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Cuentas y cuentos

Como un tópico puede tomarse ya la frase “lo que no son cuentas, son cuentos”, pero nunca se ha visto más claro que en la reciente polémica sobre la deuda del Ayuntamiento de Madrid. Durante muchos años nos han contado cuentos, y ahora vienen las cuentas. O, lo que parece lo mismo, pero no lo es, durante unos años no hemos hecho caso a los números, y nos hemos dejado engatusar con la letra. Porque no toda la culpa es de Ruiz-Gallardón: tampoco los demás le han pedido cuentas.

Tuve la ocasión de comprobarlo hace un par de años, cuando ante mis reticencias sobre la candidatura olímpica de Madrid (ya sabéis que no soy muy partidario de los deportes de competición en general, ni los juegos olímpicos en particular), y ante el coste que todo el proyecto iba a suponer, mis amigos me tachaban de aguafiestas, y hacían referencia a la diversión y a los grandes beneficios económicos que todo ello iba a traer. Nunca nadie me enseñó ningún estudio serio, y siempre me acordaba de las ensoñaciones que tuve ocasión de presenciar en el 82 en Valladolid, cuando la participación de Kuvait en las eliminatorias del campeonato mundial de fútbol en esa ciudad hizo revivir escenas propias de Bienvenido Mr. Marshall, que lógicamente se quedaron en agua de borrajas al final.

Lo mismo puede decirse de las obras de la M-30, una obra que siempre me pareció desproporcionada, sobre todo en comparación con lo que hubiera supuesto fijar las prioridades en el transporte público. De nuevo nadie se quejaba ni preguntaba aquéllo que cualquiera plantea en un caso similar cuando se reúne una comunidad de vecinos o de propietarios: esto ¿cuánto cuesta y quién lo paga?

Siempre he sospechado que parte de la razón de que no se tengan en cuenta estos números en las obras públicas es que los números en bruto son tan descomunales que a partir de unos pocos millones de euros la mayoría de los individuos nos perdemos. Por eso es importante establecer otras referencias, como el coste por persona, o, aun mejor, por familia. Esa es una idea que muchos utilizamos informalmente en ocasiones, y que es por ejemplo una de las sugerencias de un magnífico libro que acabo de leer, sobre las trampas estadísticas, “El tigre que no está”, lleno de ideas y recomendaciones para navegar en esta jungla.

El famileuro

Así que voy a dar un paso más, y voy a sistematizar el concepto: a partir de ahora en proyectos públicos, hablemos de famileuros. Es decir, lo que cuesta aproximadamente a una familia media. Y para ello no deben hacerse divisiones complicadas. En el caso de algo que afecta a toda España, basta quitar siete ceros a los números ofrecidos. No es necesario ajustar mucho: 10 millones de familias es lo suficientemente aproximado, y permite hacer el cálculo rápido. Igualmente, para Madrid, basta quitar 6 ceros. Para Cataluña se quitan seis ceros y se divide por dos. En Argentina o Colombia basta también con quitar 7 ceros, y en México tras esto se vuelve a dividir por dos (por supuesto, en estos casos habría que hablar de familipesos o lo que aplique)

Así sabríamos que la M-30 de Madrid costó 6.000 famileuros, el nuevo ayuntamiento de Cibeles casi 500 famileuros y la candidatura a los juegos olímpicos… ni se sabe. En definitiva, los madrileños deben 7.500 famileuros, es decir, cada familia debe sólo por la deuda del ayuntamiento unos 7.500 euros. Bueno, ahora, una vez conocida las cifras, ya cada uno puede juzgar si merecía la pena o no.

Ya sé que no soy el primero que emplea magnitudes por familia o por hogar, incluso con mayor rigor, pero mi aportación es justamente el insistir en que la exactitud no es crucial, que es más útil el orden de magnitud, cuando se quieren obtener los datos rápidos necesarios para un debate ciudadano.

El tigre que no está

El tigre que no estáComo decía, parte de la inspiración para esta sencilla magnitud me la ha dado un excelente libro, “El tigre que no está”, de Michael Blastland y Andrew Dilnot, anteriores responsables del programa de la BBC “More or less”, que ahora conduce Tim Harford, el periodista de Financial Times y autor de “El periodista enmascarado”, programa que puede escucharse como podcast aquí. Es un magnífico programa, sin equivalente en español, que trata temas fundamentales desde el punto de vista del debate público, desde la distribución de riqueza e impuestos, hasta la seguridad de los cascos, del número de homosexuales al déficit público.

Lo más importante del libro y del programa es que no se limitan a dar números, sino que se analizan las bases, se descubren las trampas estadísticas, se establecen las incertidumbres y los contextos. Algo básico que los debates políticos y los artículos periodísticos no suelen ofrecer, prefiriendo dar una cifra de la que nunca se sabe su exactitud o su pertinencia.

En concreto, el concepto de incertidumbre se olvida casi siempre en las presentaciones públicas de las estadísticas. Es algo asombroso para mí, ya que desde el comienzo de mis estudios universitarios de física se nos insistía de una manera obsesiva en que una magnitud sin intervalo de incertidumbre no servía para nada. Puede sorprender a muchos lectores, especialmente de letras, pero la potencia de las afirmaciones científicas no viene de su precisión, sino de su alta conciencia sobre la existencia de imprecisiones. Ello es lo que permite acotar exactitudes, refinar los procedimientos, y ofrecer honestidad al lector.

Pues bien, el libro de Blastland y Dilnot muestra numerosos ejemplos y ofrece criterios para pasear por la jungla estadística, como define su subtítulo. Además, el libro se lee estupendamente: al rigor de uno de los autores se une la habilidad comunicativa del otro, para que cualquier persona que no sepa nada de estadística (es más, sobre todo el que no sepa nada de estadística) pueda sacar criterios básicos y desarrollar una metodología para acercarse a cualquier información que contenga números grandes.

