siendo a su vez un avance frente a tribalismos y taifas, se convirtieron a su vez en nuevas tribus y causaron tantos daños. Incluso cuando se trató de algo tan trivial como elegir un dominio para esta web y este blog, elegí el sufijo .eu, como muestra de ese compromiso europeo.

A nadie se le escapa, no obstante, que declararse europeísta estos días se ha convertido en un acto casi de desafío. El prestigio de la Unión Europea anda por los suelos, por desgracia de forma merecida.

Ya antes me parecía arriesgada la costumbre de los políticos españoles y de otros países, de emplear las «exigencias» de la UE para aprobar leyes y disposiciones que concitaban la oposición de los ciudadanos, o para fijar precios elevados, con el argumento de su equivalencia en otras naciones (cosa que, obvio es decirlo, no ocurría cuando se trataba de igualar ingresos o derechos). Venía a suponer que la transición a niveles europeos ocasionaba una pérdida de la participación ciudadana, y de los mecanismos de control que toda democracia supone. Es decir, lo contrario de lo que la Unión debía representar, que de ningún modo se compensaba por la existencia de algunas pocas instancias representativas a nivel europeo.

Pero en las últimas semanas, el grado de pérdida de soberanía y capacidad de control o decisión por parte de los ciudadanos españoles y del resto de países europeos, ha disminuido de forma drástica, como consecuencia de la crisis y las medidas para (dicen) atajarla o mitigarla, sea mediante rescates, semirescates o simples medidas de austeridad. La Unión está sirviendo para, de forma antidemocrática, forzar unas medidas (y ahora no entro en si acertadas o no, aunque ya en otros lugares he manifestado que no me lo parecen), decididas por dirigentes sobre los que el grado de control del ciudadano es extremadamente reducido.

Creo que no se trata de algo coyuntural. Lo que ha ocurrido es que, como a menudo sucede en los accidentes de ingeniería, la crisis ha evidenciado un fallo de diseño. El mecanismo no ha sabido responder a las condiciones adversas, y va a haber que tomar medidas drásticas si queremos que la máquina funcione de nuevo.

Yo sí quiero que la máquina europea funcione. Y por tanto, me atrevo a proponer que cambiemos unos cuantos diseños. Lo más urgente, devolver la capacidad de decisión a los ciudadanos europeos. Asegurarse de que las medidas que se toman, relacionadas con política financiera, con impuestos, con regulación económica, la toman políticos elegidos por los europeos, y aplican de forma homogénea a todos, sin esconderse bajo el comodín de los «expertos» y sin prerrogativas para los habitantes de ninguno de los países involucrados.

Una Europa democrática

Habría que desarrollar más esta idea simple, y seguro que hay politólogos que saben más de esto que yo, pero permitidme que le dé la vuelta a la afirmación de Van Rompuy, y lo resuma en una sola expresión: necesitamos una Europa-Esperanto. Es decir, una Europa democrática, sin privilegios para habitantes de países poderosos ni para capas sociales que tienen los medios de influir en las decisiones tomadas en lugares alejados del resto de ciudadanos.

La expresión Europa-Esperanto, tal como yo la utilizo, me la entenderá bien cualquiera que haya seguido otros escritos míos, o conozca mis puntos de vista sobre el esperanto, expresados en esta web y en otros lugares. Pero reconozco que puede dar lugar a malentendidos para otros, porque puede interpretarse como una cuestión meramente lingüística, pero sobre todo porque existen ciertas confusiones sobre el papel que el esperanto puede jugar en la relación entre los pueblos.

De hecho, la aparición previa más conocida de esta expresión procede de un discurso del entonces canciller alemán Helmut Kohl, que dijo en 1995:

«no queremos una Europa-Esperanto, sino una Europa en la que cada uno retenga su propia identidad» («Wir wollen kein Esperanto-Europa, sondern ein Europa, in dem alle ihre Identität behalten»)

Lo paradójico es que esta frase la pronunció Kohl como respuesta a los miedos expresados por algunos ciudadanos de estados pequeños, de que los países más grandes impusiesen sus puntos de vista o sus intereses sobre los demás.

Pues bien, eso es lo que ha ocurrido, justamente porque los países han mantenido su identidad, porque las decisiones se toman en función de la fuerza relativa de cada uno de ellos, y sin tener en cuenta el interés global de los ciudadanos europeos. Simplificando, se ha llegado a un diseño en que su sucesora, la actual cancillera, puede imponer medidas sobre otros países, quizás para salvaguardar los intereses de sus propios bancos, y no tenga ningún contrapeso elegido democráticamente, a quien los demás podamos recurrir.

