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Ven a celebrar con nosotros

Ya he hablado en otras ocasiones en este blog del Día del Esperanto. Es una celebración tradicional, que empezó como Día del Libro en Esperanto, para apoyar la cultura en este idioma y luego se generalizó como una forma de festejar la vitalidad del movimiento esperantista y conmemorar sus logros. Unas veces la celebración es interna, y otras aprovechamos para Conferencia sobre esperanto en Madriddar a conocer al exterior la realidad de esta lengua, tan desconocida todavía.

Este 15 de diciembre tendremos conmemoraciones para todos los gustos, dependiendo de dónde se encuentren los hablantes de esperanto.

En Madrid vamos a celebrar una conferencia mixta, en español para las personas interesadas y los que están aprendiendo, y en esperanto para los que ya lo entienden. Será el sábado 15, a partir de las 10,30 de la mañana en el Centro Cultural Galileo, en la calle del mismo nombre, y el programa detallado puede consultarse aquí.

Anímate, te recibiremos con los brazos abiertos. Y te vas a sorprender.

Nos vemos en Burgos

cartel de la Semana LibertariaHoy viernes, dentro de unas horas, hablaré sobre el presente y el futuro del esperanto en unas jornadas que ha organizado el sindicato CGT de Burgos. Más detalles aquí y aquí.

Nos vemos allí. Y para los que no podáis venir, a ver si os puedo contar algo después.

NOTA POSTERIOR: Ya lo he contado en esperanto. Pero para quien prefiera otra versión, en castellano, puede verse esta noticia.

¿Y si no hubiera que buscar culpables?

Hace unos días una avalancha en un concierto de música electrónica en Madrid ha causado cuatro muertos y unos cuantos heridos. Como todo el mundo, he seguido las noticias con cierto horror (y luego diré por qué), y no he podido dejar de darme cuenta de lo rápido que todo el mundo ha corrido a buscar causas y culpables. No siempre para aprender, para evitar que esta tragedia se repita. No: me da la impresión de que la sociedad ha intentado exorcizar lo absurdo de que cuatro chicas mueran tan jóvenes, buscando algo que dé sentido a esta muerte. No se puede achacar el accidente a la mala suerte. Hay que buscar explicaciones y culpables.

Pero, ¿y si no hubiera ningún culpable?

Sí, es verdad que se han encontrado irregularidades en la organización, muchas, que ha habido fallos, pero (aun sabiendo que no soy juez y sólo tengo los mismos datos que han aparecido en los periódicos) me da la impresión de que ninguno de ellos era de verdad significativo, que habría podido pasar lo mismo, incluso aunque hubiera habido el triple de policías o de sanitarios, o los pasillos hubiesen sido el triple de grandes. La masificación conlleva riesgos, y si los jóvenes han bebido y presentan un elevado grado de euforia por una música excitante, más todavía.

Sin embargo, rápidamente se ha producido una carrera para buscar culpables, ya sea el empresario organizador o el ayuntamiento, o ambos. Ni la empresa ni, mucho menos, el actual Ayuntamiento de Madrid, gobernado por alguien tan incompetente como Ana Botella, me caen bien y no tengo ningún interés en defenderles. Es más, detesto la carrera que se ha producido, en este ambiente tan partidista que últimamente nos sofoca, por parte de los enemigos del equipo gobernante en Madrid para acusar a éste, pero sobre todo de sus partidarios para exculparle y echar culpa a los padres de las chicas fallecidas.

Pero justamente por eso quiero tratar ahora este tema, cuando no tengo por qué defender a nadie, ya que me preocupa desde hace mucho tiempo, incluso a nivel profesional. Porque es un problema más general, y creo que ambas partes yerran del todo.

Precisamente si debo criticar algo del Ayuntamiento es que su prisa en anunciar que nunca más se van a permitir este tipo de actos públicos en dependencias municipales. Creo que es una sobrerreacción tan enorme, incluso mayor que la de quienes se han aprestado a criticar, que confirma mi tesis previa: no sabemos gestionar el riesgo.

Los políticos saben que no tienen nada que ganar con tomar decisiones arriesgadas. Mejor no hacer nada o tomar las decisiones fáciles.

Otro ejemplo: el accidente en la central de nuclear de Fukushima producido tras el último tsunami de Japón. Las olas ocasionaron más de 10.000 muertos y una terrible devastación. Y sin embargo, toda la atención de la opinión pública fuera del propio Japón se centró exclusivamente en un accidente casi marginal, si se le compara con la tragedia real. Ni un solo muerto, dosis relativamente reducidas, una contaminación superficial que de ningún modo justifica la histeria causada. Conozco el sector nuclear, en el que trabajé hace años, y ya a los pocos días de la catástrofe traté este asunto en un artículo con el título “Miedo y otros sentimientos”, que escribí en mi blog en esperanto,  y que luego apareció en la revista de la Organización Mundial de Jóvenes Esperantistas.

Defendía ya entonces la misma tesis: que la sociedad tiene que aceptar que existen riesgos. Que este riesgo debe ser pesado frente a las posibles ventajas o satisfacciones, y sólo cuando la ecuación da un resultado negativo, tomar una decisión. No quiero decir, por supuesto, que haya que aceptar los riesgos sin más, sino que espero que la sociedad, y los políticos que la representan, sean capaces de hacer ese balance.