Debo hacer una mención especial a la traducción. Cuando tantas veces me he quejado de la traducción de libros científicos, es de justicia hacer mención a una versión excelente, que fluye como si se tratase de un texto original, tanto en las frases más rigurosas como en las más desenfadadas. Únicamente en un caso hay en la versión española una adaptación que no me parece muy adecuada, y de la que creo que hay que culpar sobre todo a la traductora: cuando se relativizan los números grandes a la población española, se emplea un valor, población de España por número de semanas al año, 2.400.000.000, que es demasiado exacto. Es decir, no se redondea, o no se da una regla más sencilla de división, por lo que se convierte en inútil. Por eso yo he preferido definir ese famileuro, menos exacto pero más práctico.

Aunque el libro está escrito por dos británicos, todas sus consideraciones pueden ser aplicadas de forma directa al caso español. La ignorancia, el descuido o la manipulación campan por sus anchas también aquí. De vez en cuando algún meritorio bloguero intenta denunciar estas carencias, pero no deja de ser demasiado poco. Hoy mismo, sin ir más lejos, una de las noticias más leídas y más votadas en la conocida red Menéame (de la que otras veces he hablado) es una burda comparación entre subvenciones, realizada para halagar los prejuicios de quien no se molesta en hacer números, y se guía por cuatro ideas comunes. Si un simple bloguero, que va de científico, es capaz de manipular de esta forma, ¿qué no conseguirán los profesionales de la comunicación, en los que se puede unir la ignorancia con la mala intención?

A favor de los saharauis, contra su independencia

Si a menudo siento que mis opiniones sobre nacionalismos y patriotismos son minoritarias, estos días creo que he batido un récord: apostaría que soy casi el único español contrario a la independencia del Sáhara Occidental, partidario de la integración de Ceuta y Melilla en Marruecos, y a la vez totalmente contrario al actual régimen marroquí.

Los graves incidentes de estos últimos días en El Aaiún han sido interpretados en general como una disputa nacionalista, a pesar de que no todos los participantes en los campamentos la han expresado así. Y ha sido la ocasión de que se vuelvan a escuchar voces a derecha e izquierda favorables a la independencia del Sáhara Occidental, la antigua colonia española. Hay una mala conciencia general sobre la forma en que se desarrolló el abandono del territorio y de sus habitantes hace 35 años. Las peticiones vienen también de la derecha, que posiblemente siente cierta unión con antiguos ciudadanos españoles, mezclada con antipatía hacia los marroquíes (los moros). Y parece que la izquierda favorece unánimemente el “derecho a la autodeterminación” del “pueblo saharaui”.

Así que el resultado parece unánime: una clara simpatía por los saharauis (aunque las instancias oficiales tengan que ser prudentes por motivos diplomáticos), y una confianza de que la independencia solucionará los problemas básicos.

Me temo que mi opinión va a contracorriente. Yo no creo en el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui, entre otras razones porque no creo en la existencia de un pueblo saharaui como tal. Existen desde luego los ciudadanos de esa antigua colonia, cuyas condiciones de vida son abominables, y la opresión por parte de la monarquía alauita es indignante. Sus protestas me parecen justificadas, y apoyaré si puedo sus quejas. Pero no creo que algo más setenta mil personas, según el censo oficial, tengan derecho de gobierno sobre doscientos mil kilómetros cuadrados y sus riquezas.

¿INDEPENDENCIA?

En general, soy anacionalista, es decir, no creo en la existencia de pueblos y naciones. Pero en este caso, y sin ser especialista sobre el tema, el asunto me parece aún más claro. No creo que haya nada que diferencie a los habitantes de la antigua colonia española del Sáhara Occidental de los pueblos del desierto del sur y oriente de Marruecos y de otros países cercanos. Nada justifica la creación de una nación en ese lugar, y ni siquiera la geografía lo aconseja: no hay más que mirar un mapa de la zona, y ver que las fronteras que se proponen son meras líneas rectas en su casi totalidad, creadas por las respectivas potencias coloniales.Okcidenta Saharo

Cuando tanto se ha argumentado desde la izquierda contra las desgracias causadas por el colonialismo en casi todos los países africanos, creando entes políticos caprichosos, a los que se acusa de gran parte de los sufrimientos de los habitantes de ese continente, me parece paradójico que la izquierda española defienda la persistencia de una frontera evidentemente artificial, que no tiene en cuenta para nada la realidad objetiva. Creo que se puede argumentar con mayor razón a favor de la independencia del Rif, una región con rasgos lingüísticos, culturales, históricos y geográficos más destacados, y con mayor abandono por parte de los regímenes de entonces y de ahora.

No favorezco las fronteras, y tampoco voy a defender la existencia del estado de Marruecos, al que haya de pertencecer una parte más o menos grande del continente. Pero mientras existan tales estados, considero más defendible la ligazón entre esos territorios y sus habitantes que la multiplicación de entes políticos y el levantamiento de nuevas barreras.

Esa es la razón de que defienda también la unión al mismo territorio de las ciudades de Ceuta y Melilla. Es verdad que en este caso la historia es diferente, y que probablemente la mayoría de sus actuales habitantes prefiere la ciudadanía española, pero las ciudades actúan actualmente más como fuente de perturbación de la economía de la zona y de imán de problemas políticos, que como dinamizadores de los alrededores. Prestaría mucha atención a los intereses materiales de los actuales habitantes, y buscaría un acomodo adecuado, de la misma forma en que favorezco un acuerdo cuidadoso para la reintegración de Gibraltar en el estado español, pero no veo ninguna razón para la conservación de esa anomalía presente.

EL VERDADERO PROBLEMA

Queda, sin embargo, un asunto peliagudo en el debate: la situación actual de los ciudadanos de todo ese territorio, marroquíes y casi-marroquíes, bajo el actual régimen político. Esa es para mí la auténtica desgracia de toda la situación, que los saharauis deben soportar los caprichos de una élite depredadora, bajo la dirección de un rey dictador, en vez de decidir sobre su destino en el sentido más real de la expresión. La situación económica es cada vez más inaguantable, lo que ha conducido a que la frontera entre Marruecos y España sea la que separa la diferencia de niveles de renta más alta del planeta. Las razones son muchas, por supuesto, pero en gran parte se debe a la corrupción de una monarquía que nada en al abundacia, mientras se multiplica la misera a su alrededor, como puede comprobar quien haya visitado el país recientemente, y haya observado que el ritmo de construcción de palacios reales no se detiene. Nada mal para una familia que en el momento de la independencia ni siquiera estaba entre las más ricas del país. Y quien haya leído libros como “Nuestro amigo el rey” no puede por menos que indignarse de que por motivos similares se haya cesado y ahorcado a Saddam Hussein, mientras que Hassan II se paseaba pisando las alfombras rojas de los países por donde pasaba.