Algunos pretenden enfrentar a los habitantes de unos países con otros. Se ve en los intentos de algunos mediterráneos de culpar a los alemanes, así en general, o en las imágenes que tratan de convencer a los norteeuropeos sobre los vicios de los sureños. No hay que caer en esa trampa, igual que hay que evitar maniobras similares dentro de cada uno de nuestros países. Ya comenté en ocasiones anteriores que el nacionalismo, el refugiarse en el pequeño grupo de cada cual, es una tentación demasiado fácil en épocas de crisis económica.

En estos casos, la misma idea de Europa va a sufrir, si no lo evitamos los ciudadanos de a pie. Necesitamos una mejor Europa. Democrática, sin privilegios, para todos. Como el esperanto.

No digáis jodidamente, ¡coño!

(NOTA: Si no te gusta el lenguaje con tacos, creo que no deberías leer esta entrada, si bien debo advertir que el uso está justificado por interés lingüístico. Aunque, ahora que lo pienso, quizás sea algo tarde ya, dado el título…)

Creo que hay pocas pistas que muestren mejor la colonización cultural que estamos sufriendo, que el que ya no seamos capaces ni de saber usar nuestros tacos. Y nada lo ilustra mejor que la insidiosa difusión del adverbio «jodidamente» para enaltecer o intensificar un adjetivo. Últimamente lo encuentro escrito por todos sitios. Al principio, como mala traducción del inglés «fucking», pero cada vez más en textos ya originales.

imagen la hostia de realQue aparezca en memes traducidos casi que no me extraña, ya que es obvio que no les vamos a pedir mucho criterio, pero que lo utilicen divulgadores de calidad o incluso mi hija (y aquí perdonad que no enlace), eso ya me preocupa más. Lo siento, Aberrón, lo del Curiosity será emocionante de cojones, o la hostia de emocionante, pero jamás jodidamente emocionante.

Lo curioso es que empleemos variedades de fuck, que parece que es la única palabrota que saben los norteamericanos, si hacemos caso a las películas, cuando la riqueza de juramentos es tan grande y tan variada en español. Ya comenté en otra ocasión que me parecía una aberración cuando en el cine se traduzca el «Fuck you!» por un «¡Que te jodan!». En cualquier circunstancia que se me ocurra, un español (y seguramente también una española) acogería esta expresión suponiendo que le desean algo positivo, cuando en realidad una traducción adecuada sería más bien «Vete a tomar por culo» o «Que te den», o, como mucho, «Jódete». Pues bien, hasta el que te jodan se empieza a leer, si no todavía a escuchar.

En fin, no quiero ser especialmente purista, como ya dije en otra ocasión. Soy perfectamente consciente de que los lenguajes evolucionan, y que además lo hacen sujetos a las influencias de las lenguas dominantes. Incluso en el terreno de las palabras tabú hay cierta evolución, como prueba la notable disminución del uso de blasfemias (aunque parezca que no, los que hemos vivido la infancia en un entorno rural castellano, sabíamos que hace unos años los únicos que no se cagaban en la virgen eran los curas y alguna beata, y no siempre)

Pero, coño, dejemos lo de jodidamente para cuando estamos jodidos. En los demás casos se trata de una elección mala de cojones.

Cumplimos 125 años

Hoy día 26 celebramos el cumpleaños del esperanto. Puede parecer extraño, pero es así: el idioma esperanto es especial en este sentido: sabemos cuándo salió a la luz, y cómo a partir de una idea de un solo individuo se convirtió en una empresa colectiva. El 26 de julio de 1887 (14 de julio en el calendario oficial en el entonces Imperio Ruso) se publicaba en Varsovia un modesto libro, con el título de «Lengua internacional. Introducción y manual completo (para rusos)», cuyo autor, el joven médico Lazarj Markovich Zamenhof, se ocultaba bajo el pseudónimo «Doktoro Esperanto» (el que tiene esperanza). emblema del 125 aniversario del esperantoEste Primer Libro, del que pronto saldrían versiones en otras lenguas, dio inicio a un fenómeno único, por medio del cual personas de todos los países y culturas se comunican de forma cotidiana, igualitaria y plena, sin que importen el origen o la identidad nacional.

Desde entonces el esperanto no ha dejado de funcionar y evolucionar, creando una cultura muy atractiva e interesante, y sirviendo de puente de encuentro universal. Estos días los esperantistas lo estamos celebrando como solemos: hablando y escribiendo, encontrándonos en el mundo real y el virtual, con la seguridad de que se trata de una lengua que durará otros tantos años y continuará ahí, a disposición de quien se interese por lo que pasa más allá de su pequeño círculo personal o cultural.