No es lo que ocurrió con la energía nuclear: tras el accidente de Fukushima, algunos países que nunca verán un tsunami en su vida decidieron cerrar sin más las nucleares. Ninguna evaluación clara, ningún debate. Se cierra y ya está. Adiós riesgo.

Mi interpretación, sin embargo, es que de alguna manera no fuimos capaces de asumir una tragedia natural, tan absurda, y que necesitábamos echarle la culpa a alguien. Una gran empresa eléctrica nos vino muy bien a todos.

Se podrían multiplicar los ejemplos. Cada vez que ocurre una tragedia hay que encontrar un culpable. Y no digo que ello no esté justificado en la mayor parte de las ocasiones. No se puede admitir la chapuza, ni el riesgo generado por el afán de lucrarse de forma desmedida. Disminuir el riesgo es un empeño muy loable. Pero creo que este afán de encontrar culpables siempre, de eliminar el riesgo a toda costa, es algo malsano para la sociedad, que jamás podrá avanzar si no se asume cierta incertidumbre como algo consustancial a la vida.

No tengo muy claras las causas de esta tendencia social. Es probable que una parte se deba a la inmediatez que se ha adueñado de los medios de comunicación, para los cuales un simple fallo, aunque sea tan nimio como un desliz en las manifestaciones de un político, domina sobre todo un discurso o una trayectoria de años. Nadie quiere arriesgarse, y por eso las declaraciones públicas son cada vez más insustanciales.

A veces pienso si no se trata también de una consecuencia de la feminización de la sociedad. Al fin y al cabo – y espero que esto no sea controvertido–  si hay una diferencia clara entre hombres y mujeres (con todas las excepciones que se quieran apuntar, y con todo lo que conlleva una generalización como ésta) es su diferente actitud ante el riesgo. Los varones tenemos en general una tolerancia mucho mayor al peligro. Se puede discutir sobre si ello se debe a una base genética o aprendida, y ambas son igualmente posibles, pero no creo que esta observación cause mucha controversia. Ser un joven arriesgado puede compensar (si se sobrevive); a las chicas no les merece la pena. Cuando además afecta a un hijo, la tolerancia de la madre al riesgo se aproxima a cero. Y si hay una consecuencia negativa, es muy difícil que una mujer acepte que ésta se ha producido como consecuencia del riesgo: debe haber siempre una causa y, si es posible, un culpable. También los hombres tienen la misma tendencia a buscar culpables, pero en general es más fácil que acepten que a veces «shit happens».

Reconozco que se trata de una especulación y no tengo datos científicos, más allá de que las decisiones sobre cierre de instalaciones municipales en Madrid o centrales nucleares en Alemania las hayan tomado mujeres. En cualquier caso, no planteo obviamente un cuestionamiento de ese poder femenino. Es sobre todo una llamada a que no sobrerreaccionemos. A que seamos capaces, como sociedad, de valorar los riesgos adecuadamente, si ello es posible.

Porque, por otra parte, nadie duda que el poder masculino puede ser aún más irracional. Sin salir del mundo nuclear, tenemos el caso en España de cómo tratar esos riesgos en plan macho. Aquí la decisión ha sido más esperpéntica y ni siquiera tiene que ver con una gestión del riesgo, sino con una efusión de testosterona: parece que se va a cerrar una central nuclear sólo porque la compañía eléctrica y el ministerio de Industria han decidido echar un pulso, y al final es posible que varios centenares de trabajadores se queden en la calle y un valle castellano se vaya al garete simplemente por mis cojones.

Acabo insistiendo en que mis consideraciones hacen referencia a una cuestión social. Desde el punto de vista personal cada persona y cada familia que sufre una tragedia tiene todo el derecho a buscar su forma de superarla. Como decía al comienzo, he seguido el tema con interés, precisamente porque mi hijo se encontraba en este evento, y el susto ha sido considerable. Pero no me lo va a quitar el echar la culpa a Ana Botella.

¿Cómo acabar con la brecha generacional en el activismo social?

Esta mañana ha habido unas manifestaciones en distintas ciudades, convocadas por las fuerzas sociales y sindicales que integran la Cumbre Social, en contra de los recortes y la actual situación económica y política. La participación no ha estado mal, al menos en Madrid, pero me ha llamado la atención una circunstancia: Manifestación de la Cumbre Social contra recortesen una estimación aproximada y subjetiva, me dio la impresión que casi el 90% de los asistentes eran de mediana edad, entre 35 y 70 años.

Hace unos días otra manifestación igualmente multitudinaria ocupaba los alrededores del Congreso de los Diputados, para una protesta similar, convocada por plataformas sociales alternativas. En este caso, lo que llamaba la atención era que un porcentaje similar de asistentes tenía, en este caso, menos de 35 años.

Las razones de ambas movilizaciones eran similares y la mayoría de los lemas coreados eran iguales, pero me atrevo a conjeturar que sólo una minoría muy pequeña de personas hemos participado en las dos. Y creo que ése es el gran problema de las fuerzas que se oponen a las medidas del actual gobierno español y el resto de poderes europeos y mundiales, y que puede hacer que el poder político y económico resulte vencedor, a pesar de la impopularidad de lo que está ejecutando. No hemos logrado una convergencia satisfactoria entre los dos principales sectores que tienen capacidad de movilización frente a los ataques del poder: los nuevos movimientos sociales, mayoritariamente jóvenes, que han comenzado a organizarse alrededor de lo que podríamos seguir llamando el 15-M, y el movimiento sindical que todavía agrupa a la clase trabajadora.

