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¿Y si no hubiera que buscar culpables?

Hace unos días una avalancha en un concierto de música electrónica en Madrid ha causado cuatro muertos y unos cuantos heridos. Como todo el mundo, he seguido las noticias con cierto horror (y luego diré por qué), y no he podido dejar de darme cuenta de lo rápido que todo el mundo ha corrido a buscar causas y culpables. No siempre para aprender, para evitar que esta tragedia se repita. No: me da la impresión de que la sociedad ha intentado exorcizar lo absurdo de que cuatro chicas mueran tan jóvenes, buscando algo que dé sentido a esta muerte. No se puede achacar el accidente a la mala suerte. Hay que buscar explicaciones y culpables.

Pero, ¿y si no hubiera ningún culpable?

Sí, es verdad que se han encontrado irregularidades en la organización, muchas, que ha habido fallos, pero (aun sabiendo que no soy juez y sólo tengo los mismos datos que han aparecido en los periódicos) me da la impresión de que ninguno de ellos era de verdad significativo, que habría podido pasar lo mismo, incluso aunque hubiera habido el triple de policías o de sanitarios, o los pasillos hubiesen sido el triple de grandes. La masificación conlleva riesgos, y si los jóvenes han bebido y presentan un elevado grado de euforia por una música excitante, más todavía.

Sin embargo, rápidamente se ha producido una carrera para buscar culpables, ya sea el empresario organizador o el ayuntamiento, o ambos. Ni la empresa ni, mucho menos, el actual Ayuntamiento de Madrid, gobernado por alguien tan incompetente como Ana Botella, me caen bien y no tengo ningún interés en defenderles. Es más, detesto la carrera que se ha producido, en este ambiente tan partidista que últimamente nos sofoca, por parte de los enemigos del equipo gobernante en Madrid para acusar a éste, pero sobre todo de sus partidarios para exculparle y echar culpa a los padres de las chicas fallecidas.

Pero justamente por eso quiero tratar ahora este tema, cuando no tengo por qué defender a nadie, ya que me preocupa desde hace mucho tiempo, incluso a nivel profesional. Porque es un problema más general, y creo que ambas partes yerran del todo.

Precisamente si debo criticar algo del Ayuntamiento es que su prisa en anunciar que nunca más se van a permitir este tipo de actos públicos en dependencias municipales. Creo que es una sobrerreacción tan enorme, incluso mayor que la de quienes se han aprestado a criticar, que confirma mi tesis previa: no sabemos gestionar el riesgo.

Los políticos saben que no tienen nada que ganar con tomar decisiones arriesgadas. Mejor no hacer nada o tomar las decisiones fáciles.

Otro ejemplo: el accidente en la central de nuclear de Fukushima producido tras el último tsunami de Japón. Las olas ocasionaron más de 10.000 muertos y una terrible devastación. Y sin embargo, toda la atención de la opinión pública fuera del propio Japón se centró exclusivamente en un accidente casi marginal, si se le compara con la tragedia real. Ni un solo muerto, dosis relativamente reducidas, una contaminación superficial que de ningún modo justifica la histeria causada. Conozco el sector nuclear, en el que trabajé hace años, y ya a los pocos días de la catástrofe traté este asunto en un artículo con el título “Miedo y otros sentimientos”, que escribí en mi blog en esperanto,  y que luego apareció en la revista de la Organización Mundial de Jóvenes Esperantistas.

Defendía ya entonces la misma tesis: que la sociedad tiene que aceptar que existen riesgos. Que este riesgo debe ser pesado frente a las posibles ventajas o satisfacciones, y sólo cuando la ecuación da un resultado negativo, tomar una decisión. No quiero decir, por supuesto, que haya que aceptar los riesgos sin más, sino que espero que la sociedad, y los políticos que la representan, sean capaces de hacer ese balance.

No es lo que ocurrió con la energía nuclear: tras el accidente de Fukushima, algunos países que nunca verán un tsunami en su vida decidieron cerrar sin más las nucleares. Ninguna evaluación clara, ningún debate. Se cierra y ya está. Adiós riesgo.

Mi interpretación, sin embargo, es que de alguna manera no fuimos capaces de asumir una tragedia natural, tan absurda, y que necesitábamos echarle la culpa a alguien. Una gran empresa eléctrica nos vino muy bien a todos.

Se podrían multiplicar los ejemplos. Cada vez que ocurre una tragedia hay que encontrar un culpable. Y no digo que ello no esté justificado en la mayor parte de las ocasiones. No se puede admitir la chapuza, ni el riesgo generado por el afán de lucrarse de forma desmedida. Disminuir el riesgo es un empeño muy loable. Pero creo que este afán de encontrar culpables siempre, de eliminar el riesgo a toda costa, es algo malsano para la sociedad, que jamás podrá avanzar si no se asume cierta incertidumbre como algo consustancial a la vida.

No tengo muy claras las causas de esta tendencia social. Es probable que una parte se deba a la inmediatez que se ha adueñado de los medios de comunicación, para los cuales un simple fallo, aunque sea tan nimio como un desliz en las manifestaciones de un político, domina sobre todo un discurso o una trayectoria de años. Nadie quiere arriesgarse, y por eso las declaraciones públicas son cada vez más insustanciales.

A veces pienso si no se trata también de una consecuencia de la feminización de la sociedad. Al fin y al cabo – y espero que esto no sea controvertido–  si hay una diferencia clara entre hombres y mujeres (con todas las excepciones que se quieran apuntar, y con todo lo que conlleva una generalización como ésta) es su diferente actitud ante el riesgo. Los varones tenemos en general una tolerancia mucho mayor al peligro. Se puede discutir sobre si ello se debe a una base genética o aprendida, y ambas son igualmente posibles, pero no creo que esta observación cause mucha controversia. Ser un joven arriesgado puede compensar (si se sobrevive); a las chicas no les merece la pena. Cuando además afecta a un hijo, la tolerancia de la madre al riesgo se aproxima a cero. Y si hay una consecuencia negativa, es muy difícil que una mujer acepte que ésta se ha producido como consecuencia del riesgo: debe haber siempre una causa y, si es posible, un culpable. También los hombres tienen la misma tendencia a buscar culpables, pero en general es más fácil que acepten que a veces «shit happens».