¿Cómo puede ser que esta familia haya conservado e incrementado su poder, mientras todos los monarcas del norte de África fueron poco a poco destronados? Entre otros motivos, y así volvemos a nuestro tema, porque se las arreglaron para explotar los sentimientos nacionalistas. Cuando el régimen se tambaleaba, y tales ocasiones no faltaron en las últimas décadas, bastaba con señalar las regiones separadas o separatistas para eliminar las dudas y las oposiciones. Otra vez el patriotismo está sirviendo para oscurecer las diferencias sociales, y para que los bribones y las élites conserven sus privilegios. No quiero culpar al Frente Polisario, pero no dejo de pensar que si en su momento hubiera combatido con la oposición marroquí contra el enemigo común, la situación sería mucho mejor para todos ellos.

Para concluir: no estoy en contra de la independencia o de una amplia autonomía para el Sáhara Occidental si se llegase a tal status tras los acuerdos correspondientes. Mientras existan estados, me da lo mismo si la raya en el mapa pasa por un grano u otro del desierto. Pero no me hago ninguna ilusión sobre la posible solución de los problemas por esa vía. Recuerdo que, cuando era más joven, se esperaba mucho de la independencia de Eritrea con respecto a Etiopía, una causa que casi todos los observadores consideraban completamente justificada y defendible, Y sin embargo obsérvese qué ha resultado de ello: ni siquiera la paz. Continuación de batallas, incluso por la posición de ciudades diminutas, rearme de los ejércitos, ruptura de los acuerdos, hasta el punto que uno se pregunta si la situación no era mejor anteriormente. O, por presentar un ejemplo aún más absurdo: véase qué resultó de la independencia de las repúblicas centroamericanas: hace unos días han estado a punto de entrar en guerra dos de ellas por un error de Google Maps.

La independencia frente al colonialismo, he ahí algo que apoyo de corazón. Sucesivas independencias y disgregaciones tras el colonialismo, en favor de las nuevas élites… en esas luchas no me van a encontrar.

Cien años de Miguel Hernández

Hoy, cuando se cumplen 100 años del nacimiento del “poeta del pueblo”, Miguel Hernández, puedo ofrecer una excelente manera de homenajearle:

La expresión “poeta del pueblo” procede del título de la antología que se publicó hace unos años, con una selección de sus poemas, traducidos al esperanto. Y la persona que recita la elegía a Ramón Sijé es precisamente su traductor y casi homónimo, Miguel Fernández.

Miguel Hernández, poeto de l popoloLa grabación procede de un acto de homenaje que organizamos hace unos meses en Madrid, en el monumento en su memoria en el Parque del Oeste, y donde se declamaron varios de sus poemas, sucesivamente en cada una de las dos lenguas, español y esperanto, y en ocasiones en una combinación de ambas, con la colaboración, junto con Miguel, de Ana Manero. Un ejemplo de poema en esperanto puede verse en otro vídeo, en la parte de mi blog en esperanto.

El libro “Miguel Hernández, poeto de l’ popolo” puede conseguirse todavía en algunos servicios de venta de libros en esperanto. Pero, para obtener un primer aroma de los poemas, y también por si no conoces ese idioma, puedes ahora acceder a algunos de ellos, que acabo de publicar en una página aparte: sobre las heridas de la guerra, y las heridas de la vida.

Porque, ¿qué mejor manera de homenajear a Miguel Hernández, que escuchar o leer sus poemas?

Pronóstico equivocado sobre los Nobel

Está claro que este año no tengo suerte como adivino. Hace poco fallé en mi previsión sobre el vencedor del Mundial de Fútbol (aunque por poco), y ahora me he equivocado al pronosticar sobre los premios Nobel.

Cuando empezaron a anunciarse los resultados de los premios, comencé a albergar la esperanza de que este año se repitiese la experiencia del 2008. A saber, que de nuevo iban a resultar mucho más atractivos los premiados con las disciplinas científicas, confirmando la tendencia que en otros artículos he apuntado, de que la ciencia y los científicos están alcanzando cada más la atención pública.

Este año, el Premio Nobel de Medicina ha premiado un adelanto no sólo valioso, sino también popular (excepto entre la Iglesia católica, como siempre), la reproducción asistida. También el Premio de Física ha sido muy atractivo, no sólo por el hallazgo, del que sin duda vamos a oír hablar mucho en el futuro, sino también por la personalidad de los premiados, uno de ellos muy joven (poco menos que la referencia que comentaba recientemente, Paul Dirac), y el otro conocido también por sus esfuerzos divulgadores, que le habían llevado ya a recibir anteriormente el paródico premio IgNobel (¡ver abajo una rana levitando!). Los premiados de Química son algo más oscuros, al menos para mí, aunque el hecho de que las dos últimas categorías tengan que ver con el carbono conduce a un interesante punto de encuentro.

Animado por estas circunstancias, como decía, me atreví a pronosticar que este año los Premios de Literatura y de la Paz iban a ser adjudicados a personas de bajo perfil, quizás merecidos, pero no muy populares, y que de nuevo y excepcionalmente los científicos se iban a llevar el protagonismo. No ha sido así, al menos por el momento. Está claro que Mario Vargas Llosa es un premiado espectacular, y al menos en Latinoamérica y España se va a llevar todo el protagonismo. Creo que aún puede ocurrir el Premio Nobel de la Paz vaya a una persona o institución de más bajo perfil, o al menos no demasiado espectacular (ACTUALIZACIÓN: tampoco en esto he acertado, evidentemente), para compensar la polémica del año pasado, cuando se adjudicó a Obama, pero en cualquier caso el fenómeno que yo preveía ya no se va a producir.