No se trata de saber quién tiene la culpa, que seguro que es compartida. Al contrario, entender por qué no se ha producido esa convergencia, y ser capaces de crear puentes y vías de comunicación es algo crítico, si no queremos que el poder continúe aplicando la táctica de divide y vencerás, que tan buenos resultados le está proporcionando hasta el momento.

Desde luego, no me parece insalvable que la separación entre ambos movimientos se vea como generacional. No hay ninguna razón para que los actores establecidos y los recién llegados no puedan entenderse. Entre otras razones, porque esa unión permitiría solventar los defectos de la otra parte.

Los problemas de los movimientos asamblearios

El problema con los nuevos movimientos coagulados alrededor del 15-M es, a mi entender, el de desorganización y falta de foco. Sé que esto algunos lo verán como algo positivo, como muestra de las potencialidades del movimiento y de la libertad de sus integrantes, y como una consecuencia deseable de la organización que permiten las nuevas tecnologías para actuar en red. Permitidme que, sin querer dar lecciones a nadie, sea un poco escéptico. Como viejo militante que ya experimentó intentos similares de activismo hace muchos años, con retóricas similares que tendían a la búsqueda de una nueva izquierda, sé que esas búsquedas abiertas son inevitables cuando se comienza en los inicios de un movimiento, pero son inútiles o incluso perjudiciales si rápidamente no se convierten en alternativas y organización.

Mucho se ha hablado de los incidentes en las movilizaciones para rodear el Congreso, y aunque tengo claro que la culpa fundamental la tienen los mandos políticos y policiales, que – como era evidente para todos los presentes– ya estaban preparados para ello o incluso lo provocaron, debo decir que el carácter anarquizante del movimiento convocante se lo puso muy fácil, y que ello era previsible ya tiempo antes de las cargas. Cuando no estaban claros los objetivos a corto plazo (¿rodear el Congreso u ocuparlo?), ni a largo (¿que se vayan los políticos o se cambie el sistema?), cuando no hay interlocutores o coordinadores que sean capaces de marcar tiempos y contener exaltados, cuando no se tiene experiencia en responder a provocaciones, es muy fácil ser infiltrados y finalmente derrotados por una fuerza inferior en número pero mejor organizada y con unos objetivos más claros. Lo aprendí yo hace una treintena de años, cuando intentaba organizar un movimiento estudiantil, lo aprendieron los milicianos espontaneístas en el 36, y lo aprenderán ahora los nuevos actores sociales alternativas. Sólo espero que sea antes de quemarse o ser destruidos.

Hay también una confianza excesiva en los nuevos modos de activismo que permiten Internet o las redes sociales. De nuevo, yo soy más escéptico, y sé que estos medios son armas de doble filo. Creo que es de gran provecho leer lo que Evgeny Morozov escribe en su libro «The Net Delusion» (recientemente traducido al castellano como «El desengaño de Internet» aunque yo lo he leído en el original, por razones que ya comenté aquí), una obra que aunque se centra demasiado en los riesgos de los sistemas autoritarios, es fácilmente aplicable al activismo en un sistema como el español:

La descentralización de la organización política puede tener implicaciones magníficas para la creación de conocimiento (como muestra Wikipedia), pero la realidad es que la descentralización por sí misma no es una condición suficiente para una reforma política de éxito. En la mayoría de los casos, ni siquiera es una condición deseable, Cuando todos los nodos de una red pueden enviar un mensaje a todos los demás, la confusión se convierte en la nueva condición de equilibrio […]

La glorificación desmedida del activismo digital hace que sus practicantes confundan prioridades y posibilidades. Conseguir que la gente baje a la calle, aun cuando pueda hacerse más fácil gracias a las herramientas de comunicación modernas, suele ser la última etapa de un movimiento de protesta, tanto en democracias como en autocracias. No se puede empezar con las protestas y pensar después en las demandas políticas y los pasos posteriores. […]

Como un comentarista iraní comentó amargamente en su blog [tras las protestas por la democracia, hace unos pocos años]: “Un movimiento de protesta sin una relación adecuada con sus propios líderes no es un movimiento. No es más que una rebelión en las calles, que se esfumará antes de lo que uno imagina”.

La dificultad de la convergencia

Por otra parte, el movimiento sindical tendrá que sacar sus propias conclusiones de su terrible estado actual, en gran parte debido a campañas externas (yo siempre digo que si uno quiere conocer si su interlocutor es de derechas o izquierdas, pregúntale por lo que opina sobre la necesidad de la existencia de los sindicatos), pero también en gran parte de forma merecida. De nuevo, no quiero que parezca que doy lecciones, porque ni quiero ni estoy capacitado para ello. Sólo constato demasiada rigidez. La organización de esta mañana era excelente, algo que le falta al movimiento juvenil, pero por eso mismo parecía ahogar la espontaneidad. Falta algo de coraje y de imaginación. Parece que la movilización sólo se produce cuando le afecta a mi sector, a mi empresa, o mi propio bolsillo.