Reconozco que se trata de una especulación y no tengo datos científicos, más allá de que las decisiones sobre cierre de instalaciones municipales en Madrid o centrales nucleares en Alemania las hayan tomado mujeres. En cualquier caso, no planteo obviamente un cuestionamiento de ese poder femenino. Es sobre todo una llamada a que no sobrerreaccionemos. A que seamos capaces, como sociedad, de valorar los riesgos adecuadamente, si ello es posible.

Porque, por otra parte, nadie duda que el poder masculino puede ser aún más irracional. Sin salir del mundo nuclear, tenemos el caso en España de cómo tratar esos riesgos en plan macho. Aquí la decisión ha sido más esperpéntica y ni siquiera tiene que ver con una gestión del riesgo, sino con una efusión de testosterona: parece que se va a cerrar una central nuclear sólo porque la compañía eléctrica y el ministerio de Industria han decidido echar un pulso, y al final es posible que varios centenares de trabajadores se queden en la calle y un valle castellano se vaya al garete simplemente por mis cojones.

Acabo insistiendo en que mis consideraciones hacen referencia a una cuestión social. Desde el punto de vista personal cada persona y cada familia que sufre una tragedia tiene todo el derecho a buscar su forma de superarla. Como decía al comienzo, he seguido el tema con interés, precisamente porque mi hijo se encontraba en este evento, y el susto ha sido considerable. Pero no me lo va a quitar el echar la culpa a Ana Botella.

¿Cómo acabar con la brecha generacional en el activismo social?

Esta mañana ha habido unas manifestaciones en distintas ciudades, convocadas por las fuerzas sociales y sindicales que integran la Cumbre Social, en contra de los recortes y la actual situación económica y política. La participación no ha estado mal, al menos en Madrid, pero me ha llamado la atención una circunstancia: Manifestación de la Cumbre Social contra recortesen una estimación aproximada y subjetiva, me dio la impresión que casi el 90% de los asistentes eran de mediana edad, entre 35 y 70 años.

Hace unos días otra manifestación igualmente multitudinaria ocupaba los alrededores del Congreso de los Diputados, para una protesta similar, convocada por plataformas sociales alternativas. En este caso, lo que llamaba la atención era que un porcentaje similar de asistentes tenía, en este caso, menos de 35 años.

Las razones de ambas movilizaciones eran similares y la mayoría de los lemas coreados eran iguales, pero me atrevo a conjeturar que sólo una minoría muy pequeña de personas hemos participado en las dos. Y creo que ése es el gran problema de las fuerzas que se oponen a las medidas del actual gobierno español y el resto de poderes europeos y mundiales, y que puede hacer que el poder político y económico resulte vencedor, a pesar de la impopularidad de lo que está ejecutando. No hemos logrado una convergencia satisfactoria entre los dos principales sectores que tienen capacidad de movilización frente a los ataques del poder: los nuevos movimientos sociales, mayoritariamente jóvenes, que han comenzado a organizarse alrededor de lo que podríamos seguir llamando el 15-M, y el movimiento sindical que todavía agrupa a la clase trabajadora.

No se trata de saber quién tiene la culpa, que seguro que es compartida. Al contrario, entender por qué no se ha producido esa convergencia, y ser capaces de crear puentes y vías de comunicación es algo crítico, si no queremos que el poder continúe aplicando la táctica de divide y vencerás, que tan buenos resultados le está proporcionando hasta el momento.

Desde luego, no me parece insalvable que la separación entre ambos movimientos se vea como generacional. No hay ninguna razón para que los actores establecidos y los recién llegados no puedan entenderse. Entre otras razones, porque esa unión permitiría solventar los defectos de la otra parte.

Los problemas de los movimientos asamblearios

El problema con los nuevos movimientos coagulados alrededor del 15-M es, a mi entender, el de desorganización y falta de foco. Sé que esto algunos lo verán como algo positivo, como muestra de las potencialidades del movimiento y de la libertad de sus integrantes, y como una consecuencia deseable de la organización que permiten las nuevas tecnologías para actuar en red. Permitidme que, sin querer dar lecciones a nadie, sea un poco escéptico. Como viejo militante que ya experimentó intentos similares de activismo hace muchos años, con retóricas similares que tendían a la búsqueda de una nueva izquierda, sé que esas búsquedas abiertas son inevitables cuando se comienza en los inicios de un movimiento, pero son inútiles o incluso perjudiciales si rápidamente no se convierten en alternativas y organización.

Mucho se ha hablado de los incidentes en las movilizaciones para rodear el Congreso, y aunque tengo claro que la culpa fundamental la tienen los mandos políticos y policiales, que – como era evidente para todos los presentes– ya estaban preparados para ello o incluso lo provocaron, debo decir que el carácter anarquizante del movimiento convocante se lo puso muy fácil, y que ello era previsible ya tiempo antes de las cargas. Cuando no estaban claros los objetivos a corto plazo (¿rodear el Congreso u ocuparlo?), ni a largo (¿que se vayan los políticos o se cambie el sistema?), cuando no hay interlocutores o coordinadores que sean capaces de marcar tiempos y contener exaltados, cuando no se tiene experiencia en responder a provocaciones, es muy fácil ser infiltrados y finalmente derrotados por una fuerza inferior en número pero mejor organizada y con unos objetivos más claros. Lo aprendí yo hace una treintena de años, cuando intentaba organizar un movimiento estudiantil, lo aprendieron los milicianos espontaneístas en el 36, y lo aprenderán ahora los nuevos actores sociales alternativas. Sólo espero que sea antes de quemarse o ser destruidos.