Sobre Vargas Llosa no voy a escribir mucho aquí, porque ya bastante va a iniciar los medios y la red en español, aunque sí me extiendo algo más en mi blog en esperanto, un idioma al que, salvo error, no está todavía traducido. Hace tiempo que no leo ficción, y creo que él fue uno de los causantes de que dejara de hacerlo, así que no le sigo mucho últimamente. Tampoco suelo leer sus artículos periodísticos, ya que, como casualmente mencioné hace un par de artículos, me parece que suelen utilizar un método demasiado fácil y oportunista, glosando artículos de otros. Recuerdo que uno de los últimos que leí trataba sobre una familia de emprendedores peruanos, y para ello utilizaba como fuentes de información The Economist y The Wall Street Journal. ¿Cómo extrañarse de que perdiera la elección presidencial peruana, si para hablar sobre la situación de su país tiene que utilizar como referencia periódicos económicos anglosajones?

Sobre sus opiniones políticas, yo que me considero liberal y antinacionalista debería estar de acuerdo con él. Sin embargo, su liberalismo y su cosmopolitismo son muy distintos de los míos, ya que él considera ambos ligados y subordinados al mercado. Léase mi crítica a George Soros: creo que me evita repetir el artículo.

El esperanto interesa a los cineastas

Hace unos años escribí un breve artículo sobre el uso del esperanto en el cine, que se puede leer en esta misma web (en parte actualizado desde la primera edición del 2003) y que hace poco traduje al inglés. En él comentaba las dificultades que encuentra esta forma artística en la lengua internacional, sobre todo por la dispersión de hablantes y la dificultad en la distribución. También comentaba que ello en parte se iba a solucionar gracias a las nuevas formas de difusión, principalmente a través de la Red.

La previsión no era arriesgada, ya que ya entonces se estaban viendo los primeros pasos, pero desde entonces se evidencia un fuerte progreso en ese proceso. Más llamativo es que también aumenta una tendencia que entonces describía, y que a muchos les resulta más curiosa: el uso del esperanto por parte de cineastas no esperantistas, en ocasiones para dar un efecto especial a su obra. El ejemplo es más reciente es el corto de una directora turca, Tuğçe Sen, cuyo título original es “Senmova” (“Inmóvil” en esperanto), completamente hablado en esperanto, con subtítulos en inglés.

El cine y la cultura en esperanto

El esperanto ha sido considerado tradicionalmente como una lengua “libresca”. Nació por medio de la publicación de un libro, y con libros es como normalmente se aprendía y practicaba. La literatura era la joya de la cultura en esa lengua, y las personas más admiradas en el movimiento esperantista eran autores literarios. Evidentemente, también había formas de cultivar la lengua oral, en clubes, encuentros y congresos, pero en este campo sólo la radio ofrecía cierta continuidad. El dilema para muchos interesados en la difusión de esta lengua era: ¿cómo puede el esperanto convertirse en un medio de cultura popular en un mundo en el que el libro pierde su posición central entre las formas de cultura?

Como decía, hasta hace unos veinte años, la dispersión del movimiento esperantista impedía el cultivo regular de otras formas artísticas como la música o el cine. Pero los avances técnicos, y sobre todo la red, que tanto ha hecho por popularizar ambas formas, hasta el punto de que ambos se han hecho permanentes entre los jóvenes, también favorece el desarrollo de las mismas en el mundo del esperanto. Sobre todo la música en esperanto ha experimentado un desarrollo explosivo, plenamente consolidado, cuyo desarrollo posterior ya sólo depende del talento de los músicos.

En el caso del cine, los pasos son más inestables. Los canales de Youtube, Vimeo y otras redes disponen de bastante material, aunque la calidad de la serie “El esperanto es”, es más una excepción que una regla. Pero si se quiere disfrutar de mayor calidad y rigor, se puede acceder a una magnífica colección en la web Filmoj.net, que dispone no sólo de material original en esperanto, sino también subtitulado e incluso doblado a ese idioma.

El subtitulado es actualmente una tendencia en boga en la red. Google acaba de anunciar una iniciativa de subtitulación automática masiva, y aunque los traductores automáticos al esperanto dan todavía una calidad reducida, no es descabellado pensar que esa tendencia llegará también a esta lengua. Mientras tanto, pueden verse ejemplos de vídeos subtitulados en las conferencias de TED o en la página Subtekste.

Documentales

Las webs como Youtube se están empleando también para la introducción de material puramente documental, y hasta la organización más importante de este movimiento, la Asociación Universal de Esperanto ha creado su propio canal en esa red. Para hispanohablantes puede resultar interesante consultar la colección del canal abierto por el escritor Miguel Gutiérrez Adúriz, con material muy diverso, pero interesante incluso si no se habla esperanto.

Pero para este último público, es decir, personas interesadas en el esperanto, pero que no lo hablan, prefiero citar un reciente documental, de Sam Green, “Utopía en cuatro movimientos”. En la actualidad, otra importante organización, la más comprometida Asociación Mundial Anacional, SAT, está produciendo una película documental, dirigida por un director profesional Dominique Gautier, mostrando la viveza del movimiento y el carácter revolucionario de la lengua. El proyecto puede seguirse en la web.

Esperanto en películas de no esperantistas

El esperanto parece tener cierto atractivo para los cineastas, incluso si no hablan la lengua. Bueno, para ser más modestos, lo que pasa en ocasiones es que una lengua artificial da la oportunidad de crear una atmósfera especial, y no faltan ejemplos de creación de una lengua completamente nueva para una serie de películas (el klingon de “Star Trek” es el caso más conocido, y el na’vi de “Avatar” el más reciente)

Como comentaba en el artículo antes citado, el uso del esperanto puede dar matices de universalismo (“El gran dictador”), extranjería (“Noche del tren galáctico”), utopía (“El coche de pedales”), multilingüismo (“Blade:Trinity”), futurismo (“Gattaca”), neutralismo (“Idiot’s delight”), exotismo (“Camino a Singapur”), anarquismo (“La ciudad quemada”), o misterio, como en el filme más famoso de este tipo, el curioso “Incubus”, muy citado entre los amantes del cine de género, entre otras por el papel de William Shatner, una especie de icono en ciertas subculturas.