El movimiento sindical ha estado mucho tiempo sin moverse fuera de los despachos. Pero eso, a mi entender, y a riesgo de parecer paradójico, puede facilitar el encuentro con el movimiento alternativo. Durante muchos años ha faltado movilización social en el país, salvo para apoyar a nuestro equipo de fútbol, y cuanto antes lo asumamos todos, en vez de considerarlo como un arma arrojadiza frente a los demás, mejor será para encontrar una nueva razón para hacerlo de forma conjunta.

Debo reconocer que esto queda algo teórico, y que yo mismo no tengo claro cómo favorecer esa convergencia. Manifestación de apoyo a los mineros en MadridHasta el momento sólo he visto dos lugares o momentos donde se ha producido una unión por encima de generaciones. Una positiva: las movilizaciones de los mineros, los únicos que supieron combinar la radicalidad y el voluntarismo con la unidad y disciplina del movimiento sindical tradicional, y que en consecuencia recibieron la simpatía y el apoyo de todos los sectores transformadores.

El otro es el caso de Cataluña, donde el nacionalismo, el mejor cemento social, ha permitido unir todas las vías de descontento, creando un enemigo común territorial por encima de otros intereses. No está de más decir que, aunque entiendo las razones que están detrás (y que Isaac Rosa ha explicado mejor), no me parece que esa vía de escape sea la más adecuada, y que me parece profundamente reaccionaria, además de que debilita a las oposiciones y otorga más munición a los gobernantes en el resto del Estado.

Un caso concreto

Todo lo anterior queda quizás un poco teórico, y sin soluciones concretas. No participo en la primera línea de ninguno de los dos movimientos y no me atrevo a darles consejos a quienes se están bregando con las realidades organizativas. Pero sí conozco y trabajo en un grupo transformativo donde la situación es similar, donde cuesta romper una brecha generacional.

En la comunidad que usa y promueve el idioma esperanto se está produciendo un fenómeno similar: las nuevas generaciones que se acercan al idioma y lo aprenden están generando una cultura nueva. Es fácil aprender el esperanto en la red, practicarlo y relacionarse con personas de otros países y lenguas, y de forma natural se crean comunidades y redes virtuales que emplean el idioma. Los nuevos hablantes ya no necesitan los clubes y asociaciones tradicionales, que poco a poco están perdiendo fuerza y envejeciendo. Pero a su vez éstas hacen falta para consolidar el movimiento, realizar las labores de propaganda y movilización, relacionarse con las instancias oficiales y crear puntos de encuentro.

Se está dando incluso una nueva situación en los encuentros de esperanto: que se están segmentando por edades y circunstancias vitales. Los congresos tradicionales atraen a las personas de más edad, mientras que los jóvenes acuden a encuentros más informales, que se están multiplicando. Incluso en España estos últimos años estamos comprobando que los congresos tradicionales atraen sobre todo a las personas de mediana edad, mientras que los jóvenes se decantan por encuentros puramente juveniles, y los más veteranos se van a encontrar en un encuentro específico (que por cierto acaba de comenzar en Cambrils ayer mismo)

Pues bien, ello es magnífico desde el punto de vista del disfrute del esperanto y de la comunicación internacional, pero ocasiona problemas cuando se quiere consolidar un movimiento que mire a más largo plazo.

Hace tiempo que le doy vueltas, como responsable de una asociación que justamente pretende fomentar el esperanto, y producir un compromiso mayor entre los nuevos hablantes. Y constato que no es fácil unir a las dos comunidades y aprovechar las sinergias y los puntos fuertes relativos, sin recurrir a nacionalismos y grupalismos, que en el mundo del esperanto tienen aún menos sentido que en ningún otro lugar.

Por eso decía antes que yo mismo veo la necesidad imperiosa de la unión entre generaciones y tradiciones diferentes, a nivel español y a nivel mundial, pero no tengo claras las vías y las soluciones. ¿Alguna idea antes de que esto acabe en un desastre?

Esto va a acabar en un golpe monárquico… otra vez

Quizás sea un simple ataque de pesimismo, o el efecto de alguna lectura reciente, pero cada vez tengo más la impresión, dada la situación española actual y los precedentes históricos, que esto va a acabar en un golpe monárquico.

Ya sé que la historia no siempre se repite, y que, como dijo el viejo Marx, cuando lo hace es en forma de farsa, pero existen tantos paralelismos con el ambiente y los acontecimientos de hace 90 años, que no sería de extrañar que acabáramos de forma parecida, y, dado el nivel de antipoliticismo que nos invade, que encima a muchos no les parecería mal.

Hace unos diez años, el economista Gabriel Tortella escribía un artículo en El País, en el que sugería cómo debía ser el socialismo español en el siglo XXI. Sus recetas eran tan similares al programa de los liberales de comienzos del siglo XX, que escribí un texto que reproduzco y del que me siento todavía casi orgulloso:

Con su artículo “El socialismo en el siglo XXI” el sr. Tortella pretende que el PSOE asuma sin máscaras el papel del Partido Liberal español en el comienzo de la monarquía alfonsina. Todas sus propuestas para lo que debe ser el socialismo en este comienzo de siglo XXI son exactamente las que firmaría un liberal hace 90 años, con el añadido, modernidad obliga, de un ligero toque ecologista. No está mal, porque así se confirmaría así que vivimos en una Segunda Restauración, prácticamente idéntica a la Primera. Tenemos dos partidos dinásticos, apenas distinguibles salvo por su relación con algunas libertades cívicas y su mayor y menos identificación con las consignas de la Iglesia, pero equivalentes en sus propuestas económicas y que se turnan pacífica y periódicamente en el poder. A su lado, una coalición de izquierdistas que apenas se caracterizan más que por su republicanismo histórico, a menudo peleados entre sí y casi siempre inoperantes. Tenemos también una nueva Lliga, dudando entre sus reivindicaciones autonomistas y la coalición con sus intereses económicos, y una emergente Esquerra. Por el norte, además de los bizcaitarras, siguen dando guerra los carlistas, aunque ahora se llamen abertzales. Incluso tenemos una especie de  anarquistas, o al menos algo que produce el mismo pánico a todos los sectores sociales, los terroristas islámicos, con sus magnicidios incluidos. Sólo nos faltaría, para que el panorama fuera más ajustado, que unos tipógrafos (o quizás sus equivalentes actuales, unos informáticos) funden un verdadero Partido Obrero.

Decía que estaba orgulloso, no tanto por la originalidad (basta teclear Segunda Restauración en un buscador para darse cuenta de que muchos articulistas han observado paralelismos similares), sino porque en el tiempo transcurrido ha demostrado que los rasgos comunes se han incrementado. No me atrevo a asegurar que el recientemente fundado Partido Pirata vaya a ocupar en el futuro un papel similar al de los obreristas de entonces como representación de las capas asalariadas, modestas, pero relativamente preparadas desde el punto de vista intelectual. Sigo con curiosidad la evolución en otros países y quizás en España se termine dando algo parecido, aunque por el momento no tengo claro si se consolidará y en qué sentido. También apunto de pasada los muchos paralelismos de movimientos como el 15-M con los libertarios de entonces, con su asambleísmo, sus grupos de afinidad y, también, por qué no, su afición a temas marginales.

Sin embargo, más significativos me parecen otros desarrollos producidos en los últimos años o incluso meses, que son paralelos a los que tuvieron llegar a lo largo de la segunda década del siglo XX.

El más destacado y preocupante lo constituye el descrédito brutal de los políticos y las clases dirigentes. Los políticos de finales de ese periodo histórico sufrieron la crítica completa de los intelectuales, de la llamada opinión pública, de las masas conscientes, de forma que hacia 1920 se encontraban completamente desprestigiados. Se sucedían los llamamientos a cirujanos de hierro, o a dirigentes no políticos. Toda una campaña de regeneracionismo parecía comenzar en el desprecio de los políticos.

La situación actual es demasiado parecida como para que no llame la atención. También se ha producido en los últimos pocos años un crecimiento frenético del antipoliticismo. Es un resultado quizás merecido, pero me temo que exagerado si se reflexiona que no hace distinciones, y que no toca en la misma medida a otros sectores que lo merecen incluso en mayor grado, como los dirigentes empresariales o financieros.

La primera consecuencia de esta tendencia es el previsible crecimiento de las soluciones nacionalistas o populistas. Las primeras, las tendencias a refugiarse en el patriotismo, ya las denuncié hace unos meses y sus riesgos me parecen aún más relevantes tras los recientes acontecimientos en Cataluña. En cuanto al populismo, tendremos en breve la oportunidad de comprobar si se consolidan con fenómenos como el de Mario Conde, que parecerían impensables, pero que ya no extrañarían a nadie tras ver casos como los de Sandokán en Córdoba o Ismael Álvarez en Ponferrada. El caso extremo es obviamente el triunfo de los neonazis en Grecia,  «el último eslabón de la antipolítica», en frase afortunada de Íñigo Sáenz de Ugarte.

Pero sin llegar a estos extremos, la consecuencia más moderada del antipoliticismo son los continuos llamamientos a soluciones tecnocráticas que se han hecho sumamente populares, aunque sean lanzadas por financieros o antiguos empleados públicos.

El último paralelismo que quería subrayar, y que para mí ha sido el más sorprendente, es el descrédito de la monarquía. Hace diez años nadie imaginaría que el rey iba a sufrir un desgaste similar al que tuvo en esos años su abuelo. Bundesarchiv Bild 102-09411, Primo de Rivera y Alfonso XIIIHasta los escándalos de faldas están siendo similares.

Este verano he tenido ocasión de leer la biografía que sobre el antiguo monarca produjo Gabriel Cardona, y la similitud en las personas y los acontecimientos es impresionante (y no intencionada, ya que el libro fue escrito cuando nadie podía imaginar la evolución reciente). No parece que éste actual sea un rey de espadas, como su abuelo, sino más bien de oros, así que si por el momento no hay un Expediente Picasso, no sería de extrañar que los problemas económicos asociados a la corrupción en la Casa Real condujeran a una solución similar a la de 1923. Con un poco de suerte, y dada la naturaleza de los problemas reales (en ambos sentidos de la palabra), esperemos que al menos esta vez el golpe sea con economistas y no con militares.

Es un triste consuelo, pero, ya digo, es que hoy estoy pesimista. Porque nadie aprende de la historia.

Altos funcionarios «liberales»

Poco antes del verano, en un contexto profesional (del que no voy a dar más detalles), tuve ocasión de disfrutar de una conferencia sobre la regulación en el sector económico en el que trabajo, que acabó convirtiéndose en un alegato contra la necesidad de la intervención del Estado en la economía. El ponente, compañero profesional, demostró con argumentos económicos y amplias teorizaciones, que siempre que las autoridades introducen sus zarpas en una actividad, sufre el consumidor y se producen ineficiencias. Hay algo malévolo en los poderes estatales, no sólo en las consecuencias obtenidas, sino también en las intenciones.