Hay también una confianza excesiva en los nuevos modos de activismo que permiten Internet o las redes sociales. De nuevo, yo soy más escéptico, y sé que estos medios son armas de doble filo. Creo que es de gran provecho leer lo que Evgeny Morozov escribe en su libro «The Net Delusion» (recientemente traducido al castellano como «El desengaño de Internet» aunque yo lo he leído en el original, por razones que ya comenté aquí), una obra que aunque se centra demasiado en los riesgos de los sistemas autoritarios, es fácilmente aplicable al activismo en un sistema como el español:

La descentralización de la organización política puede tener implicaciones magníficas para la creación de conocimiento (como muestra Wikipedia), pero la realidad es que la descentralización por sí misma no es una condición suficiente para una reforma política de éxito. En la mayoría de los casos, ni siquiera es una condición deseable, Cuando todos los nodos de una red pueden enviar un mensaje a todos los demás, la confusión se convierte en la nueva condición de equilibrio […]

La glorificación desmedida del activismo digital hace que sus practicantes confundan prioridades y posibilidades. Conseguir que la gente baje a la calle, aun cuando pueda hacerse más fácil gracias a las herramientas de comunicación modernas, suele ser la última etapa de un movimiento de protesta, tanto en democracias como en autocracias. No se puede empezar con las protestas y pensar después en las demandas políticas y los pasos posteriores. […]

Como un comentarista iraní comentó amargamente en su blog [tras las protestas por la democracia, hace unos pocos años]: “Un movimiento de protesta sin una relación adecuada con sus propios líderes no es un movimiento. No es más que una rebelión en las calles, que se esfumará antes de lo que uno imagina”.

La dificultad de la convergencia

Por otra parte, el movimiento sindical tendrá que sacar sus propias conclusiones de su terrible estado actual, en gran parte debido a campañas externas (yo siempre digo que si uno quiere conocer si su interlocutor es de derechas o izquierdas, pregúntale por lo que opina sobre la necesidad de la existencia de los sindicatos), pero también en gran parte de forma merecida. De nuevo, no quiero que parezca que doy lecciones, porque ni quiero ni estoy capacitado para ello. Sólo constato demasiada rigidez. La organización de esta mañana era excelente, algo que le falta al movimiento juvenil, pero por eso mismo parecía ahogar la espontaneidad. Falta algo de coraje y de imaginación. Parece que la movilización sólo se produce cuando le afecta a mi sector, a mi empresa, o mi propio bolsillo.

El movimiento sindical ha estado mucho tiempo sin moverse fuera de los despachos. Pero eso, a mi entender, y a riesgo de parecer paradójico, puede facilitar el encuentro con el movimiento alternativo. Durante muchos años ha faltado movilización social en el país, salvo para apoyar a nuestro equipo de fútbol, y cuanto antes lo asumamos todos, en vez de considerarlo como un arma arrojadiza frente a los demás, mejor será para encontrar una nueva razón para hacerlo de forma conjunta.

Debo reconocer que esto queda algo teórico, y que yo mismo no tengo claro cómo favorecer esa convergencia. Manifestación de apoyo a los mineros en MadridHasta el momento sólo he visto dos lugares o momentos donde se ha producido una unión por encima de generaciones. Una positiva: las movilizaciones de los mineros, los únicos que supieron combinar la radicalidad y el voluntarismo con la unidad y disciplina del movimiento sindical tradicional, y que en consecuencia recibieron la simpatía y el apoyo de todos los sectores transformadores.

El otro es el caso de Cataluña, donde el nacionalismo, el mejor cemento social, ha permitido unir todas las vías de descontento, creando un enemigo común territorial por encima de otros intereses. No está de más decir que, aunque entiendo las razones que están detrás (y que Isaac Rosa ha explicado mejor), no me parece que esa vía de escape sea la más adecuada, y que me parece profundamente reaccionaria, además de que debilita a las oposiciones y otorga más munición a los gobernantes en el resto del Estado.

Un caso concreto

Todo lo anterior queda quizás un poco teórico, y sin soluciones concretas. No participo en la primera línea de ninguno de los dos movimientos y no me atrevo a darles consejos a quienes se están bregando con las realidades organizativas. Pero sí conozco y trabajo en un grupo transformativo donde la situación es similar, donde cuesta romper una brecha generacional.

En la comunidad que usa y promueve el idioma esperanto se está produciendo un fenómeno similar: las nuevas generaciones que se acercan al idioma y lo aprenden están generando una cultura nueva. Es fácil aprender el esperanto en la red, practicarlo y relacionarse con personas de otros países y lenguas, y de forma natural se crean comunidades y redes virtuales que emplean el idioma. Los nuevos hablantes ya no necesitan los clubes y asociaciones tradicionales, que poco a poco están perdiendo fuerza y envejeciendo. Pero a su vez éstas hacen falta para consolidar el movimiento, realizar las labores de propaganda y movilización, relacionarse con las instancias oficiales y crear puntos de encuentro.

Se está dando incluso una nueva situación en los encuentros de esperanto: que se están segmentando por edades y circunstancias vitales. Los congresos tradicionales atraen a las personas de más edad, mientras que los jóvenes acuden a encuentros más informales, que se están multiplicando. Incluso en España estos últimos años estamos comprobando que los congresos tradicionales atraen sobre todo a las personas de mediana edad, mientras que los jóvenes se decantan por encuentros puramente juveniles, y los más veteranos se van a encontrar en un encuentro específico (que por cierto acaba de comenzar en Cambrils ayer mismo)

Pues bien, ello es magnífico desde el punto de vista del disfrute del esperanto y de la comunicación internacional, pero ocasiona problemas cuando se quiere consolidar un movimiento que mire a más largo plazo.