Tales matices también se explotan en algunos filmes modernos, como la serie de televisión rusa “Casarosa”, el corto noruego “Que será, será” (sic: el título original está en castellano), o el corto español “Mondo” (en este caso es al revés: el título está en esperanto).

Pero uno de los más interesantes es precisamente el reciente “Senmova”. Se trata de un corto de 14 minutos, filmado en el 2009 y presentado desde entonces en varios festivales de cine. Trata de dos amigas de la infancia, la activa políticamente Ismene y la ingenua y apolítica Effie en un régimen totalitario en un tiempo indefinido, en el que se habla esperanto. El resumen de la directora es: “somos libres de elegir si somos activos o no, pero ¿podemos determinar las consecuencias de nuestra elección?”

Como decía, la película está hablada completamente en esperanto, y también su título está en este idioma. Se trata de una elección consciente de la directora, a pesar de que ella misma no es esperantista. Bueno, para ser precisos, no habla el idioma, pero ella considera que “en mi corazón y mi mente nací esperantista”, según una entrevista que yo mismo le he hecho para la revista en red “Libera Folio”, y que se acaba de publicar hoy. En ella, Tuğçe Sen se confiesa antinacionalista y ciudadana del mundo, y vio en el esperanto su forma de expresar este sentimiento en una película antitotalitaria.

La película ha sorprendido a la comunidad esperantista, entre otras razones porque tiene un nivel lingüístico irreprochable a pesar de haber sido hecha al margen de los esperantistas, y sólo con la ayuda de un hablante norteamericano, Jim Ryan, en la traducción (al contrario de lo que ocurrió en el citado “Incubus”, en que la pronunciación era atroz). Tuğçe ha anunciado su intención de filmar un largo, también con presencia del esperanto. A pesar de las dificultades que encuentra una persona como ella, mujer, no musulmana y no nacionalista, en la actual Turquía, a ver si tiene suerte.

Versión en esperanto, en «Libera Folio»

El hombre más genial

Acabo de leer la biografía de una de las personas más injustamente desconocidas por el público general, y al que el tiempo sin duda pondrá en el lugar que merece, no sólo entre la comunidad científica, donde su genialidad es ya apreciada sin controversia, sino también en la historia cultural del mundo: P.A.M. Dirac.

Sobre Dirac ya hablé en un texto anterior, donde le ponía como ejemplo de la distinta percepción que los medios de comunicación muestran entre los artistas y los científicos, haciendo referencia al tratamiento tan diferente que el diario “El País” había mostrado ante la muerte casi simultánea de Dirac y de François Truffaut: tres páginas completas al día siguiente más varias más en días sucesivos, en el caso del cineasta, y una brevísima necrológica tres días después en el caso de Dirac. Supongo que los historiadores culturales del futuro irán compensando poco a poco este abismo en la percepción pública, aunque uno nunca puede estar seguro (véase mi anterior artículo), ya que para ello será necesario que la ciencia ocupe el lugar que merece dentro de ese concepto tan vaporoso que es la cultura.

En cualquier caso, Dirac debería ser mucho más conocido por el público general, aunque sólo sea porque, como también indiqué en el artículo citado primeramente, de alguna manera, él fue el inventor de la antimateria, si puede utilizarse esta expresión para indicar que él fue quien de forma puramente matemática, y basándose en la belleza de las ecuaciones, predijo la existencia de este tipo de partículas, que sólo después serían descubiertas en la naturaleza. Sus desarrollos teóricos fueron impresionantes, sobre todo si se tiene en cuenta que fueron publicados cuando él tenía veintitantos años, lo que le llevó a ser aun hoy una de las personas que recibió el Premio Nobel a una edad más temprana.

Su prestigio fue grande entre sus colegas ya desde el principio, y aun hoy sigue siendo un ídolo entre los físicos, que le consideran uno de los mayores genios que ha dado su gremio, sólo comparable a Einstein o Feynman.

Pero el hecho de que sea tan poco conocido no es culpa sólo de la incultura científica general. En este caso, también habría que tener en cuenta su propia personalidad. Al fin y al cabo, las dos personas que acabo de citar fueron a su manera estrellas mediáticas. Dirac, en cambio, no podía soportar la publicidad, y no hizo nada por difundir sus aportaciones fuera de un círculo especializado, ni por mostrarse ante el gran público.

Es justamente el carácter de Dirac lo que da título a la biografía recién publicada en inglés, “The strangest man” (“El hombre más extraño”). No estoy del todo de acuerdo con este calificativo, ya que este concurso seguro que está muy disputado, y además corremos el riesgo de reforzar la percepción popular de los científicos como seres asociales, metidos en su mundo, pero es verdad que Dirac era muy especial. En el libro se muestran casos de científicos igual de geniales, como Bohr o Heisenberg, o el mismo Einstein, con vidas muy normales y a veces hasta apasionantes, pero en el caso de Dirac el mito está justificado. Era un hombre parco en palabras hasta extremos desesperantes, frío en los primeros contactos, preciso en sus respuestas. Las anécdotas que circulaban entre sus colegas eran un tema de conversación muy socorrido, y a veces queda la duda de si no fueron embellecidas a posteriori. Sólo un ejemplo, de entre las que aparecen en el libro, es la siguiente:

Tras una conferencia en una universidad de Estados Unidos, al pasar al turno de preguntas, un asistente dijo: “No entiendo la ecuación que ha escrito en el lado superior izquierdo”. Todos miraron a Dirac, que permaneció en silencio. Tras un intervalo embarazoso, el moderador le preguntó si no deseaba responder, a lo que Dirac replicó: “No era una pregunta, era una afirmación”

La conclusión que saca el autor de la biografía, Graham Farmelo, es que Dirac era autista, y yo estoy de acuerdo con él. No soy especialista en este asunto, y ni siquiera tengo experiencia directa con personas con estos rasgos, pero es un tema que me fascina, y del que he leído algo, y la descripción de Dirac encaja completamente en la mayoría de las características de las personas que sufren esta enfermedad. Su forma de abordar la vida y las relaciones personales parecen extraídas del relato “El curioso incidente del perro a medianoche”, un libro fascinante sobre el que escribí el año pasado (lo siento, sólo en esperanto).