No pasó mucho antes de que la persona que así hablaba, añadiera como argumento adicional que él conocía bien la situación porque hasta hacía poco tiempo había trabajado en la Administración, y concretamente en el organismo regulador. ¡Acabáramos! Ahora se entendía todo: la incongruencia en los argumentos, la vehemencia en la defensa de la desregulación, la generalización salvaje sobre los males del Estado. Otro alto funcionario liberal.

Y es que si uno lee o escucha un alegato claro en contra del Estado y a favor de la desregulación, la liberalización total de los mercados, la eliminación de barreras a la competencia y la desaparición de las normas laborales, existe una altísima probabilidad de que el defensor sea un empleado público. Casi nunca falla.

El mejor ejemplo lo constituye, sin duda, el actual gobierno. Todos ¡todos!  los ministros son funcionarios de carrera o comenzaron su carrera en la Administración. El presidente, registrador de la propiedad; la vicepresidenta, abogada del Estado (junto con su marido y la camarilla que han formado, incluyendo el nuevo presidente de RTVE). El ministro de Economía, miembro del Cuerpo de Técnicos Comerciales y Economistas del Estado y el de Hacienda, catedrático de Universidad. El de Justicia, fiscal; el del Interior, inspector de trabajo; el ministro de Exteriores, inspector fiscal. Y así todos.

Ya pasaba lo mismo con anteriores gobiernos de «liberales». José María Aznar es funcionario, y Ana Botella, también. Hasta hace poco creía que tenía una excepción en el caso de la mayor defensora pública del liberalismo desde la política, la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, hasta que ella misma manifestó que su primer trabajo fue como funcionaria del Cuerpo de Técnicos de Información y Turismo y que allí volvería cuando dejara la política.

No son los únicos, claro. La mayoría de personas que escriben en medios que se autodenominan liberales (y que en realidad no tienen nada que ver con el liberalismo clásico español: he escrito la palabra hasta ahora entre comillas o en cursiva porque, como ya dije en otra ocasión, me niego a que ellos monopolicen el nombre liberal) o que pontifican desde las tertulias de las radios conservadoras, son catedráticos universitarios o han pasado por organismos reguladores.

Todos ellos han cumplido obedientemente el consejo de todas las madres de clase media-alta: hijo, aprueba una oposición, y luego ya podrás dedicarte a la política, o a dirigir una empresa, o a ambas cosas sucesiva o simultáneamente. Todos tienen una red de seguridad, que les permite no dudar en acabar con la protección de los demás. Todos han acumulado el suficiente resentimiento hacia los funcionarios de menor nivel, como para despotricar continuamente contra los empleados públicos y sus supuestos privilegios.

Las personas que trabajan (que trabajamos) en el sector privado, tanto empresarios como empleados, pueden quejarse muy a menudo, y con razón, sobre muchas regulaciones concretas, y pueden criticar la ineficiencias o las arbitrariedades de las administraciones o los trabajadores públicos, pero saben perfectamente, por experiencia propia, que una completa falta de normas en las que operar perjudica su actividad, porque crea incertidumbre, lo cual perjudica la planificación y la inversión. Además, saben que en el mundo real existen relaciones de poder y desigualdades, y que sin la existencia de mecanismos de vigilancia, imperan la ley de la selva y el abuso del poderoso.

Sólo alguien que no conozca la economía real, y que se guíe por modelos teóricos y por especulaciones, puede ser tan tajante en la defensa de los modelos neoliberales. No conocen el mundo real. O bien lo conocen y son unos hipócritas.

Ahora que lo pienso, son como los curas hablando de sexo. Y pueden hacer el mismo daño.

Mil alumnos en Twitter

Septiembre suele ser un buen momento para empezar a estudiar, no sólo en centros de enseñanza. Es cuando se lanzan fascículos en las revistas, o cuando se publicitan las academias a distancia. Es también un buen momento para aprender esperanto.

Casi todos los clubes o grupos de esperanto suelen comenzar sus cursos a finales de septiembre o comienzos de octubre, y pronto actualizaremos las distintas posibilidades en nuestra página en la Federación Española. También en septiembre comenzará curso en otras iniciativas nuevas.

Para quien no pueda acceder a la formación presencial, también este mes se puede uno apuntar a las numerosos posibilidades que ofrece la Red, como Lernu, el Kurso o MailXMail.

Hay un curso especial en la Red, que lancé yo mismo, y que acaba de alcanzar su alumno número 1.000: el curso mediante microlecciones en Twitter. Aquí puedes ver el anuncio cuando lo presenté. Se trata de incluir una lección de esperanto al día, por supuesto respetando la regla de esta red social: menos de 140 caracteres por lección.

Vamos ya por la tercera edición, y, como decía, tenemos ya mil seguidores. Por supuesto, soy consciente de que no todas las cuentas siguen siendo activas, ni todas son constantes, como corresponde a la volatilidad de este tipo de medios. También he podido comprobar, como sospechaba, que no se trata de la mejor forma de aprender esperanto: no todos los alumnos son igualmente constantes, a menudo las lecciones se pierden entre todo el ruido de la red, y es difícil retomar el hilo una vez perdido. Es más, unas fechas de vacaciones como las que hemos pasado en los países del norte pueden romper aún más fácilmente el ritmo de seguimiento.