Hace tiempo que le doy vueltas, como responsable de una asociación que justamente pretende fomentar el esperanto, y producir un compromiso mayor entre los nuevos hablantes. Y constato que no es fácil unir a las dos comunidades y aprovechar las sinergias y los puntos fuertes relativos, sin recurrir a nacionalismos y grupalismos, que en el mundo del esperanto tienen aún menos sentido que en ningún otro lugar.

Por eso decía antes que yo mismo veo la necesidad imperiosa de la unión entre generaciones y tradiciones diferentes, a nivel español y a nivel mundial, pero no tengo claras las vías y las soluciones. ¿Alguna idea antes de que esto acabe en un desastre?

Esto va a acabar en un golpe monárquico… otra vez

Quizás sea un simple ataque de pesimismo, o el efecto de alguna lectura reciente, pero cada vez tengo más la impresión, dada la situación española actual y los precedentes históricos, que esto va a acabar en un golpe monárquico.

Ya sé que la historia no siempre se repite, y que, como dijo el viejo Marx, cuando lo hace es en forma de farsa, pero existen tantos paralelismos con el ambiente y los acontecimientos de hace 90 años, que no sería de extrañar que acabáramos de forma parecida, y, dado el nivel de antipoliticismo que nos invade, que encima a muchos no les parecería mal.

Hace unos diez años, el economista Gabriel Tortella escribía un artículo en El País, en el que sugería cómo debía ser el socialismo español en el siglo XXI. Sus recetas eran tan similares al programa de los liberales de comienzos del siglo XX, que escribí un texto que reproduzco y del que me siento todavía casi orgulloso:

Con su artículo “El socialismo en el siglo XXI” el sr. Tortella pretende que el PSOE asuma sin máscaras el papel del Partido Liberal español en el comienzo de la monarquía alfonsina. Todas sus propuestas para lo que debe ser el socialismo en este comienzo de siglo XXI son exactamente las que firmaría un liberal hace 90 años, con el añadido, modernidad obliga, de un ligero toque ecologista. No está mal, porque así se confirmaría así que vivimos en una Segunda Restauración, prácticamente idéntica a la Primera. Tenemos dos partidos dinásticos, apenas distinguibles salvo por su relación con algunas libertades cívicas y su mayor y menos identificación con las consignas de la Iglesia, pero equivalentes en sus propuestas económicas y que se turnan pacífica y periódicamente en el poder. A su lado, una coalición de izquierdistas que apenas se caracterizan más que por su republicanismo histórico, a menudo peleados entre sí y casi siempre inoperantes. Tenemos también una nueva Lliga, dudando entre sus reivindicaciones autonomistas y la coalición con sus intereses económicos, y una emergente Esquerra. Por el norte, además de los bizcaitarras, siguen dando guerra los carlistas, aunque ahora se llamen abertzales. Incluso tenemos una especie de  anarquistas, o al menos algo que produce el mismo pánico a todos los sectores sociales, los terroristas islámicos, con sus magnicidios incluidos. Sólo nos faltaría, para que el panorama fuera más ajustado, que unos tipógrafos (o quizás sus equivalentes actuales, unos informáticos) funden un verdadero Partido Obrero.

Decía que estaba orgulloso, no tanto por la originalidad (basta teclear Segunda Restauración en un buscador para darse cuenta de que muchos articulistas han observado paralelismos similares), sino porque en el tiempo transcurrido ha demostrado que los rasgos comunes se han incrementado. No me atrevo a asegurar que el recientemente fundado Partido Pirata vaya a ocupar en el futuro un papel similar al de los obreristas de entonces como representación de las capas asalariadas, modestas, pero relativamente preparadas desde el punto de vista intelectual. Sigo con curiosidad la evolución en otros países y quizás en España se termine dando algo parecido, aunque por el momento no tengo claro si se consolidará y en qué sentido. También apunto de pasada los muchos paralelismos de movimientos como el 15-M con los libertarios de entonces, con su asambleísmo, sus grupos de afinidad y, también, por qué no, su afición a temas marginales.

Sin embargo, más significativos me parecen otros desarrollos producidos en los últimos años o incluso meses, que son paralelos a los que tuvieron llegar a lo largo de la segunda década del siglo XX.

El más destacado y preocupante lo constituye el descrédito brutal de los políticos y las clases dirigentes. Los políticos de finales de ese periodo histórico sufrieron la crítica completa de los intelectuales, de la llamada opinión pública, de las masas conscientes, de forma que hacia 1920 se encontraban completamente desprestigiados. Se sucedían los llamamientos a cirujanos de hierro, o a dirigentes no políticos. Toda una campaña de regeneracionismo parecía comenzar en el desprecio de los políticos.

La situación actual es demasiado parecida como para que no llame la atención. También se ha producido en los últimos pocos años un crecimiento frenético del antipoliticismo. Es un resultado quizás merecido, pero me temo que exagerado si se reflexiona que no hace distinciones, y que no toca en la misma medida a otros sectores que lo merecen incluso en mayor grado, como los dirigentes empresariales o financieros.

La primera consecuencia de esta tendencia es el previsible crecimiento de las soluciones nacionalistas o populistas. Las primeras, las tendencias a refugiarse en el patriotismo, ya las denuncié hace unos meses y sus riesgos me parecen aún más relevantes tras los recientes acontecimientos en Cataluña. En cuanto al populismo, tendremos en breve la oportunidad de comprobar si se consolidan con fenómenos como el de Mario Conde, que parecerían impensables, pero que ya no extrañarían a nadie tras ver casos como los de Sandokán en Córdoba o Ismael Álvarez en Ponferrada. El caso extremo es obviamente el triunfo de los neonazis en Grecia,  «el último eslabón de la antipolítica», en frase afortunada de Íñigo Sáenz de Ugarte.

Pero sin llegar a estos extremos, la consecuencia más moderada del antipoliticismo son los continuos llamamientos a soluciones tecnocráticas que se han hecho sumamente populares, aunque sean lanzadas por financieros o antiguos empleados públicos.