He utilizado la palabra enfermedad con desgana y en cursivas, ya que me resisto a considerar este tipo de condiciones personales como tal. De hecho, me parece más bien un tipo de personalidad, que algunos investigadores prefieren considerar como un extremo en el continuo que va de la racionalidad absoluta a la sentimentalidad incontrolada, y que describen de una manera imprecisa y algo peligrosa como cerebro masculino extremo. Comprendo que a quien tenga a un niño autista en la familia el sufrimiento emocional puede ser grande, pero el ejemplo de Dirac muestra que se puede llevar una vida tan normal como la de cualquiera.

En el pasado, se consideraba que el autismo se producía por tener padres poco cariñosos. Ahora se piensa más bien lo contrario, que son los padres los que reaccionan de forma diferente cuando se encuentran con un hijo que, seguramente por causas genéticas o congénitas, no responde emocionalmente de forma convencional. Y aquí está la parte más intrigante del caso de Dirac: en las pocas ocasiones en las que hablaba sobre sí mismo, él siempre acusó a su padre de haberle procurado una infancia tormentosa, y de las consecuencias que se derivaron de su forma de tratarle. Sin embargo, del libro emerge una imagen del padre, Charles Dirac, como una persona ciertamente algo extraña, quizás él mismo también con rasgos autistas, pero no peor que tantos otros padres que se esfuerzan ante un hijo difícil. No puedo por menos que identificarme con alguno de sus rasgos, no sólo porque él mismo era también esperantista (como, por cierto, los padres de otros genios como Cela o Dalí), sino porque uno no puede por menos que apreciar sus esfuerzos en acercarse a un hijo tan complicado.

El libro es excelente. El biógrafo, el también físico Graham Farmelo, ha hecho un trabajo realmente bueno, no sólo investigando los más pequeños detalles de la vida y carácter de Dirac, sino intentando explicar en un lenguaje sencillo los descubrimientos científicos, el contexto en el que se produjeron, y la importancia que tuvieron en su momento y en la actualidad. Combina lo mejor de la alta divulgación científica y del género biográfico. No sé si existen planes para traducirlo al español, pero si mi recomendación puede ayudar a que alguien lo haga, me parece que habré contribuido al conocimiento y apreciación de quien podríamos mejor llamar “el hombre más genial”.

El baile de Natacha

Siempre me pareció un procedimiento perezoso el que habitualmente utiliza(ba) Mario Vargas Llosa en sus artículos de prensa: tomar el último libro o texto leído, resumirlo y añadir un par de opiniones. Pero como acabo de pasar un par de semanas de vacaciones, voy a sucumbir a esa tentación y emplear en mis próximos artículos el mismo método: voy a hacer unos comentarios sobre alguno de los libros leídos. Prometo no abusar demasiado, pero quizás algunos de los comentarios (ni siquiera críticas) pueden resultar interesantes en algún caso.

Dos comentarios en concreto quiero hacer sobre “El baile de Natacha”, de Orlando Figes, un análisis clásico de la historia cultural de Rusia durante los últimos siglos, que sólo ahora he tenido ocasión de leer en su versión original (cumpliendo mi promesa, tantas otras veces rota, de no leer obras especializadas en traducciones). Confieso que el reciente escándalo en el que el autor (o su esposa, en este caso no importa mucho el detalle) se vio expuesto, al ser descubierto haciendo críticas anónimas maliciosas sobre libros de colegas competidores, estuvo a punto de echarme para atrás, pero he preferido no verme influido por una cuestión personal, incluso si puede resultar reveladora.Natasha's dance

Como decía, no quiero hacer una crítica sistemática, porque me faltan conocimientos para ello, y porque me interesaría más conocer el punto de vista de algún ruso (para lo que he pedido ayuda en un texto paralelo en esperanto), pero sí hay dos observaciones que quería compartir, una de las cuales al menos quizás sea algo original.

LA CULTURA ES POLÍTICA

Esa al menos es la conclusión que se puede sacar del libro. Aunque según el (sub)título la obra trata de cultura y arte, en realidad su tema es la política y las ideas. No lo apunto como crítica, sino al contrario. El libro muestra cómo la cultura no es una superestructura que cae del cielo, sino que se encarna en la sociedad en la que nace. Ese es uno de los puntos fuertes del libro, que explica claramente para personas como yo, que conocen gran parte de la cultura rusa desde un concepto y unas circunstancias lejanas, el fondo en el que las obras surgieron.

Incluso en la literatura, donde es más fácil percibir ese fondo, puede ocurrir, como a mí mismo me pasó hace no mucho, que uno lee “Almas muertas”, de Gogol, sin enterarse realmente de lo que pretendía el autor ni de lo que hay en la novela detrás de unas aventuras más bien superficiales. Más aún en música: mucho me gustan Glinka, o Chaikovski, o Prokofiev, y nada sabía sobre las razones de los estilos y estructuras que gobiernan sus obras. Sólo quedaba la pura forma.

En este contexto, en la relación entre cultura y política, el libro de Figes presenta dos partes muy diferenciadas: la época anterior a la Revolución y la posterior.

En la primera, el gran hilo conductor es la relación entre las grandes corrientes que gobiernan la cultura y las ideas de Rusia, y no sólo las tópicas europeísta y eslavista, sino todos los matices en su seno y entre ellas. Este me parece a mí el gran mérito de Figes, que no simplifica estos debates y enfrentamientos, sino que muestra los múltiples matices, flujos y complejidades del debate, tantas veces simplificado. No puedo juzgar la exactitud de su análisis (para eso haría fácil un especialista, o un ruso), pero no puedo por menos de hacer notar los paralelismos con algunos de los debates similares que se encuentran a veces en la historia cultural de España, entre europeístas y casticistas. Incluso el papel de las guerras napoleónicas en el desarrollo del debate, o en la propia política general fue similar en Rusia y en España (por ejemplo, pocos años separan el intento de golpe de los decembristas y la revolución de Riego, tan parecidos en muchos aspectos). También en esta península los intelectuales y literatos fueron en un momento dado a buscar el alma del país en los campesinos castellanos, para encontrarse al final que éstos apenas tenían nada que ver con sus ensoñaciones, ni entendían el objeto de su búsqueda (sobre la fascinación, incluso actual, de las capas medias urbanas por los aldeanos habría mucho que hablar, y quizás algún día lo haga con más detalle)

No quiero forzar demasiado las analogías, ya que seguramente ello se debe a alguna ley de la historia, o a un rasgo más general del desarrollo social en otros territorios de la periferia de Europa, pero no puedo por menos que mencionarlo. Y quizás mostrar que posiblemente estaban errados los eslavistas rusos (y los casticistas españoles), cuando se creen que su país es único y especial. Desgraciadamente, Figes no parece ser consciente de estas similaridades, y trata la polémica como un rasgo propio de la historia rusa.