Así pues, para paliar esos problemas, y para aprovechar este momento de reinicio de las buenas intenciones, he decidido recopilar las primeras lecciones del curso en una página compacta. Puedes acceder a ella en este enlace.

Ya no hay excusa: ¿cuándo has visto un idioma que se pueda aprender en píldoras?

Yo sí estoy por una Europa-Esperanto

Ya ha vuelto a aparecer la expresión. Europa-Esperanto, o Europa al estilo esperanto. Como si fuera algo negativo.

Esta vez ha sido ni más ni menos que el presidente de la Unión Europea, Herman Van Rompuy, que en un discurso ante la Universidad Católica de Lovaina dijo a comienzos de junio que

«Europa no necesita un nuevo fundamentalismo, que intente tragarse a los pueblos y las naciones en una Europa artificial, del tipo esperanto. Necesitamos aquí también un equilibrio, «unidad en la diversidad», esta vez con énfasis en la unidad.»

La afirmación contiene tantas incongruencias y falacias, empezando por una representación claramente falsa de lo que supone el esperanto, que no me resisto a comentarla, sobre todo porque ilustra de forma ejemplar los problemas que Europa enfrenta hoy en día. Van Rompuy en LovainaMás aún cuando la pronuncia Van Rompuy, uno de los principales culpables de la baja estimación que la idea europea tiene hoy entre los ciudadanos (hasta el punto de que hasta en España haya adquirido tanta popularidad la soflama de un impresentable como Nigel Farage, el ultraderechista presidente del partido de los euroescépticos británicos)

El texto completo puede leerse en este enlace, perteneciente a la web del Consejo Europeo. Advierto para empezar que la intervención del presidente europeo aparece sólo en inglés, ni siquiera en neerlandés, idioma tanto del propio conferenciante como de la universidad (que hace unos años se separó de la universidad francesa como consecuencia de una pelea lingüística, pero que ahora parece entregada a un tercer idioma), ni en ningún otra lengua oficial de la Unión.

Esto no es una anécdota, es una muestra clara de la incongruencia que antes mencionaba. Se habla de que se necesita respeto a la diversidad, pero un idioma nacional domina la vida europea, al igual que un pensamiento único gobierna la política económica y una camarilla de políticos, o bien no electos o sólo designados por una parte de los ciudadanos, imponen todas las decisiones.

Otro europeísmo

Siempre me he declarado europeísta. Así, abiertamente. Siempre me ha parecido que la Unión Europea constituía una iniciativa digna de admiración y de apoyo. La consideraba un proyecto que pretendía trascender los Estados-nación, que han sido la forma política predominante en estos últimos siglos en el continente, y que, aun siendo a su vez un avance frente a tribalismos y taifas, se convirtieron a su vez en nuevas tribus y causaron tantos daños. Incluso cuando se trató de algo tan trivial como elegir un dominio para esta web y este blog, elegí el sufijo .eu, como muestra de ese compromiso europeo.

A nadie se le escapa, no obstante, que declararse europeísta estos días se ha convertido en un acto casi de desafío. El prestigio de la Unión Europea anda por los suelos, por desgracia de forma merecida.

Ya antes me parecía arriesgada la costumbre de los políticos españoles y de otros países, de emplear las «exigencias» de la UE para aprobar leyes y disposiciones que concitaban la oposición de los ciudadanos, o para fijar precios elevados, con el argumento de su equivalencia en otras naciones (cosa que, obvio es decirlo, no ocurría cuando se trataba de igualar ingresos o derechos). Venía a suponer que la transición a niveles europeos ocasionaba una pérdida de la participación ciudadana, y de los mecanismos de control que toda democracia supone. Es decir, lo contrario de lo que la Unión debía representar, que de ningún modo se compensaba por la existencia de algunas pocas instancias representativas a nivel europeo.

Pero en las últimas semanas, el grado de pérdida de soberanía y capacidad de control o decisión por parte de los ciudadanos españoles y del resto de países europeos, ha disminuido de forma drástica, como consecuencia de la crisis y las medidas para (dicen) atajarla o mitigarla, sea mediante rescates, semirescates o simples medidas de austeridad. La Unión está sirviendo para, de forma antidemocrática, forzar unas medidas (y ahora no entro en si acertadas o no, aunque ya en otros lugares he manifestado que no me lo parecen), decididas por dirigentes sobre los que el grado de control del ciudadano es extremadamente reducido.

Creo que no se trata de algo coyuntural. Lo que ha ocurrido es que, como a menudo sucede en los accidentes de ingeniería, la crisis ha evidenciado un fallo de diseño. El mecanismo no ha sabido responder a las condiciones adversas, y va a haber que tomar medidas drásticas si queremos que la máquina funcione de nuevo.

Yo sí quiero que la máquina europea funcione. Y por tanto, me atrevo a proponer que cambiemos unos cuantos diseños. Lo más urgente, devolver la capacidad de decisión a los ciudadanos europeos. Asegurarse de que las medidas que se toman, relacionadas con política financiera, con impuestos, con regulación económica, la toman políticos elegidos por los europeos, y aplican de forma homogénea a todos, sin esconderse bajo el comodín de los «expertos» y sin prerrogativas para los habitantes de ninguno de los países involucrados.

