Ya he hablado aquí alguna vez sobre TED, y normalmente para bien. Para quien no lo conozca, es un formato de conferencias, organizadas en Estados Unidos, que tratan sobre temas de conocimiento muy diversas, normalmente en la vanguardia del conocimiento o la evolución de la sociedad, bajo el lema «ideas que merece la pena difundir». Aunque el formato original se expresa en inglés, han llevado a cabo un destacable esfuerzo por favorecer la traducción de contenidos, y yo mismo he colaborado en la traducción de algunas de las charlas al esperanto. Han creado una marca tan potente que incluso han podido franquiciarla mediante la organización de los eventos TEDx, organizados por entidades externas bajo el mismo modelo, y de las que también hablé en este blog (aunque sólo en la versión en esperanto) por la participación de David de Ugarte en TEDxMadrid con una conferencia impartida en su totalidad en la lengua internacional.
Ahora bien, nunca me he dejado llevar por el entusiasmo, como les ha pasado a muchos modernos tecnológicos, que se dejan llevar por la última moda, y alguno de los cuales ha llegado a proponer que se introduzcan de manera sistemática y obligatoria en todo el sistema educativo. A mí ya me parecía antes que aunque puede constituir una interesante herramienta divulgativa, es una iniciativa demasiado sesgada hacia la novedad no consolidada y hacia, por simplificar, la sociedad que representa California.
Pero tras un pequeño empacho de charlas TED sobre educación, creo que he dado con una caracterización más exacta de estas conferencias: TED es la anticiencia, o quizás mejor, la pre-ciencia.
No me refiero a la pseudociencia, es decir, el procedimiento de obtener resultados falsos a partir de métodos presuntamente científicos. No, aquí las conclusiones posiblemente sean válidas, pero la forma de presentarlas y comunicarlas va en contra de lo que nuestros mayores aprendieron y que hacen de la ciencia una herramienta tan poderosa.
En concreto, antes de la consolidación del método científico, el conocimiento se transmitía por medio del prestigio de unos sabios, que con poderosos argumentos retóricos demostraban las verdades. No había referencias verificables, no se producía o no servía para nada la replicación. Poco a poco la ciencia fue haciéndose más colectiva, fue importando menos crucialmente la opinión del científico gurú y cada vez fue más necesaria la descripción exacta del experimento, ofreciendo la posibilidad de comprobación y replicación.
No ignoro lo lejos que a menudo se encuentra la práctica real de esta descripción simple e idílica que he ofrecido. Aunque mi ocupación se encuentra lejos de la investigación, me siguen fascinando los casos de falsedades, especialmente cuando involucran autoengaños. Sé del peso de la tradición. He leído bastantes debates sobre los problemas actuales de la ciencia, especialmente sobre los que apuntan a los problemas de la replicabilidad o los resultados negativos, a los que la reciente portada de The Economist da un buen repaso, y algunas de las posibles soluciones que se están proponiendo o sobre los que recientemente ha insistido por ejemplo Ben Goldacre. Pero al menos los principios básicos del método científico están ahí como ideal.
En cambio, en TED, lo que prima es exactamente lo contrario, aquello de lo que la ciencia nos iba a librar. El poder del presentador y su carisma, la retórica y la presentación, son los que hacen una charla TED memorable. No hay posibilidad de replicar, en ambos sentidos de la palabra: repetir el experimento o contestar las afirmaciones del ponente. No son de extrañar las explicaciones exageradas o los saltos en el vacío, cuanto más espectaculares mejor.
Por no dejar estas afirmaciones sin sustanciar, voy a poner un par de ejemplos. Decía que estas consideraciones se me presentaron recientemente, y voy a explicarme. En la recopilación sobre educación «Unstoppable learning» se presenta una serie de afirmaciones sobre educación que me gustaría comprobar en qué se basan y cuál es la evidencia.
El mayor peso del programa, editado por la radio pública de Estados Unidas, recae en Sugata Mitra, que presenta sus ideas sobre aprendizaje espontáneo, basado en el experimento, que se ha hecho famoso, sobre los ordenadores que se dejaron al alcance de niños de los suburbios indios, sin explicaciones, y que éstos fueron capaces de manejar sin haber sido enseñados, llegando incluso a aprender inglés por sus propios medios para ser capaces de programar. Había oído hablar del tema de forma superficial, pero al escuchar al gurú se me encendieron unas cuantas alarmas, que parece que a la audiencia, ricos anglosajones, no se les plantea. ¿Aprender inglés solos? ¿en un par de meses? ¿Me está tomando el pelo? Cualquiera que haya tenido un contacto incluso mínimo con el aprendizaje de idiomas sabe que eso tiene que tener agujeros por todos los lados. El inglés no es una lengua especialmente sencilla y ya solo la diferencia entre lenguaje hablado y escrito debería levantar todas las alarmas. No sólo eso, otra clase aprendió sola inglés para autoenseñarse los secretos de la replicación del ADN. En fin, no soy un experto en la materia, pero, como apuntó Hume y popularizó Sagan, «afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias». Algunos expertos han criticado los experimentos y teorías de Mitra, y aunque no puedo decidir quién tiene razón, un formato como el de TED no permite ese tipo de interacciones y búsqueda de la verdad.
Este caso debería bastar para ejemplificar TED, porque de hecho Sugata Mitra fue el ganador del premio creado por TED y dotado con 1 millón de dólares, para proyectos innovadores, pero ofreceré otro ejemplo de la misma charla, ligado con mi interés por las naciones y los idiomas: una escritora defiende las habilidades de aprendizaje del niño en el útero materno. Llega a afirmar que ya entonces se transmiten algunas de las características que constituyen el idioma materno. Lo siento, pero me parece completamente exagerado. No sólo porque soy anacionalista y no creo en las naciones. Es que los ejemplos me parecen inconcluyentes: con decir que en los ejemplos que se escuchan en la charla, en la que los niños lloran de forma diferente según el idioma de la madre, me pareció que efectivamente parecía que el niño francés «lloraba en francés», hasta que me di cuenta de que lo había entendido mal, y en realidad se trataba del niño alemán. En fin, es una anécdota, pero muestra bien la facilidad de engañarse y la necesidad de controles que quizás en la investigación original se tuvieron en cuenta, pero que en una presentación de TED desaparecen bajo toneladas de retórica emocional.
Se me podrá alegar que estas críticas son también aplicables a cualquier caso de divulgación científica. Lo admito: ya dije en otra ocasión que la expresión divulgación científica es un oxímoron, del estilo de consumo responsable y justicia militar, e igualmente necesario. No voy a pedir a un documental que llene la pantalla de notas a pie de página. Pero es que el formato de TED empuja hacia la glorificación de la personalidad por encima del contenido. Como bien demuestra la entrevista del gran físico Murray Gell-Mann hablando de idiomas (por poner un ejemplo que contiene una parte de autocrítica, porque en la traducción al esperanto colaboré yo mismo… y porque es también mi caso)
Seguiré escuchando charlas de TED. Pero que nadie me intente convencer de que es algo más que un interesante espectáculo… al que hay que aplicar una dosis muy alta de escepticismo. No es ciencia ni siquiera cuando tratan temas científicos. Esta sí que es una «idea worth spreading».