El último paralelismo que quería subrayar, y que para mí ha sido el más sorprendente, es el descrédito de la monarquía. Hace diez años nadie imaginaría que el rey iba a sufrir un desgaste similar al que tuvo en esos años su abuelo. Bundesarchiv Bild 102-09411, Primo de Rivera y Alfonso XIIIHasta los escándalos de faldas están siendo similares.

Este verano he tenido ocasión de leer la biografía que sobre el antiguo monarca produjo Gabriel Cardona, y la similitud en las personas y los acontecimientos es impresionante (y no intencionada, ya que el libro fue escrito cuando nadie podía imaginar la evolución reciente). No parece que éste actual sea un rey de espadas, como su abuelo, sino más bien de oros, así que si por el momento no hay un Expediente Picasso, no sería de extrañar que los problemas económicos asociados a la corrupción en la Casa Real condujeran a una solución similar a la de 1923. Con un poco de suerte, y dada la naturaleza de los problemas reales (en ambos sentidos de la palabra), esperemos que al menos esta vez el golpe sea con economistas y no con militares.

Es un triste consuelo, pero, ya digo, es que hoy estoy pesimista. Porque nadie aprende de la historia.

Altos funcionarios «liberales»

Poco antes del verano, en un contexto profesional (del que no voy a dar más detalles), tuve ocasión de disfrutar de una conferencia sobre la regulación en el sector económico en el que trabajo, que acabó convirtiéndose en un alegato contra la necesidad de la intervención del Estado en la economía. El ponente, compañero profesional, demostró con argumentos económicos y amplias teorizaciones, que siempre que las autoridades introducen sus zarpas en una actividad, sufre el consumidor y se producen ineficiencias. Hay algo malévolo en los poderes estatales, no sólo en las consecuencias obtenidas, sino también en las intenciones.

No pasó mucho antes de que la persona que así hablaba, añadiera como argumento adicional que él conocía bien la situación porque hasta hacía poco tiempo había trabajado en la Administración, y concretamente en el organismo regulador. ¡Acabáramos! Ahora se entendía todo: la incongruencia en los argumentos, la vehemencia en la defensa de la desregulación, la generalización salvaje sobre los males del Estado. Otro alto funcionario liberal.

Y es que si uno lee o escucha un alegato claro en contra del Estado y a favor de la desregulación, la liberalización total de los mercados, la eliminación de barreras a la competencia y la desaparición de las normas laborales, existe una altísima probabilidad de que el defensor sea un empleado público. Casi nunca falla.

El mejor ejemplo lo constituye, sin duda, el actual gobierno. Todos ¡todos!  los ministros son funcionarios de carrera o comenzaron su carrera en la Administración. El presidente, registrador de la propiedad; la vicepresidenta, abogada del Estado (junto con su marido y la camarilla que han formado, incluyendo el nuevo presidente de RTVE). El ministro de Economía, miembro del Cuerpo de Técnicos Comerciales y Economistas del Estado y el de Hacienda, catedrático de Universidad. El de Justicia, fiscal; el del Interior, inspector de trabajo; el ministro de Exteriores, inspector fiscal. Y así todos.

Ya pasaba lo mismo con anteriores gobiernos de «liberales». José María Aznar es funcionario, y Ana Botella, también. Hasta hace poco creía que tenía una excepción en el caso de la mayor defensora pública del liberalismo desde la política, la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, hasta que ella misma manifestó que su primer trabajo fue como funcionaria del Cuerpo de Técnicos de Información y Turismo y que allí volvería cuando dejara la política.

No son los únicos, claro. La mayoría de personas que escriben en medios que se autodenominan liberales (y que en realidad no tienen nada que ver con el liberalismo clásico español: he escrito la palabra hasta ahora entre comillas o en cursiva porque, como ya dije en otra ocasión, me niego a que ellos monopolicen el nombre liberal) o que pontifican desde las tertulias de las radios conservadoras, son catedráticos universitarios o han pasado por organismos reguladores.

Todos ellos han cumplido obedientemente el consejo de todas las madres de clase media-alta: hijo, aprueba una oposición, y luego ya podrás dedicarte a la política, o a dirigir una empresa, o a ambas cosas sucesiva o simultáneamente. Todos tienen una red de seguridad, que les permite no dudar en acabar con la protección de los demás. Todos han acumulado el suficiente resentimiento hacia los funcionarios de menor nivel, como para despotricar continuamente contra los empleados públicos y sus supuestos privilegios.

Las personas que trabajan (que trabajamos) en el sector privado, tanto empresarios como empleados, pueden quejarse muy a menudo, y con razón, sobre muchas regulaciones concretas, y pueden criticar la ineficiencias o las arbitrariedades de las administraciones o los trabajadores públicos, pero saben perfectamente, por experiencia propia, que una completa falta de normas en las que operar perjudica su actividad, porque crea incertidumbre, lo cual perjudica la planificación y la inversión. Además, saben que en el mundo real existen relaciones de poder y desigualdades, y que sin la existencia de mecanismos de vigilancia, imperan la ley de la selva y el abuso del poderoso.

Sólo alguien que no conozca la economía real, y que se guíe por modelos teóricos y por especulaciones, puede ser tan tajante en la defensa de los modelos neoliberales. No conocen el mundo real. O bien lo conocen y son unos hipócritas.

Ahora que lo pienso, son como los curas hablando de sexo. Y pueden hacer el mismo daño.

Yo sí estoy por una Europa-Esperanto

Ya ha vuelto a aparecer la expresión. Europa-Esperanto, o Europa al estilo esperanto. Como si fuera algo negativo.

Esta vez ha sido ni más ni menos que el presidente de la Unión Europea, Herman Van Rompuy, que en un discurso ante la Universidad Católica de Lovaina dijo a comienzos de junio que

«Europa no necesita un nuevo fundamentalismo, que intente tragarse a los pueblos y las naciones en una Europa artificial, del tipo esperanto. Necesitamos aquí también un equilibrio, «unidad en la diversidad», esta vez con énfasis en la unidad.»