El gran esfuerzo por matizar los debates y mostrar sus complejidades, desaparece en el libro, en mi opinión, cuando se llega al periodo de la Revolución Rusa. Me parece que aquí para el autor vale una sola regla: el artista es bueno sólo si o cuando choca con el Estado comunista. Si en el periodo anterior la cultura es política, en el sentido de que sigue las ideas y la evolución social del periodo, ahora la relación con la política pasa a ser en el sentido más directo: en lo que se relaciona con el poder. Aquí el autor toma partido, claro y evidente, occidental, sin matices. Hasta el arte revolucionario sólo vale si en un momento posterior es atacado por el poder, no por sus intenciones, méritos y resultados.

Es una pena, porque me da la impresión que éste es el canon que va a triunfar sobre el arte y la cultura rusas, al menos fuera de ese país. Como una confirmación de que la historia la escriben los vencedores.

¿ES QUE NO HUBO CIENCIA EN RUSIA?

El segundo punto que quería comentar sobre el libro es un tema que ya he tratado en otras ocasiones en este blog y en otros lugares: ¿es que la ciencia no es cultura?

Es asombroso que en un libro subtitulado “Una historia cultural de Rusia” apenas se trata la ciencia en ese país. ¿Es que no se hacía ciencia en Rusia en ese periodo? ¿O quizás el autor considera que la ciencia no es una parte de la cultura? Seguramente esto último es la explicación: 50 años después de la famosa conferencia de C.P. Snow, los historiadores culturales siguen considerando la ciencia como algo aparte. Y es una pena.

En algún momento del libro de Figes se trata alguna ciencia social: historiografía, geografía, antropología, crítica literaria. Cuando se encuentra alguna relación con las ciencias sociales, el biología o la geología pueden aparecer brevemente, pero las ciencias naturales brillan por su ausencia.

¿Cómo es posible que en un libro tan amplio no aparezca el nombre de Mendeleyev? En el índice hay dos referencias a Lomonosov, pero en una de ellas en su calidad de poeta. Los experimentos de Pavlov se mencionan para pasar a tratar sus consecuencias no estrictamente científicas. Kapitza y Sajarov se mencionan sólo de pasada, al tratar de una obra de ciencia-ficción. El rol de Lysenko y sus teorías son fundamentalmente malinterpretados por el autor.

Es más, la ciencia y la técnica aparecen en contextos negativos, como si el interés por ellas fuera contrario al verdadero desarrollo espiritual.

Y sin embargo, un estudio sobre el desarrollo de la ciencia y el papel de los científicos en Rusia pdrían decir mucho sobre el progreso cultural y social del país, y específicamente sobre la dialéctica entre europeísmo, eslavismo, aislamiento o apertura que atraviesan todo el libro.

¿Es por ignorancia, por desprecio, por prejuicios? En cualquier caso, hasta que los historiadores de la cultura no tengan en cuenta el desarrollo científico, sus obras, incluso las más meritorias, estarán siempre cojas.

Academias de la Lengua

Algunos propagandistas del inglés defienden que la predominancia de esta lengua como vehículo de comunicación internacional se debe a razones lingüísticas, y especialmente a la libertad de absorción de palabras y estructuras procedentes de otros idiomas. Según esta teoría, lenguas como el francés o el español están constreñidas por la existencia de unas Academias, que regulan su evolución y les impiden convertirse en un verdadero medio de comunicación universal.

Hace unos meses se ha publicado un nuevo libro en el que se defiende este tipo de simplificadoras tesis (por lo que he leído en algunas críticas; confieso que aún no he leído el original). Se trata de “Globish”, de Robert McCrum, una revisión de un concepto, el globish, que ya hace un tiempo definí como una jerga para torpes. Por cierto, que probablemente nada ilustra mejor la ventaja de la que disponen los hablantes nativos del inglés que el hecho de que esté teniendo más difusión el concepto cuando el libro ha sido escrito por un británico que cuando lo acuñó un francés.

Algunos emplean este argumento sobre la anarquía del inglés, y su presunta adaptibilidad para explicar su dominio sobre una lengua como el esperanto, que imaginan codificado y gobernado por una academia todopoderosa.

Y, sin embargo, cualquier hispanohablante conoce la limitada influencia de la Real Academia. Es una institución que siempre va por detrás de los hablantes, a veces con razón, otras veces de forma ridícula (¿quién continúa usando la palabra muslamen, que al parecer va a ser oficializada ahora?). Peor, un asilo de carcas obsesionados por parecer modernos, que se han debido de dar cuenta ahora de que necesitan que les definan palabras como antiespañol o rojillo, que al parecer no entendían bien a partir de las reglas de derivación y composición del español. Ni siquiera son perjudiciales: simplemente son superfluos.

Pues bien, como ya comenté en otra ocasión, tampoco la Academia de Esperanto dirige la evolución de esta lengua. Casi nadie hace caso a sus recomendaciones, sino que ante las dudas se prefiere recurrir a los clásicos o a los amigos o la comunidad de hablantes.

No es esto lo que limita la difusión de este idioma. Es evidente que las características lingüísticas apenas tienen importancia en tales materias. Creo que nadie, salvo algunos angloparlantes, tiene ninguna duda sobre por qué el inglés es la lengua dominante en las relaciones internacionales. It’s the economy, stupid!