Una Europa democrática

Habría que desarrollar más esta idea simple, y seguro que hay politólogos que saben más de esto que yo, pero permitidme que le dé la vuelta a la afirmación de Van Rompuy, y lo resuma en una sola expresión: necesitamos una Europa-Esperanto. Es decir, una Europa democrática, sin privilegios para habitantes de países poderosos ni para capas sociales que tienen los medios de influir en las decisiones tomadas en lugares alejados del resto de ciudadanos.

La expresión Europa-Esperanto, tal como yo la utilizo, me la entenderá bien cualquiera que haya seguido otros escritos míos, o conozca mis puntos de vista sobre el esperanto, expresados en esta web y en otros lugares. Pero reconozco que puede dar lugar a malentendidos para otros, porque puede interpretarse como una cuestión meramente lingüística, pero sobre todo porque existen ciertas confusiones sobre el papel que el esperanto puede jugar en la relación entre los pueblos.

De hecho, la aparición previa más conocida de esta expresión procede de un discurso del entonces canciller alemán Helmut Kohl, que dijo en 1995:

«no queremos una Europa-Esperanto, sino una Europa en la que cada uno retenga su propia identidad» («Wir wollen kein Esperanto-Europa, sondern ein Europa, in dem alle ihre Identität behalten»)

Lo paradójico es que esta frase la pronunció Kohl como respuesta a los miedos expresados por algunos ciudadanos de estados pequeños, de que los países más grandes impusiesen sus puntos de vista o sus intereses sobre los demás.

Pues bien, eso es lo que ha ocurrido, justamente porque los países han mantenido su identidad, porque las decisiones se toman en función de la fuerza relativa de cada uno de ellos, y sin tener en cuenta el interés global de los ciudadanos europeos. Simplificando, se ha llegado a un diseño en que su sucesora, la actual cancillera, puede imponer medidas sobre otros países, quizás para salvaguardar los intereses de sus propios bancos, y no tenga ningún contrapeso elegido democráticamente, a quien los demás podamos recurrir.

Algunos pretenden enfrentar a los habitantes de unos países con otros. Se ve en los intentos de algunos mediterráneos de culpar a los alemanes, así en general, o en las imágenes que tratan de convencer a los norteeuropeos sobre los vicios de los sureños. No hay que caer en esa trampa, igual que hay que evitar maniobras similares dentro de cada uno de nuestros países. Ya comenté en ocasiones anteriores que el nacionalismo, el refugiarse en el pequeño grupo de cada cual, es una tentación demasiado fácil en épocas de crisis económica.

En estos casos, la misma idea de Europa va a sufrir, si no lo evitamos los ciudadanos de a pie. Necesitamos una mejor Europa. Democrática, sin privilegios, para todos. Como el esperanto.

No digáis jodidamente, ¡coño!

(NOTA: Si no te gusta el lenguaje con tacos, creo que no deberías leer esta entrada, si bien debo advertir que el uso está justificado por interés lingüístico. Aunque, ahora que lo pienso, quizás sea algo tarde ya, dado el título…)

Creo que hay pocas pistas que muestren mejor la colonización cultural que estamos sufriendo, que el que ya no seamos capaces ni de saber usar nuestros tacos. Y nada lo ilustra mejor que la insidiosa difusión del adverbio «jodidamente» para enaltecer o intensificar un adjetivo. Últimamente lo encuentro escrito por todos sitios. Al principio, como mala traducción del inglés «fucking», pero cada vez más en textos ya originales.

imagen la hostia de realQue aparezca en memes traducidos casi que no me extraña, ya que es obvio que no les vamos a pedir mucho criterio, pero que lo utilicen divulgadores de calidad o incluso mi hija (y aquí perdonad que no enlace), eso ya me preocupa más. Lo siento, Aberrón, lo del Curiosity será emocionante de cojones, o la hostia de emocionante, pero jamás jodidamente emocionante.

Lo curioso es que empleemos variedades de fuck, que parece que es la única palabrota que saben los norteamericanos, si hacemos caso a las películas, cuando la riqueza de juramentos es tan grande y tan variada en español. Ya comenté en otra ocasión que me parecía una aberración cuando en el cine se traduzca el «Fuck you!» por un «¡Que te jodan!». En cualquier circunstancia que se me ocurra, un español (y seguramente también una española) acogería esta expresión suponiendo que le desean algo positivo, cuando en realidad una traducción adecuada sería más bien «Vete a tomar por culo» o «Que te den», o, como mucho, «Jódete». Pues bien, hasta el que te jodan se empieza a leer, si no todavía a escuchar.

En fin, no quiero ser especialmente purista, como ya dije en otra ocasión. Soy perfectamente consciente de que los lenguajes evolucionan, y que además lo hacen sujetos a las influencias de las lenguas dominantes. Incluso en el terreno de las palabras tabú hay cierta evolución, como prueba la notable disminución del uso de blasfemias (aunque parezca que no, los que hemos vivido la infancia en un entorno rural castellano, sabíamos que hace unos años los únicos que no se cagaban en la virgen eran los curas y alguna beata, y no siempre)

Pero, coño, dejemos lo de jodidamente para cuando estamos jodidos. En los demás casos se trata de una elección mala de cojones.