La afirmación contiene tantas incongruencias y falacias, empezando por una representación claramente falsa de lo que supone el esperanto, que no me resisto a comentarla, sobre todo porque ilustra de forma ejemplar los problemas que Europa enfrenta hoy en día. Van Rompuy en LovainaMás aún cuando la pronuncia Van Rompuy, uno de los principales culpables de la baja estimación que la idea europea tiene hoy entre los ciudadanos (hasta el punto de que hasta en España haya adquirido tanta popularidad la soflama de un impresentable como Nigel Farage, el ultraderechista presidente del partido de los euroescépticos británicos)

El texto completo puede leerse en este enlace, perteneciente a la web del Consejo Europeo. Advierto para empezar que la intervención del presidente europeo aparece sólo en inglés, ni siquiera en neerlandés, idioma tanto del propio conferenciante como de la universidad (que hace unos años se separó de la universidad francesa como consecuencia de una pelea lingüística, pero que ahora parece entregada a un tercer idioma), ni en ningún otra lengua oficial de la Unión.

Esto no es una anécdota, es una muestra clara de la incongruencia que antes mencionaba. Se habla de que se necesita respeto a la diversidad, pero un idioma nacional domina la vida europea, al igual que un pensamiento único gobierna la política económica y una camarilla de políticos, o bien no electos o sólo designados por una parte de los ciudadanos, imponen todas las decisiones.

Otro europeísmo

Siempre me he declarado europeísta. Así, abiertamente. Siempre me ha parecido que la Unión Europea constituía una iniciativa digna de admiración y de apoyo. La consideraba un proyecto que pretendía trascender los Estados-nación, que han sido la forma política predominante en estos últimos siglos en el continente, y que, aun siendo a su vez un avance frente a tribalismos y taifas, se convirtieron a su vez en nuevas tribus y causaron tantos daños. Incluso cuando se trató de algo tan trivial como elegir un dominio para esta web y este blog, elegí el sufijo .eu, como muestra de ese compromiso europeo.

A nadie se le escapa, no obstante, que declararse europeísta estos días se ha convertido en un acto casi de desafío. El prestigio de la Unión Europea anda por los suelos, por desgracia de forma merecida.

Ya antes me parecía arriesgada la costumbre de los políticos españoles y de otros países, de emplear las «exigencias» de la UE para aprobar leyes y disposiciones que concitaban la oposición de los ciudadanos, o para fijar precios elevados, con el argumento de su equivalencia en otras naciones (cosa que, obvio es decirlo, no ocurría cuando se trataba de igualar ingresos o derechos). Venía a suponer que la transición a niveles europeos ocasionaba una pérdida de la participación ciudadana, y de los mecanismos de control que toda democracia supone. Es decir, lo contrario de lo que la Unión debía representar, que de ningún modo se compensaba por la existencia de algunas pocas instancias representativas a nivel europeo.

Pero en las últimas semanas, el grado de pérdida de soberanía y capacidad de control o decisión por parte de los ciudadanos españoles y del resto de países europeos, ha disminuido de forma drástica, como consecuencia de la crisis y las medidas para (dicen) atajarla o mitigarla, sea mediante rescates, semirescates o simples medidas de austeridad. La Unión está sirviendo para, de forma antidemocrática, forzar unas medidas (y ahora no entro en si acertadas o no, aunque ya en otros lugares he manifestado que no me lo parecen), decididas por dirigentes sobre los que el grado de control del ciudadano es extremadamente reducido.

Creo que no se trata de algo coyuntural. Lo que ha ocurrido es que, como a menudo sucede en los accidentes de ingeniería, la crisis ha evidenciado un fallo de diseño. El mecanismo no ha sabido responder a las condiciones adversas, y va a haber que tomar medidas drásticas si queremos que la máquina funcione de nuevo.

Yo sí quiero que la máquina europea funcione. Y por tanto, me atrevo a proponer que cambiemos unos cuantos diseños. Lo más urgente, devolver la capacidad de decisión a los ciudadanos europeos. Asegurarse de que las medidas que se toman, relacionadas con política financiera, con impuestos, con regulación económica, la toman políticos elegidos por los europeos, y aplican de forma homogénea a todos, sin esconderse bajo el comodín de los «expertos» y sin prerrogativas para los habitantes de ninguno de los países involucrados.

Una Europa democrática

Habría que desarrollar más esta idea simple, y seguro que hay politólogos que saben más de esto que yo, pero permitidme que le dé la vuelta a la afirmación de Van Rompuy, y lo resuma en una sola expresión: necesitamos una Europa-Esperanto. Es decir, una Europa democrática, sin privilegios para habitantes de países poderosos ni para capas sociales que tienen los medios de influir en las decisiones tomadas en lugares alejados del resto de ciudadanos.

La expresión Europa-Esperanto, tal como yo la utilizo, me la entenderá bien cualquiera que haya seguido otros escritos míos, o conozca mis puntos de vista sobre el esperanto, expresados en esta web y en otros lugares. Pero reconozco que puede dar lugar a malentendidos para otros, porque puede interpretarse como una cuestión meramente lingüística, pero sobre todo porque existen ciertas confusiones sobre el papel que el esperanto puede jugar en la relación entre los pueblos.

De hecho, la aparición previa más conocida de esta expresión procede de un discurso del entonces canciller alemán Helmut Kohl, que dijo en 1995:

«no queremos una Europa-Esperanto, sino una Europa en la que cada uno retenga su propia identidad» («Wir wollen kein Esperanto-Europa, sondern ein Europa, in dem alle ihre Identität behalten»)

Lo paradójico es que esta frase la pronunció Kohl como respuesta a los miedos expresados por algunos ciudadanos de estados pequeños, de que los países más grandes impusiesen sus puntos de vista o sus intereses sobre los demás.