El efecto Sara Carbonero

En el artículo previo en este blog comentaba que el efecto de alegría colectiva que se ha producido en el país con la victoria del equipo español de fútbol va a tener una vida corta. Es lo que tiene este nacionalismo alimentado por el deporte: que puede producir cierta unión superficial en el grupo, pero no creo que ayude a un sentimiento comunitario más fuerte y duradero.

Algunos artículos de prensa han sugerido efectos económicos: aumentos en el Producto Interior Bruto o incremento de las visitas turísticas. El primer efecto me parece muy dudoso, y sería un síntoma de lo frágil que es el PIB español que un aumento de la euforia consumista produjera un efecto tan elevado. Tampoco me parecen muy fiables las previsiones turísticas, aunque todo esto prefiero dejárselo a los expertos.

Pero hay un efecto que va a ser más duradero en el país, y que yo juzgo negativo a largo plazo. Que todos los chicos jóvenes del país van a querer ser futbolistas, y todas las chicas, periodistas.

Lo de los chicos creo que no necesita mucha explicación. Tampoco es nuevo: ya hace años que todos los chicos quieren ser futbolistas, y, lo que es peor, también es lo quieren los padres. Cuando el año pasado mi hijo tuvo que elegir su carrera universitaria, me sorprendió la cantidad de sus compañeros, incluso algunos de ellos brillantes estudiantes, que se apuntaron a materias relacionados con los deportes, hasta el punto que varios tuvieron que conformarse con estudios deportivos no universitarios. No critico su elección, pero creo preocupante como país que incluso brillantes estudiantes consideren que la mejor forma de promoción social es la actividad deportiva. Es claro que la reciente victoria no puede por menos de incrementar esa tendencia en los chicos… y en sus padres.

Lo de las chicas requiere una pequeña explicación. Ya hace un tiempo hablé sobre el llamado “Efecto Letizia”. Es un término empleado por Carlos Elías en su libro “La razón estrangulada”, y hace referencia en la atracción por la carrera de periodismo, como forma de promoción social, que conduce a que esta carrera sea una de las que requiere notas más elevadas de entrada, a pesar del alto nivel de paro y precariedad que soporta. Pero cuando uno ve las posibilidades de contactos personales que ofrece, y el “efecto fama” que facilita, a muchos jóvenes le puede merecer la pena el arriesgar y orientar su vida profesional por ese lado. Comentaba en ese artículo que la promoción puede ser indirecta, por medio incluso del matrimonio, y que había numerosos ejemplos del contacto de periodistas con personas poderosas, hasta culminar con la llegada al principado, y de ahí el nombre del efecto. Sara Carbonero en el Huffington Post

Recientemente especulaba en otro texto con la posibilidad de que el fenómeno se viera pronto difuminado debido a la dura situación económica que se avecina, y que a medio plazo carreras más exigentes como las científicas pudieran ver cómo se incrementa el interés por ellas, mientras que disminuiría la atracción por el periodismo. Sigo pensando que la primera parte es aún válida. Pero ya no estoy seguro de la segunda. Cuando entre los 30 principales hitos del Mundial de fútbol para el influyente Huffington Post, dos hacen referencia a una periodista y su romance con lo más parecido que ahora existe a un príncipe azul, me atrevo a vaticinar que el año que viene la demanda para entrar a Periodismo se va a disparar todavía más.

Es triste, pero me temo que esa va a ser, a largo plazo, la principal consecuencia del Mundial. Que pasaremos del “Efecto Letizia” al “Efecto Sara Carbonero”.

Un nacionalismo soportable

En los últimos días, gracias a mi participación en bastantes foros internacionales y a mi conocimiento del esperanto, he recibido unas cuantas felicitaciones desde bastantes países, incluyendo sitios como Nepal e Indonesia. Y todo sin merecerlo. Simplemente porque un grupo de jóvenes que al parecer me representa ha vencido en un juego que no me interesa.

No quiero parecer desagradecido. Es verdad que no me interesa el deporte de competición, y que soy bastante inmune a los sentimientos grupales que este tipo de juegos ocasiona. Pero agradezco los buenos deseos de los amigos. A la vez, y sobre todo, me alegra que los que me rodean estén felices. Los buenos sentimientos son contagiosos, y me parece muy bien que la gente que quiero se lo pase bien.

Como decía, no me interesa el fútbol como espectáculo, así que ese día fui uno de los testigos de las calles vacías y participé en el proyecto que organizó Kurioso. También tengo que decir que luego, casi por casualidad, fui testigo de las calles llenas durante la celebración del día siguiente en Madrid.

Como sabe quien me ha leído otras veces en este blog, yo soy muy crítico con el nacionalismo/patriotismo. Me parece muy bien el sentimiento comunitario, pero justamente el grupalismo ocasionado por el deporte es el que más aborrezco. Sin embargo, esta vez debo decir que lo he aceptado bastante bien. Por lo que he podido experimentar, se ha tratado en general de un sentimiento bastante sano y civilizado. Ni se ha visto mucha agresividad ni se ha orientado contra otros.

He visto participación de extranjeros, inmigrantes y turistas. Tampoco he visto que la alegría por la victoria de España se haya manifestado como hostilidad a Cataluña o el País Vasco. A nadie vi protestar por la presencia de una senyera en el autobús de los futbolistas. Y parece que muchos catalanes vieron compatible su participación en la manifestación catalanista del sábado con la celebración española del domingo. En contra de lo que critiqué en otra ocasión, esta vez la proliferación de la bandera rojiamarilla parece que fue símbolo de unión, en vez de secesión.

Me parece bien. No he sentido el entusiasmo general, pero tampoco lo considero negativo. Supongo que a muchas personas les ha venido bien un motivo de alegría en medio de una situación económica desfavorable, y han sentido la necesidad de un sentimiento colectivo cuando acecha la posibilidad de que se produzca una descomposición social y un sálvese quien pueda. También yo me incluiría en este grupo, si no fuera porque me temo que cuando este sentimiento se produce por causa del deporte, es muy frágil, y no aguanta la menor tensión social.

Cuando volvamos después del verano, los problemas seguirán ahí. Necesitaríamos un tejido social más resitente y desarrollado para afrontarlos colectivamente. Las banderas poco van a ayudar.