Actualización: y así es como lo ha contado Televisión Española:

La ciencia nacionalista

Cada vez que uno lee en los medios de comunicación las noticias económicas en los últimos tiempos, la impresión que se obtiene a menudo es que no sufren las personas, sino los países. No se habla de griegos, sino de Grecia; no de los problemas de (muchos) españoles sino de las dificultades de España. Todo es hablar de la deuda de cierto país, del carácter de los ciudadanos de otro, que sería la causa de sus problemas económicos, de los compromisos financieros de un tercero, y así sucesivamente. Igual aparece esa perspectiva en los artículos periodísticos, que en los análisis económicos, que en los foros con comentarios, que en las conversaciones de café.

Lo que parecen ignorar todos los economistas y quienes les siguen, es que la homogeneidad en el seno de cada uno de esos países no existe, y que todas las medidas que se toman van a beneficiar o perjudicar de forma diversa a las capas o clases sociales en el interior de cada nación.

Por eso es por lo que protestamos muchos estos días, y es lo que causa la indignación de movimientos como los «indignados» o el «Occupy». No se trata de negar la existencia de una crisis económica en un país o una sociedad, sino del reparto de soluciones y responsabilidades en el interior de éstas. Es algo que gran parte de los economistas no suelen o no quieren ver, y creo que es un problema de deformación profesional, del que sólo una minoría parece escapar.

Hace algún tiempo leía un libro sobre la Economía, con el título «La ciencia humilde». Debo confesar que lo abordé con el hacha levantada, porque a partir de lo que todos los días leemos en los medios de comunicación, me parecía un título doblemente engañoso: dudaba de que la Economía pueda ser llamada ciencia, y desde luego tampoco parece que los economistas sean humildes, dada la facilidad y la seguridad con la que nos recomiendan sus medidas. Pero tras terminar de leerlo, mi prejuicio fue amortiguado en una gran parte: veo que los verdaderos economistas son más conscientes de lo que dejan ver, sobre las incertidumbres con las que trabajan y la falibilidad de sus hipótesis, y más rigurosos de lo que sus habituales fallos en la previsión del desarrollo económico nos demuestran, o de la simplificación en que incurren en charlas y artículos periodísticos.

Pero me quedé con esa otra impresión a la que antes hacía referencia, y que no deja de aumentar día tras día: que se trata de una ciencia nacionalista, que toma como referencia fundamental la nación o el Estado. No es que el autor, un socialdemócrata como Alfredo Pastor, se olvide completamente de los ciudadanos concretos, ni que ignore el componente social de las consecuencias de las políticas económicas, pero la impresión que obtuve del libro es que el objetivo último de un economista, tanto teórico como práctico, es el resultado sobre el país en su conjunto, y que eso es lo que valida las teorías o las medidas que toma. Ése es el foco que parece estar insertado en el corazón de un economista, lo que es tan inmediato que parece que le pasa desapercibido al propio sujeto. Es por lo que se juzgará a un ministro de economía: el crecimiento total de la nación, o los parámetros agregados (déficit público, etc) de su administración, independientemente del reparto en su interior. Podrá aumentar la desigualdad, la miseria de las capas más bajas, o el malestar social, que todo ello sólo será considerado, en la medida en que afecte a las magnitudes agregadas.

Se trata en definitiva de competir con otros países, compararse con ellos, medir primas y déficits. Es lo que saben hacer y por lo que les pagan.

No pido que se ignore de todo el enfoque territorial. Al fin y al cabo, no se puede escapar de él si se defiende la intervención del Estado, o se está a favor de la integración regional, como es mi caso.

Tampoco defiendo que no se midan estas magnitudes. Al fin y al cabo, si es una ciencia, medir es básico, y lo he defendido en otros textos de esta bitácora. Simplemente, que se usen más los índices que miden las desigualdades o la pobreza.

Y que dejemos de hablar de los problemas de Grecia, y nos enfoquemos más en lo que sufren los griegos. O lo que sufren o sufrirán (algunos) españoles.

Acabar cantando tangos en esperanto

Como contaba en mi anterior texto, este pasado puente hemos celebrado el congreso español de esperanto en Almagro. Ya decía entonces que lo de congreso suena muy solemne, y quizás deberíamos cambiarle de nombre. Es verdad que dio tiempo a trabajar algo, y a discutir aspectos formales y organizativos, pero sobre todo el contenido fue lúdico, cultural y amistoso. Hablamos mucho en esperanto, también con bastantes no castellanohablantes que se acercaron esos días a acompañarnos (algunos de tan lejos como Australia, Japón o Estados Unidos), y además hubo teatro, música (muy buena), cine, literatura, juegos y mucho más.

El congreso puede resumirse en el titular «el esperanto es una lengua viva, que funciona», que recogieron varios medios de comunicación como balance. Pero si uno quiere juzgarlo por sí mismo, quizás sea mejor comprobarlo en este vídeo, aunque no se entienda esperanto.

Hubo tan buen ambiente y se puede disfrutar tanto en ese idioma, que el último recuerdo que tengo es que alguno acabó cantando tangos en esperanto. Y no es el único.