Pues bien, eso es lo que ha ocurrido, justamente porque los países han mantenido su identidad, porque las decisiones se toman en función de la fuerza relativa de cada uno de ellos, y sin tener en cuenta el interés global de los ciudadanos europeos. Simplificando, se ha llegado a un diseño en que su sucesora, la actual cancillera, puede imponer medidas sobre otros países, quizás para salvaguardar los intereses de sus propios bancos, y no tenga ningún contrapeso elegido democráticamente, a quien los demás podamos recurrir.

Algunos pretenden enfrentar a los habitantes de unos países con otros. Se ve en los intentos de algunos mediterráneos de culpar a los alemanes, así en general, o en las imágenes que tratan de convencer a los norteeuropeos sobre los vicios de los sureños. No hay que caer en esa trampa, igual que hay que evitar maniobras similares dentro de cada uno de nuestros países. Ya comenté en ocasiones anteriores que el nacionalismo, el refugiarse en el pequeño grupo de cada cual, es una tentación demasiado fácil en épocas de crisis económica.

En estos casos, la misma idea de Europa va a sufrir, si no lo evitamos los ciudadanos de a pie. Necesitamos una mejor Europa. Democrática, sin privilegios, para todos. Como el esperanto.

Cumplimos 125 años

Hoy día 26 celebramos el cumpleaños del esperanto. Puede parecer extraño, pero es así: el idioma esperanto es especial en este sentido: sabemos cuándo salió a la luz, y cómo a partir de una idea de un solo individuo se convirtió en una empresa colectiva. El 26 de julio de 1887 (14 de julio en el calendario oficial en el entonces Imperio Ruso) se publicaba en Varsovia un modesto libro, con el título de «Lengua internacional. Introducción y manual completo (para rusos)», cuyo autor, el joven médico Lazarj Markovich Zamenhof, se ocultaba bajo el pseudónimo «Doktoro Esperanto» (el que tiene esperanza). emblema del 125 aniversario del esperantoEste Primer Libro, del que pronto saldrían versiones en otras lenguas, dio inicio a un fenómeno único, por medio del cual personas de todos los países y culturas se comunican de forma cotidiana, igualitaria y plena, sin que importen el origen o la identidad nacional.

Desde entonces el esperanto no ha dejado de funcionar y evolucionar, creando una cultura muy atractiva e interesante, y sirviendo de puente de encuentro universal. Estos días los esperantistas lo estamos celebrando como solemos: hablando y escribiendo, encontrándonos en el mundo real y el virtual, con la seguridad de que se trata de una lengua que durará otros tantos años y continuará ahí, a disposición de quien se interese por lo que pasa más allá de su pequeño círculo personal o cultural.

Actualización: y así es como lo ha contado Televisión Española:

Acabar cantando tangos en esperanto

Como contaba en mi anterior texto, este pasado puente hemos celebrado el congreso español de esperanto en Almagro. Ya decía entonces que lo de congreso suena muy solemne, y quizás deberíamos cambiarle de nombre. Es verdad que dio tiempo a trabajar algo, y a discutir aspectos formales y organizativos, pero sobre todo el contenido fue lúdico, cultural y amistoso. Hablamos mucho en esperanto, también con bastantes no castellanohablantes que se acercaron esos días a acompañarnos (algunos de tan lejos como Australia, Japón o Estados Unidos), y además hubo teatro, música (muy buena), cine, literatura, juegos y mucho más.

El congreso puede resumirse en el titular «el esperanto es una lengua viva, que funciona», que recogieron varios medios de comunicación como balance. Pero si uno quiere juzgarlo por sí mismo, quizás sea mejor comprobarlo en este vídeo, aunque no se entienda esperanto.

Hubo tan buen ambiente y se puede disfrutar tanto en ese idioma, que el último recuerdo que tengo es que alguno acabó cantando tangos en esperanto. Y no es el único.

En marzo empieza nuestro Año

Este año 2012 se cumple un importante motivo de fiesta en el mundo del esperanto, el 125 aniversario de la publicación del libro que daba a conocer esta propuesta de lengua internacional. El 26 de julio será, por tanto, el cumpleaños del esperanto.logo del 125 aniversario del esperanto

Durante el año está previsto celebrar el evento a lo largo de todo el mundo. En España se ha preparado una campaña específica, cuyas primeras actividades comienzan este mes. En concreto, desde el día 1 puede visitarse una exposición sobre la cultura y la realidad del esperanto en un centro cultural de Madrid, el C.C. Buenavista, en pleno barrio de Salamanca y muy cerca de la Plaza de Toros.

La exposición es básicamente igual a la que ya describí hace unos meses, cuando tras su paso por varias ciudades españolas también se acercó por Alcorcón. Aunque ya se puede visitar, organizaremos un acto de inauguración el lunes 5 de marzo, sobre las 18,30, con una charla que daré yo mismo, con el título de «El fenómeno esperanto, 125 años de una lengua diferente».

Nos vemos allí. Creo que merece la pena descubrir un idioma bastante desconocido, que lleva 125 años comunicando más de los que los medios convencionales quieren hacer creer.

25 militares de la República

Al final salió: se acaba de publicar el libro «25 militares de la República», que, editado por el Ministerio de Defensa, recoge las biografías de, como indica el título, 25 militares profesionales que durante la guerra civil defendieron la legalidad republicana, y por ello sufrieron la venganza y la inquina del régimen triunfante. Portada del libro '25 militares de la República'Como hizo notar en la presentación del libro su coordinador, Javier García Fernández, de los veinticinco, siete murieron fusilados, quince exiliados, y tres en España, pero perseguidos o despreciados.

Hago notar un dato que he mencionado, y que podría pasar inadvertido: la obra ha sido editada por el Ministerio de Defensa. Ello es notable, porque por fin desde ese organismo se reconoce el valor de personalidades que fueron miembros de las fuerzas armadas, y de los que éstas no parecían sentirse herederas ni orgullosas. Se trata sin embargo de figuras que cumplieron con su deber de forma estricta: obedeciendo a sus superiores y a la legalidad de su país.

El libro contiene una contribución mía: la biografía del coronel Julio Mangada Rösenorn. Sobre este destacado militar ya he tratado en esta web en diversas ocasiones, dada su fuerte vinculación con el movimiento esperantista. Le había dedicado una amplia semblanza en esperanto, pero faltaba hasta el momento una biografía más completa en castellano. Como he dicho en otras ocasiones, era extraño que una persona que fue tan famosa en diversos periodos de su vida, hubiera sido condenada casi al olvido salvo en ambientes especializados. Peor aún: incluso en estos ámbitos su imagen está claramente distorsionada: se le adjudica una fama de loco, derivada de algunas caracterizaciones de la época, que creo que no merece, o que al menos deben ser fuertemente matizadas.

No voy a negar que ciertos rasgos de Mangada le acercan a una figura quijotesca, en ambos sentidos de la palabra («hombre que antepone sus ideales a su conveniencia y obra desinteresada y comprometidamente en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo» y «hombre alto, flaco y grave, cuyo aspecto y carácter hacen recordar al héroe cervantino», según el DRAE), y así lo he hecho notar en el texto. Pero espero haber dado los elementos de juicio necesarios para que cada lector saque una conclusión más fundada sobre su personalidad, sobre la que ha caído un juicio que sucesivos historiadores habían aceptado hasta ahora con poco espíritu crítico.

La biografía que he publicado cubre todas sus facetas: su vida personal y profesional, su activismo, su relación con diversos movimientos sociales, sus momentos de brillo y su posterior apagamiento, las opiniones muy polarizadas sobre su papel militar y político y sobre su carácter. En el proceso de edición se ha suprimido una parte de su relación con el esperanto, una de las actividades que más le ocuparon, y que en gran parte permite valorar su carácter, ya que su aproximación a este idioma estaba netamente ideologizada. Tampoco ha cabido la discusión sobre su amplia obra escrita, algo que le diferenciaba de la mayoría de sus colegas de armas. Es una pena, porque creo que completaban bien su figura, aunque comprendo que en el contexto de una obra como ésta no se puede profundizar en todos los aspectos que definen la personalidad de los biografiados.

Jorge Martínez Reverte y Javier García Fernández durante la presentación del libro '25 militares de la República'No sé si la obra va a tener la difusión que merece, y va a conseguir el objetivo que sería deseable. En los medios sólo he visto hasta el momento un reportaje amplio: la entrevista que «Público» hizo al coordinador del libro. La primera noticia sobre éste, no obstante, fue indirecta: el artículo de Ángel Viñas en «El País» sobre uno de sus biogrados, el coronel Segismundo Casado. Se trata sin embargo de un artículo que ilustra uno de los problemas historiográficos del que este libro al parecer no se libra: que incluso tras más de setenta años es difícil evitar la guerra cainita en el interior del campo republicano. Las polémicas sobre las culpabilidades de cada facción son irreconciliables, y aparecen a poco que se rasque. De hecho, en la propia presentación del libro se reprodujeron estas diferencias de opinión, en la intervención de Jorge Martínez Reverte, que copresentó el acto (y que aparece en la fotografía adjunta, junto con Javier García Fernández), y en el debate posterior. A mí no me parece mal el debate (y de hecho he expresado mi opinión en este mismo blog), pero me parece que a menudo la pasión puede sobre la objetividad, y que no era éste el lugar más adecuado para tratar un tema importante, pero que puede oscurecer el objetivo principal de la obra: recordar a aquéllos a quienes su condición de perdedores les hurtó de ser reconocidos como se merecen, incluso por la institución, el ejército, que tantos sirvieron con lealtad y honestidad.

Un debate contaminado por la Inmaculada

Voy a cumplir mi rito anual: como todos los años este día 8 de diciembre me voy a meter con la Purísima 🙂

Pero este año no voy a estar solo. Por fin se empieza a debatir si tiene sentido una fiesta como ésta. Aunque me temo que, como de costumbre, el debate se ha desenfocado a propósito, para dejar de lado la raíz de la cuestión, hablar sólo de productividad, y aprovechar para eliminar derechos sociales, sin entrar en el fondo. En concreto, el problema no es que haya muchas fiestas, con la posibilidad de unir días sueltos para aumentar el periodo de descanso, ya que en el fondo es mucho más importante el número total de horas trabajadas. Lo ha explicado mucho mejor Isaac Rosa, así que me evito más consideraciones.

Lo que ocurre es que se ha tomado una situación excepcional, este inmenso puente al final del año, como un espantajo para generalizar una situación particular, y para dar argumentos a un intento de eliminar otro tipo de derechos. En concreto, quiero defender que no es que haya demasiadas fiestas, sino que los periodos de descanso no los determina una planificación racional o una tradición aceptada, sino la fuerza injustificada de una instancia que aún mantiene más poder de la que merece: la Iglesia católica.

El problema con este puente es que se concentran fiestas en un mes que no las necesita, cuando ya están tan próximas las celebraciones del solsticio de invierno (perdón, de la navidad). En cambio, tendremos un primer trimestre sin apenas descansos, que se nos va a hacer larguííííísimo. La Virgen

Pero es que además esta fiesta no tiene ningún sentido: casi nadie sabe lo que se celebra. Es más, como ya dije en otra ocasión en mi anterior blog, quien cree que lo sabe, en la mayor parte de los casos está equivocado. Pruébalo: piénsalo y luego pincha en el enlace; es posible que te lleves una sorpresa (pista: no es el embarazo de María)

En fin, que si van a cambiar las fiestas, que no dejen opinar a la Iglesia católica. Quién sabe que nuevo calendario absurdo se les ocurriría proponer.